
Nuevo ciclo político en Bolivia
Solo resta saber si esa nueva senda la inaugurará un líder emergente y con nuevas ideas, como es Rodrigo Paz, o uno tradicional a partir de una mayor experiencia institucional, como Jorge Quiroga. Cualquiera que gane deberá concitar un apoyo mayor para poder llevar adelante un programa de gobierno.
El domingo pasado se llevaron a cabo las elecciones de presidente y Congreso en Bolivia. Su resultado fue sorpresivo, alcanzando el primer lugar el senador y exalcalde de Tarija, el democratacristiano Rodrigo Paz, con el 32,1% de los votos. Al no configurarse los escenarios para ser electo en primera vuelta, habrá balotaje el 19 de octubre. En segundo lugar, quedó el centroderechista Jorge “Tuto” Quiroga, con el 26,81%. Fue una elección participativa con casi 80% del padrón.
El resultado fue inesperado en una doble dimensión. En primer término, porque el Movimiento al Socialismo (MAS), que llevaba 20 años gobernando –salvo un breve interludio posterior a la defenestración de Evo Morales en 2019–, fue literalmente obliterado, y porque un candidato hasta entonces desconocido a nivel nacional, de un partido menor, sacó la primera mayoría, relegando al tercer lugar a quien las encuestas posicionaban primero, Samuel Doria. Esto significa que es la primera vez en dos décadas que en la papeleta no habrá un candidato de izquierda.
En los 20 años del MAS con Evo Morales (2006-19) y Luis Arce (2020-25), la constante política fue la división de la oposición y su consecuente debilidad, lo que permitió un control cada vez más amplio de toda la institucionalidad por parte del Gobierno del MAS, lo que a su vez aumentó la debilidad opositora y sus posibilidades de generar alternancia.
La victoria de dos candidatos opositores fue posible fundamentalmente por la implosión del MAS, pero también por la grave crisis económica y social que afecta al país, estando ambos fenómenos relacionados.
Evo Morales –quien, recordemos, fue forzado a renunciar en 2019 por acusaciones de fraude en su intento inconstitucional de reelegirse indefinidamente– nunca abandonó sus pretensiones de volver al poder y, aunque su partido retomó las riendas del país en 2020 con Luis Arce, desde entonces comenzó una feroz pugna interna por el control partidario y su proyección, lo que terminó con el mismo Morales yéndose del MAS y fundando una nueva agrupación.
Esa división interna paralizó al Gobierno, el que no supo hacer frente a los problemas económicos, los que derivan del modelo instalado por el MAS con un control estatal excesivo y una distribución insostenible vía subsidios, que asfixió la inversión, impidiendo la generación de riqueza, y desangró las finanzas públicas.
Bolivia, que al comienzo del Gobierno de Morales se estaba convirtiendo en una potencia gasífera, generando recursos para elevar el nivel de vida de la población con perspectivas cada vez mejores, con las medidas que implementó, terminó espantando la inversión extranjera y hoy el país se ha degradado económicamente y sufre de una aguda carencia de combustible, falta de divisas y una alta inflación.
El quiebre del MAS se tradujo en dos candidaturas que entre ambas sacaron un magro 11,5%. Eduardo Castillo, por la facción de Arce, y Andrónico Rodríguez, como opción renovadora entre los sectores enfrentados. Morales por su parte, inhabilitado por la Justicia para presentarse a las elecciones, promovió el voto nulo, lo que habría restado aún más papeletas a la izquierda. Los votos nulos sumaron 1.165.000, el 18,9%, muy por encima del promedio de los pasados comicios, que rondaba el 3,7%.
En materia parlamentaria, la oposición también arrasó. Si en el Congreso saliente el MAS tenía mayoría en ambas Cámaras, en la elección actual pasó a tener solo 1 diputado y desapareció del Senado.
El Partido Demócrata Cristiano, del candidato Rodrigo Paz, obtuvo 15 de 36 asientos en el Senado, seguido de Alianza Libre de Quiroga, con 12. En los lugares tercero y cuarto las agrupaciones de Samuel Doria (derecha) y Manfred Villa obtuvieron 8 y 1 curules, respectivamente. Aunque ningún partido tiene mayoría, el predominio de la derecha es claro.
En la Cámara de Diputados, de 130 escaños, se da el mismo panorama, sin el control de un partido. Los democratacristianos obtuvieron 51 cupos, Alianza Libre 41 y Alianza Unida de Samuel Doria 22. La izquierda, sumando al único electo del MAS, sacó 7 diputados.
