
¿Por qué quiere Trump a los militares en Washington?
Ya no se requieren golpes de Estado propiamente tales para pasar por encima de la Constitución y la democracia. Basta observar los interminables gobiernos de mandatarios como Vladimir Putin, Nicolás Maduro, Nayib Bukele, Tayyip Erdogan, Viktor Orbán o Daniel Ortega.
Paso a paso, moviendo sus fichas en distintas áreas del tablero, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se parece más a un gobernante autoritario tradicional, que va acumulando el poder, desmantelando cualquier contrapeso a su autoridad, desprestigiando a sus opositores y blindándose en la potencia militar.
En un momento histórico en que la verdad pierde valor frente al virus de mentiras en las RRSS, y las declaraciones sin contrapeso de autoridades –cada vez más numerosas– que solo buscan satisfacer sus intereses, Trump avanza sin contemplaciones hacia una meta tan grandilocuente como imprecisa, que llamó MAGA, y que consiste en devolver a Estados Unidad su grandeza.
Como todos los líderes autoritarios de la historia, seguramente, también Trump piensa que solo él puede lograr que tal objetivo se cumpla. Y, por lo tanto, debe actuar en consecuencia, aunque tenga que pasar por sobre las reglas establecidas y distorsionar la realidad cada vez que esta no se ajuste a sus deseos.
Así ocurrió hace unos días cuando decidió desplegar la Guardia Nacional en la capital del país para combatir la delincuencia que, según él, es peor que en “algunos de los peores lugares del mundo”. Nada importó que la alcaldesa de la ciudad, la demócrata Muriel Bowser, informara que los delitos violentos en Washington D.C. se encuentran en el nivel más bajo de los últimos 30 años. Los informes de la policía muestran una reducción de los delitos del 7% en lo que va desde este, incluyendo una disminución del 26% en los delitos violentos.
Nada importó la realidad. Los militares ya se apostaron en la ciudad.
La Guardia Nacional es la principal fuerza militar para mantener el orden público dentro del país. El gobernador de cada Estado es el encargado de convocarla frente a catástrofes naturales y a protestas ciudadanas que superan el control de la policía. El presidente solo puede activarla en tres situaciones: si Estados Unidos es invadido o está en peligro de invasión por una nación extranjera, si existe una rebelión o peligro de rebelión contra el Gobierno y, finalmente, si el presidente no puede ejecutar las leyes con las fuerzas regulares.
En junio pasado, Donald Trump –contra la voluntad del gobernador de California, Gavin Newsom– utilizó la excusa del “peligro de rebelión” para militarizar Los Ángeles y sofocar las protestas que surgieron en contra de la política de deportaciones de su Gobierno. La acción militar se prolongó por casi dos meses, sin que las acciones judiciales del gobernador lograran desmantelarla.
La operación Washington resultó menos compleja, ya que la capital no pertenece a un Estado específico y, por tanto, no tiene un gobernador que se oponga a los deseos presidenciales.
Si la delincuencia no es un razón de peso para activar a la Guardia Nacional en la capital, cabe preguntarse para qué quiere Trump a los militares en Washington.
Nada indica que se avecine algún desastre natural en sus alrededores. Por lo tanto, es posible que el presidente anticipe algún tipo de rebelión, como la que lo motivó a militarizar Los Ángeles.
¿Contra qué podrían protestar masivamente los habitantes de la capital? No lo hicieron frente a la intervención de la universidades, tampoco frente a los recortes presupuestarios en sectores tan relevantes como salud y seguridad social, ni su decisión de gobernar por decretos, ni el enriquecimiento de la familia Trump gracias a su política frente a las criptomonedas, ni siquiera los despidos masivos de empleados públicos que afectaron a cerca de 300 mil personas.
¿Podrá ser la economía un detonante social? Hasta ahora, las predicciones catastrofistas frente a su guerra comercial contra el mundo no se han concretado. Pero el presidente no corre riesgos y, hace un par de semanas, despidió a la jefa de la Oficina de Datos Laborales, Erika McEntarfer, acusándola de manipular los datos de empleo que mostraban un debilitamiento en los meses anteriores.
Al mismo tiempo, no ha dejado de atacar y desprestigiar al presidente de la Reserva Federal y otros altos funcionarios para que renuncien y le dejen el camino libre para influir en la decisiones de la institución. Quizás sea la economía el fantasma que ronda en su cabeza.
Pero, tal vez, su temor a una protesta esté en el ámbito político. La Constitución estadounidense establece que una persona solo puede gobernar durante dos períodos, por lo tanto, Donald Trump no podría reelegirse en 2028, al final del actual mandato. Considerando las características del presidente, recordando el ataque al Capitolio que protagonizaron sus adherentes en enero de 2021 cuando pretendió desconocer el triunfo de Joe Biden, y dado que es difícil cumplir las grandes promesas en solo cuatro años, no se puede descartar que Trump intente una fórmula para mantenerse en la Casa Blanca más allá de su fecha de término. ¿No es eso lo que hacen los gobiernos autoritarios?
Quizás esto explique la militarización de Washington por estos días. Solo un ensayo.
Ya no se requieren golpes de Estado propiamente tales para pasar por encima de la Constitución y la democracia. Basta observar los interminables gobiernos de mandatarios como Vladimir Putin, Nicolás Maduro, Nayib Bukele, Tayyip Erdogan, Viktor Orbán o Daniel Ortega.
En su primer año en la Casa Blanca, Donald Trump ha demostrado su capacidad para gobernar más allá de todo contrapeso y fiscalización. Esto sin duda está debilitando la democracia estadounidense. Está por verse si la sociedad reaccionará a tiempo para que el poder siga distribuido, equilibradamente, en distintas instituciones del Estado, y evitar así que un presidente elegido democráticamente avance hacia el poder total, como en otras latitudes.
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