Publicidad
Cuando las mujeres no cotizan, Chile entero pierde Opinión

Cuando las mujeres no cotizan, Chile entero pierde

Publicidad

Incorporar plenamente a las mujeres en el mercado laboral no es solo un acto de justicia; es una condición indispensable para la sostenibilidad económica y social del país.


Las últimas cifras sobre la caída de la densidad de cotizaciones previsionales de las mujeres en Chile —que ya promedian menos del 50%— deberían encender todas las alarmas. No se trata de un dato aislado ni de un tecnicismo previsional: es el espejo de un mercado laboral que sigue castigando, de manera estructural y persistente, a las trabajadoras.

El panorama es conocido, pero no por eso menos preocupante. Las mujeres enfrentan un triple obstáculo que las empuja hacia la precariedad: mayores tasas de desempleo, una fuerte concentración en empleos informales y trayectorias laborales fragmentadas por las responsabilidades de cuidado, que continúan recayendo casi exclusivamente sobre ellas. La consecuencia es clara y dolorosa: menos años de cotización, pensiones más bajas y una vejez marcada por la incertidumbre económica.

El sistema previsional, en este sentido, no es el origen del problema, sino su caja de resonancia. Cada laguna laboral acumulada por una trabajadora es la huella de un modelo productivo y cultural que naturaliza que ellas se hagan cargo de los cuidados sin apoyo suficiente del Estado ni del mercado. Y cada punto que retrocede la densidad de cotizaciones no solo amplía la brecha de género, sino que erosiona silenciosamente la seguridad social del país entero.

Frente a esto, los parches de corto plazo —seguros de lagunas, subsidios acotados o programas piloto— resultan insuficientes. Son medidas que administran el síntoma, pero no tocan la raíz del problema: la precariedad laboral femenina. Chile necesita una estrategia integral que se tome en serio la urgencia de cerrar la brecha.

Algunas políticas ya están sobre la mesa hace años y no pueden seguir postergándose. La sala cuna universal, por ejemplo, es una promesa que se ha transformado en símbolo de la inacción: todos reconocen su importancia, pero las mujeres siguen esperando. La flexibilidad laboral, que podría facilitar la conciliación entre trabajo y cuidado, debe implementarse con resguardos claros para que no se traduzca en empleos más inestables y mal pagados. Y las pymes —que generan gran parte del empleo femenino— requieren incentivos concretos para contratar y retener mujeres en trabajos formales y con seguridad social.

El problema no es solo de equidad. También es económico. Cada mujer que se queda fuera del empleo formal es talento perdido para el país, productividad que no se desarrolla y recursos humanos que se desaprovechan. Además, cada brecha acumulada en las cotizaciones de hoy se transformará en presión para las finanzas públicas mañana, cuando el Estado deba asumir pensiones más bajas y mayores niveles de vulnerabilidad social.

En un país que envejece rápidamente, persistir en un modelo que expulsa a las mujeres del trabajo formal es un lujo que Chile no puede darse. Si queremos un sistema previsional sostenible, debemos comenzar por lo esencial: generar empleo digno, estable y protegido para ellas.

La conclusión es simple y contundente: no hay política social más efectiva que el empleo formal. Incorporar plenamente a las mujeres en el mercado laboral no es solo un acto de justicia; es una condición indispensable para la sostenibilidad económica y social del país.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad