Publicidad
Envejecer en el campo: la omisión de la política rural en Chile Opinión Imagen referencial

Envejecer en el campo: la omisión de la política rural en Chile

Publicidad

Hoy, muchos territorios rurales están sostenidos gracias a la permanencia y resiliencia de personas mayores que siguen trabajando.


En los últimos años, el debate sobre el envejecimiento poblacional ha cobrado fuerza en Chile. En la ruralidad, esto ha hecho que gran parte del debate público se focalice en la juventud, como contracara del problema, reflexionando sobre formas para retener a una población que, además, tiende a migrar hacia zonas urbanas. 

Sin embargo, hay una dimensión crítica que permanece alarmantemente ausente en las políticas públicas: la situación de las personas mayores en el mundo rural. Esta omisión no es menor. Para el 2024, según las proyecciones del Observatorio del Envejecimiento de la Universidad Católica, más de 545 mil personas mayores de 60 años viven en zonas rurales, cifra que llegará a 713 mil en 2035. Más impactante aún es el ritmo de este proceso: hoy existen 139 personas mayores por cada 100 menores de 15 años en el campo; en poco más de una década serán 212.

No se trata solo de cifras. Hablamos de trayectorias de vida forjadas en condiciones adversas, enfrentando en muchos casos precariedad estructural. Más del 33% vive en pobreza multidimensional, y el 20% en hogares sin servicios básicos. A pesar de ello, mantienen un profundo arraigo al territorio, una valoración positiva de la vida rural, una mayor expectativa de vida y la necesidad de mantenerse activos económicamente.

Este escenario contrasta con la respuesta institucional. Aunque existen avances en salud y pensiones, el Ministerio de Agricultura (Minagri) aún no ha incorporado el envejecimiento de la población rural como eje estructural de sus políticas. La Política Nacional de Desarrollo Rural 2020 no contempla acciones específicas para personas mayores. Y, si bien en 2024 el Presidente Boric comprometió una “Política para las Juventudes”, su foco es parcial y volvemos sobre el punto inicial: se atiende una cara del fenómeno –la salida de los jóvenes–, pero no la otra, el protagonismo creciente de los mayores. Es una política necesaria, pero insuficiente.

Esta visión limitada refleja una oportunidad desaprovechada. Hoy, muchos territorios rurales están sostenidos gracias a la permanencia y resiliencia de personas mayores que siguen trabajando. Pero los programas no tienen especificidades que los apoyen productivamente. ¿Por qué no pensar en una estrategia rural que abrace todas las edades?

En diversos contextos internacionales, ha comenzado a consolidarse una nueva manera de concebir el desarrollo rural en entornos de envejecimiento: la idea de una economía amigable con la edad, o age-friendly economy. Lejos de ver a las personas mayores como una carga, este enfoque las considera una parte esencial de las soluciones que los territorios requieren.

Las políticas más innovadoras han puesto el acento en la interdependencia generacional, entendiendo que el bienestar de personas mayores y jóvenes está conectado. Así, se promueven estrategias que favorecen la permanencia de jóvenes y el traspaso de conocimientos entre generaciones.

Otro eje clave ha sido el impulso de la innovación tecnológica con criterios inclusivos. Desde herramientas agrícolas automatizadas que reducen la exigencia física, adaptadas para tareas en áreas de menor extensión, hasta plataformas digitales de telemedicina y conectividad adaptadas a personas mayores, la tecnología ha sido utilizada no para reemplazar a las personas, sino para extender su autonomía y bienestar. La gestión remota de riego, la vigilancia de cultivos por sensores o la digitalización de trámites son avances que permiten que quienes ya no tienen la misma movilidad sigan aportando desde su experiencia.

Cada vez más países reconocen el valor económico de los empleos adaptados a las capacidades físicas y cognitivas de esta población. La llamada “economía plateada” ha cobrado impulso, con productos y servicios diseñados con las personas mayores como protagonistas, no solo como beneficiarias.

Finalmente, y no menos importante, estas estrategias están impulsado un profundo cambio de narrativa. El envejecimiento deja de ser visto como un problema y se convierte en una oportunidad para rediseñar el modo en que concebimos el desarrollo rural. El envejecimiento de las áreas rurales es un fenómeno prácticamente universal, por lo que este proceso puede enfocarse desde otra perspectiva que la pérdida, la derrota.

Las personas mayores no están atrapadas en estos territorios: muchas han elegido quedarse o regresar. Su decisión de vivir en el campo es un acto de arraigo y compromiso. Reconocer su aporte económico, social y cultural es el primer paso para construir políticas públicas más justas y efectivas.

Chile tiene las condiciones para avanzar en esta dirección. Contamos con redes comunitarias rurales activas, con una cultura local rica y con un creciente interés por modelos de desarrollo sustentable. Lo que falta, tal vez, es cambiar la manera como vemos las cosas, y con ello mover las voluntades políticas. El envejecimiento de la ruralidad no puede seguir siendo un dato de los informes, que –además– se lee desde la perspectiva de su opuesto, la juventud. El envejecimiento debe ser parte del corazón de nuestras políticas públicas.

Desde esta perspectiva, el Minagri, el Ministerio de Desarrollo Social y Familia y el conjunto del aparato estatal tienen el desafío –y la oportunidad– de construir una nueva generación de políticas para todas las edades, orientadas no solo a enfrentar la marginalidad rural, sino a convertir el envejecimiento en motor de transformación productiva, tecnológica y social.

Porque envejecer en el campo no debería ser sinónimo de abandono. Puede ser sinónimo de continuidad, crecimiento, y también de futuro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad