
Bolivia se debate entre un bicentenario deslucido y unas elecciones históricas
Si el bicentenario sirve para iniciar esa transformación, entonces todavía hay esperanza de que esta vez sea diferente.
El próximo 6 de agosto, Bolivia celebrará su bicentenario de independencia. Sin embargo, lo que debería ser una fiesta encuentra al país sumido en una de sus peores crisis políticas y económicas en décadas. La fractura interna del Movimiento al Socialismo (MAS) y la caída en la producción de gas han llevado a Bolivia al borde del colapso financiero, social y político.
Días después de este aniversario se realizarán las elecciones presidenciales (17 de agosto) y, de no haber mayoría absoluta, la segunda vuelta se celebrará el 19 de octubre. Más que una celebración patriótica, lo que verdaderamente moviliza hoy a los bolivianos es este proceso electoral. En medio de un escenario económico incierto y caótico, las elecciones aparecen como una posible salida, una luz al final del túnel.
Ante el desencanto que rodea al bicentenario, el Gobierno se ha visto forzado a decretar feriado no solo el 6, sino también el 7 de agosto, para garantizar la participación popular. Pero ¿cómo festejar cuando falta gasolina, hay “corralito” y escasean los dólares?
La fractura del MAS explica gran parte de esta incertidumbre. Luis Arce llegó al poder en 2020 como heredero de Evo Morales, pero la alianza se rompió cuando el Tribunal Constitucional limitó la reelección indefinida, inhabilitando a Morales, quien además enfrenta varios procesos judiciales por presunta trata de una menor. Las filas del MAS, antes homogéneas, se han dividido entre “arcistas” (seguidores del actual presidente), “evistas” (fieles a Morales) y “andronicistas” (partidarios de Andrónico Rodríguez, otro líder de izquierda que en las últimas semanas parece haberse desdibujado como alternativa electoral real).
Evo, el viejo caudillo, se refugió en el Chapare cochabambino, donde aún conserva un núcleo duro de leales (cada vez más reducido, pero con alta capacidad de movilización y dispuestos a inmolarse por él). Su última escaramuza fueron trece bloqueos que paralizaron Cochabamba y otras regiones en junio de 2025, pero que terminaron pasando sin pena ni gloria. Los manifestantes exigían su habilitación y la renuncia de Arce. No lograron ninguna de las dos. Lo único que sí consiguieron fue agravar aún más la crisis económica.
Una crisis que tiene muchas explicaciones, pero cuya causa estructural más evidente es el desmoronamiento de la producción de gas (YPFB proyecta que en 2025 caerá a 29,53 millones de metros cúbicos diarios, frente a los 45 millones de 2021). Una de las tristes paradojas bolivianas ha sido pasar de exportador a importador de hidrocarburos, lo que explica la escasez de dólares y combustible. En junio, la inflación acumulada alcanzó el 15,53% e importar diésel y gasolina le cuesta al Estado millones de dólares cada semana. El FMI estima que la deuda pública bordea ya el 95% del PIB y el déficit fiscal supera el 10%.
Con estas cifras, el país necesita medidas impopulares que, quien gane, tendrá que asumir de inmediato, especialmente la más ingrata de todas: eliminar o reducir la subvención estatal a los hidrocarburos. Ello implicaría un alza inmediata en el precio de la gasolina y una inevitable cadena inflacionaria y disminución aún mayor de la calidad de vida.
¿Quién podría ordenar este caos? Las encuestas muestran a los centroderechistas Samuel Doria Medina y Jorge “Tuto” Quiroga a la cabeza, con aproximadamente 21% y 19% de respaldo, respectivamente. Aunque fueron aliados en el pasado, no lograron acordar una candidatura única y hoy se disputan el primer lugar. El tercer puesto se lo disputan Andrónico Rodríguez, candidato de izquierda en descenso, y Manfred Reyes Villa, representante de la vieja guardia y actual alcalde de Cochabamba.
Lo más revelador: a medida que pasan los días, no disminuyen los indecisos y aumentan los votos nulos y blancos. Morales insiste en considerar estos últimos como propios, ya que está haciendo campaña sistemática para captarlos. En una encuesta reciente, el voto residual (indecisos, nulos y blancos) suma un 34%.
En este contexto, la segunda vuelta parece inevitable, y pocos descartan una crisis poselectoral si el resultado es estrecho. Sea quien sea el ganador, no tendrá mayoría en el Congreso y deberá negociar cada reforma con un Parlamento profundamente fragmentado.
Desde Chile, lo que ocurre en Bolivia debería generar mayor preocupación. Compartimos fronteras, flujos migratorios, intercambios comerciales y desafíos comunes como la delincuencia organizada. Una Bolivia inestable significa más presión en las fronteras y dificultades para la cooperación regional. Pero también puede representar una oportunidad: si el próximo Gobierno boliviano opta por modernizar su economía y reinsertarse en el mundo, Chile puede convertirse en un socio estratégico en logística, acceso portuario e inversión.
El bicentenario, más que un acto de nostalgia, podría ser la ocasión para un nuevo comienzo, superando obstáculos sin desechar logros importantes, como la inclusión y el reconocimiento indígenas alcanzados en los últimos 20 años. Pero, para ello, es necesario que las fuerzas políticas abandonen la lógica refundacional, el culto a la personalidad y la visión agonal de la política.
A pocos días del bicentenario, Bolivia enfrenta una paradoja: conmemora 200 años de independencia en medio de filas por combustible y divisiones internas. Pero esta crisis también puede ser un punto de inflexión. El país necesita dejar atrás los ciclos repetidos de estatización y privatización, de inclusión y exclusión, y avanzar hacia años menos épicos pero más estables, menos personalistas y más institucionalizados, centrados en el bien común y no en el de las élites –cualquiera sea la que esté en el poder–.
Si el bicentenario sirve para iniciar esa transformación, entonces todavía hay esperanza de que esta vez sea diferente.
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