Independientemente del que salga electo el 19 de octubre, esta elección marca un cambio de ciclo para Bolivia, lo que sin duda repercutirá en el entorno vecinal.
En 2006, Evo Morales alcanzó la presidencia de la nación y el control del Congreso, siendo el primer indígena en la historia republicana de Bolivia en llegar a ese cargo. Desde ahí introdujo profundos cambios políticos. Tempranamente se alineó con el socialismo del siglo XXI impulsado por el venezolano Hugo Chávez. Inspirado en esa ideología, promulgó una nueva Constitución, lo que ocurrió casi en paralelo al Ecuador de Rafael Correa. La nueva Constitución consagró la plurinacionalidad del país, rompiendo así el histórico predominio de la élite tradicional
Ese alineamiento derivó en la participación en instancias como el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. Evo Morales también tuvo un activo rol regional, procurando expandir el indigenismo como ideología política. En ese aspecto destaca la creación de RUNASUR, organización transnacional fundada en 2021 con el objetivo de articular movimientos sociales, indígenas, sindicales y populares de América Latina en torno a una visión de una “América Plurinacional”. Ese activismo y la permanente intención de incidir en sus vecinos peruanos y chilenos, se tradujo en roces permanentes con ambos países.
Con Chile trató de recuperar el acceso marítimo, amenazando con desahuciar el Tratado de Paz de 1904 y también mediante el litigio ante la Corte Internacional de Justicia, fracasando en ello.
La estrepitosa derrota de su proyecto apunta más allá de una alternancia. El MAS era uno de los pocos sobrevivientes del socialismo del siglo XXI. Este movimiento combinó la imposición del autoritarismo político con una visión económica estatista y centrada en la redistribución populista. Esa receta ha sido un absoluto fracaso en todos los países que la aplicaron. Aquellos que escaparon de la dictadura, como Ecuador y Bolivia, han experimentado un serio deterioro económico (para qué hablar del dramático caso venezolano).
La población boliviana dio una potente señal de querer un radical cambio de rumbo. Eso lo captó muy bien el candidato Rodrigo Paz, quien en su discurso la noche del triunfo de la primera vuelta dijo: “Lo que queremos es la reconstrucción de la patria. Que la economía sea de la gente y no del Estado”. El político centró su campaña en la lucha contra un Estado burocrático, que obstaculiza la labor privada.
Rodrigo Paz es hijo del expresidente Jaime Paz Zamora (1989-93) y, aunque no había destacado en la escena nacional, representa una alternativa distinta a la élite tradicional, como sucede en el caso de Quiroga. Por eso, y porque Samuel Doria le endosó su apoyo, es quien tiene más probabilidades de triunfar en octubre.
En política regional y, particularmente, en la relación con Chile, ha dado luces de buscar un acercamiento que permita a ambos países una relación fructífera en torno a tantos desafíos y oportunidades comunes.
Si bien lo que está ocurriendo en Bolivia responde a sus propias condiciones, hay elementos que trascienden el ámbito doméstico, como es la concepción sobre el rol del Estado y la forma de desarrollar la economía.
Buena parte de los gobiernos de izquierda de la región, particularmente aquellos seducidos por el socialismo del siglo XXI, apostaron por recetas sesenteras de nacionalización, empresas estatales y restricciones a la inversión extranjera, con alzas impositivas y esquemas de subsidios que a la larga han causado crisis fiscales y pesados endeudamientos, sin solucionar las situaciones de pobreza más allá del asistencialismo de las transferencias.
Lo que fue la “marea rosa” (extensión de gobiernos de izquierda en la región), cuya última recurrencia se dio entre 2018 y 2022 con la instalación de los gobiernos en México (AMLO, 2018), Argentina (Fernández, 2019), Bolivia (Arce, 2020), Perú (Castillo, 2021), Chile (Boric, 2021), Colombia (Petro, 2022), Brasil (Lula, 2022), parece a punto de dar lugar a un movimiento contrario en la mayoría de estos países, cuyas elecciones serán también dentro de los próximos meses.
En todos ellos la gente pide desarrollo económico, que en el esquema actual parece ser incompatible con el papel del Estado, y de ahí que estén favoreciendo opciones que privilegian el rol privado y recortes a la burocracia estatal.
Bolivia ha iniciado un nuevo ciclo político tras 20 años del MAS bajo la figura de Evo Morales. Solo resta saber si esa nueva senda la inaugurará un líder emergente y con nuevas ideas, como es Rodrigo Paz, o uno tradicional a partir de una mayor experiencia institucional, como Jorge Quiroga. Cualquiera que gane deberá concitar un apoyo mayor para poder llevar adelante un programa de gobierno.
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