Publicidad
Reflexión sobre el futuro de las pedagogías en Chile Opinión

Reflexión sobre el futuro de las pedagogías en Chile

Publicidad
Luperfina Rojas
Por : Luperfina Rojas Ingeniera comercial, Máster en ingeniería, Doctora en Ingeniería, Rectora Universidad de La Serena.
Ver Más

La pregunta que debemos hacernos no es con cuánto puntaje ni cuántos estudiantes ingresan a Pedagogía, sino quiénes queremos que enseñen a nuestras hijas, hijos y a quienes vendrán después.


La Sala de la Cámara de Diputadas y Diputados tiene una responsabilidad enorme, ya que próximamente se votará la idea de legislar sobre la modificación de los requisitos de ingreso a las carreras de Pedagogía, iniciativa que ya fue rechazada en la Comisión de Educación y, de no revertir esta decisión, no podrá volver a presentarse dicho proyecto por un año.

Esto ha encendido una señal de alerta sobre el incierto futuro de la formación docente en nuestro país. No se trata de una discusión menor: está en juego la calidad de la educación chilena, la equidad del sistema escolar y, en última instancia, el desarrollo de las futuras generaciones.

Durante los últimos años, Chile ha transitado por una ruta de fortalecimiento de su sistema educativo, reconociendo que la calidad de los aprendizajes de niños, niñas y jóvenes está directamente vinculada a la calidad de sus profesores y profesoras. En ese contexto, la Ley N° 20.903 –que creó el Sistema de Desarrollo Profesional Docente– estableció mayores exigencias de ingreso a las carreras de Pedagogía, con el objetivo de atraer a estudiantes con alto desempeño académico y fomentar una formación más robusta y exigente. Sin embargo, las cifras actuales muestran una preocupante disminución en el interés por estas carreras.

Según datos del Proceso de Admisión 2024, entregados por el DEMRE, las postulaciones a Pedagogía han disminuido 28% respecto al año anterior, y apenas el 10% de los postulantes con puntajes superiores a 600 puntos elige una carrera del área. Esto refleja una tensión profunda: por un lado, necesitamos elevar los estándares de ingreso y formación; por otro, las cifras son claras al demostrar que no estamos generando condiciones atractivas para que los jóvenes opten por ser profesores y profesoras.

Al analizar el escenario, podemos concluir que las razones de este fenómeno son múltiples y estructurales: la docencia sigue siendo una profesión con alta sobrecarga laboral, escaso reconocimiento social y remuneraciones que no son acordes a la complejidad y la responsabilidad del rol docente. Es cierto, las políticas recientes han mejorado aspectos como la carrera profesional y los sueldos base, pero aún persisten brechas importantes, especialmente en los primeros años de ejercicio y en zonas vulnerables.

Frente a esta realidad, sabemos que relajar o eliminar los requisitos de ingreso no es la solución estructural que el país requiere; pero, al fragor de los resultados, incrementarlos solo agravaría el complejo escenario. En esta línea, más que bajar o subir estándares, el desafío debe enfocarse en hacer de la docencia una opción deseable, prestigiosa y viable desde el punto de vista personal y profesional.

La política pública debe abordar esta problemática desde una mirada multifactorial. Es urgente invertir decididamente en el fortalecimiento de las Facultades de Educación, en programas de acompañamiento académico y vocacional para estudiantes con potencial, y en campañas que revaloricen socialmente el rol del profesor. También debemos abrir el diálogo para rediseñar los requisitos de ingreso, no desde una lógica puramente equitativa, sino entregando más oportunidades sin renunciar a la calidad.

Hoy más que nunca, el país necesita más y mejores docentes. Pero para que eso ocurra, necesitamos voluntad política, visión de largo plazo y un compromiso transversal que supere intereses particulares. La pregunta que debemos hacernos no es con cuánto puntaje ni cuántos estudiantes ingresan a Pedagogía, sino quiénes queremos que enseñen a nuestras hijas, hijos y a quienes vendrán después.

Chile se encuentra en una encrucijada. En vez de retroceder en los avances que tanto costaron, debemos preguntarnos con altura de miras: ¿no será más acertado crear condiciones estructurales que motiven, valoren y apoyen a quienes optan por formar a las futuras y los futuros educandos del país?

La educación de calidad comienza con un buen maestro. Y un buen maestro no se improvisa: se forma, se respalda y se valora. Si no asumimos esa responsabilidad con urgencia, la pregunta “¿quién educará a las próximas generaciones?” dejará de ser retórica para convertirse en un problema real.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad