
Ciudades para una población envejecida
En un futuro con una población mayoritariamente mayor, repensar el desarrollo de nuestras ciudades no es algo opcional, es una necesidad, por lo que crear espacios públicos accesibles, saludables y equitativos debe ser el objetivo central de la planificación urbana para los próximos años.
Los resultados del Censo en Chile 2024 reflejan una realidad ineludible: en 20 años nuestra población estará significativamente envejecida. Este dato plantea un desafío crucial para la planificación urbana y la arquitectura, enfocado en cómo diseñar ciudades que sean funcionales, seguras y, sobre todo, amigables para las personas mayores.
No se trata solo de desarrollar políticas públicas que promuevan la inclusión de todos los grupos etarios, sino también de construir ciudades de “pausas”: espacios públicos diseñados para la movilidad lenta, el descanso y el acceso a servicios básicos. Aquí, los pequeños jardines urbanos cobran relevancia como recursos sanitarios que promueven el bienestar de la población.
En Chile, las políticas públicas no siempre consideran a los adultos mayores como peatones, usuarios del transporte público, o residentes que necesitan acceso seguro a servicios esenciales. El actual enfoque se basa en estándares que no reflejan la diversidad de cuerpos que transita por las calles, creando barreras que limitan la autonomía y el bienestar de los mayores.
El desarrollo urbano de las últimas décadas ha privilegiado la expansión territorial y la dependencia del automóvil, en desmedro de la provisión de espacios verdes accesibles. En las ciudades chilenas, estas áreas son escasas y están distribuidas de manera desigual: los barrios de mayores ingresos cuentan con mejor acceso, mientras que los sectores más vulnerables disponen de una oferta considerablemente menor.
Una de las principales consecuencias de este diseño deficiente es la reducción de la movilidad. La falta de mantenimiento en calles y veredas (el 32% de las veredas en Chile se encuentra en mal estado), la escasez de mobiliario urbano adecuado y la ausencia de espacios accesibles son obstáculos que obligan a las personas mayores a restringir sus movimientos. Esto tiene un efecto en cadena: se reduce la actividad física, se limita la participación social y se intensifica la sensación de aislamiento, contribuyendo a problemas de salud mental.
Un reciente estudio que realizamos junto a un grupo de investigadores en Valdivia y Osorno, financiado por Fondecyt, titulado “Bienestar mental y la influencia del lugar: Elementos del entorno construido que fomentan el bienestar mental en los espacios públicos de ciudades intermedias del sur de Chile”, revela cómo los pequeños espacios verdes en calles y plazas impactan el bienestar de la población.
En el estudio utilizamos metodologías que integran entrevistas de percepción y marcos psicológicos, a través de las cuales conocimos cómo las personas mayores de la ciudad experimentan su entorno. Los resultados demuestran que la diversidad de vegetación y los árboles altos en plazas y calles generan emociones positivas como calma, comodidad y tranquilidad.
Un entrevistado de 66 años, por ejemplo, recordaba con nostalgia cómo había plantado árboles en la plaza de su barrio, que ahora le traen “buenos recuerdos” y hacen que la calle sea “fresca y da gusto caminarla”. De manera similar, otro entrevistado de 68 años señaló que los árboles le daban sombra y la ayudaban a “refrescarse” y “tranquilizarse”.
Sin embargo, el mismo estudio también advirtió sobre la otra cara de la moneda. La vegetación frondosa y sin mantención provoca emociones negativas de alta activación como el miedo, el estrés y la inseguridad, especialmente en mujeres. Este es un punto crítico que demuestra que no toda la vegetación es intrínsecamente beneficiosa si no se planifica y cuida correctamente, particularmente en bordes de humedales y parques.
Por otra parte, el enfoque público ha favorecido el desarrollo de grandes parques, dejando de lado el valor que pueden tener los pequeños espacios verdes como plazas y platabandas, especialmente en áreas de alta densidad. Este tipo de espacios tiene un alto impacto en el bienestar emocional, especialmente en barrios densamente poblados y envejecidos como, por ejemplo, en Barrios Bajos en Valdivia, en donde la jardinería comunitaria en platabandas genera emociones positivas, como el disfrute y la tranquilidad, fortaleciendo la conexión con el entorno.
El desafío no está solo en aumentar la cantidad de áreas verdes, sino que también en pensar en su calidad: en su diseño, gestión y cercanía. Espacios pequeños, bien diseñados y mantenidos, pueden promover emociones positivas y mejorar la calidad de vida de las personas mayores, favorecer su desplazamiento y conectar con el entorno. Este enfoque requiere un cambio en la inversión pública, priorizando la mejora de áreas verdes de bajo costo y alta utilidad emocional.
En un futuro con una población mayoritariamente mayor, repensar el desarrollo de nuestras ciudades no es algo opcional, es una necesidad, por lo que crear espacios públicos accesibles, saludables y equitativos debe ser el objetivo central de la planificación urbana para los próximos años. El desafío está presente, y la respuesta debe ser un compromiso para gestionar entornos que nos permitan envejecer con bienestar.
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