
La inteligencia artificial y las profesiones “sentenciadas”
Una lectura crítica del estudio Microsoft–Cornell
Hace unos días me sorprendió descubrir que en medios de Argentina, Perú, México, España e Italia, entre otros, aprovecharon de un reciente estudio de Microsoft para publicar artículos con titulares alarmistas como “La IA va a quitarte el trabajo” o “Microsoft revela quiénes sobrevivirán”. Intrigado, me puse a leerlos y, para mi gran sorpresa, entre las profesiones “sentenciadas” figuraba la mía —la del historiador— junto a muchas otras: periodistas, traductores, escritores y agentes de viajes. Y la supuesta causa no estaba, por una vez, ni en recortes presupuestarios ni decisiones políticas, sino en la inteligencia artificial. Pues, todos esos artículos afirmaban que un reciente estudio realizado por Microsoft en colaboración con la Universidad de Cornell listaba las profesiones que ya podían ser reemplazadas por la IA, por realizar mejor las tareas, con mayor productividad y sin pedir salario alguno.
Confieso que por un momento me imaginé desempolvando calles en lugar de documentos de archivo, o presentando mi currículum en alguna empresa de dragado, pues, según esos textos, esa era una de las pocas ocupaciones manuales “menos amenazadas” por la IA. Estuve a punto de hacerlo, pero antes decidí revisar la fuente original. Fue entonces cuando descubrí lo que realmente decía el estudio. El informe Working with AI: Measuring the Occupational Implications of Generative AI (Tomlinson et al., Microsoft–Cornell, julio 2025) “analiza 200.000 conversaciones anonimizadas y depuradas entre usuarios y Microsoft Bing Copilot” (Tomlinson et al., 2025, p. 2). Este corpus se cruza con una taxonomía O*NET que contiene “más de 18.000 tareas y 332 actividades laborales” (Tomlinson et al., 2025, p. 5). Para cada interacción se identifica el “user goal” (la tarea buscada) y la “AI action” (la función cumplida por la IA), y combinando retroalimentación (pulgar arriba/abajo) con métricas de éxito y cobertura se calcula un “AI applicability score para cada ocupación” (Tomlinson et al., 2025, p. 6). Este índice mide el porcentaje de actividades de una ocupación que la IA puede asistir —no automatizar completamente ni reemplazar total o automáticamente la profesión— (Tomlinson et al., 2025, p. 3). Los resultados muestran que “las actividades laborales más comunes para las que las personas buscan asistencia de la IA implican recopilar información y redactar” (Tomlinson et al., 2025, p. 7), mientras que las tareas que la IA efectivamente realiza incluyen “proporcionar información y asistencia, redactar, enseñar y asesorar” (Tomlinson et al., 2025, p. 8). Las ocupaciones con “los índices de aplicabilidad de IA más altos” pertenecen a grupos como “trabajo de conocimiento (computer and mathematical), soporte administrativo de oficina, y también ocupaciones como ventas que implican ofrecer y comunicar información” (Tomlinson et al., 2025, p. 10). En contraste, los roles manuales o físicos —como construcción, extracción o transporte de maquinaria pesada— muestran una baja aplicabilidad, cercana al 5–10 % (Tomlinson et al., 2025, p. 11).
Leer este informe me hizo entender que los titulares y artículos que había visto, obsesionados con el clic fácil y cargados de un sentido apocalíptico, desvirtuaban por completo su alcance y contenido. Lejos de ser un vaticinio de desempleo masivo, el estudio conjunto de Microsoft y Cornell es más bien un mapa de colaboración hombre–máquina que delimita e identifica aquellas tareas que podrán ser siempre más y mejor asistida por la IA. De modo que al confundir, o querer confundir, asistencia con sustitución muchos medios generaron un pánico infundado que no solo distorsiona la realidad, sino que nos distrae de los verdaderos desafíos que plantea esta nueva era tecnológica: la inteligencia artificial no se presenta simplemente como un reemplazo mecánico de trabajadores, sino como una herramienta que transforma profundamente las formas de trabajo y las competencias requeridas.
En lugar de preocuparnos por una pérdida inmediata e irreversible de empleos, debemos focalizar nuestra atención en cómo adaptar habilidades profesionales y personales para integrarlas con estas nuevas tecnologías. Esto implica repensar los modelos educativos y de formación continua para que preparen a los individuos para colaborar con sistemas inteligentes, potenciar su capacidad crítica y creativa, y desarrollar competencias que las máquinas no pueden replicar, como la empatía, el juicio ético, la comprensión crítica y contextual del pasado, pues sin ella difícilmente podremos entender nuestro presente y desarrollar el pensamiento complejo tan necesario en estos tiempos de cambio vertiginoso.
Asimismo, es indispensable diseñar políticas públicas que faciliten esta transición, promoviendo la reconversión laboral, el acceso equitativo a las tecnologías y el fortalecimiento de redes de protección social que amortigüen los impactos en los sectores más vulnerables. En suma, el verdadero reto no es solo tecnológico, sino profundamente social y cultural: debemos comprender qué aspectos del trabajo humano siguen siendo exclusivamente humanos y cómo valorizarlos en un mundo cada vez más asistido por la inteligencia artificial.
Aquí, la universidad juega un papel central no solo en la formación de profesionales capaces de interactuar con estas tecnologías, sino especialmente por su función como espacio donde se desarrollan las ciencias sociales y humanas. Sin estas disciplinas no podremos contar con una ciudadanía informada, crítica y responsable, ni con el pensamiento reflexivo necesario para diseñar políticas públicas y marcos éticos que guíen responsablemente la incorporación de la tecnología en nuestras sociedades.
Para que conste, no envié mi currículum a la empresa de dragado. En cambio, dediqué mis energías a desentrañar el informe y compartir aquí sus conclusiones principales, para que quien esté interesado pueda leerlo y, sobre todo, para que nadie busque un nuevo trabajo por culpa de artículos engañosos y amarillistas. Y bien digo que fue una decisión afortunada, porque habría sido un pésimo operador de maquinaria pesada. Claro está, siempre y cuando alguien se atreviera a contratar a un historiador para ese trabajo.
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