
Una cuestión de tiempo
Contexto para el proyecto de ley sobre uso de smartphones en colegios.
Cada siglo, como si se tratase de una novela, tiene sus propios motivos principales o leitmotiv, los que definen los desafíos de la sociedad y determinan la vida de las personas. Si se me permite hacer una aseveración, los tres motivos que marcan nuestras vidas a un cuarto del siglo actual son (1) La necesidad de determinar, implementar y practicar mínimos éticos que permitan la convivencia multicultural de diversas religiones/ideologías, (2) La necesidad de reflexionar sobre el proceso de globalización y darle un cause institucional y (3) La forma cómo las personas aprenden a tratar con los vertiginosos cambios tecnológicos que trae consigo la época actual. Quisiera referirme a este último punto, particularmente, ahondando en la necesidad de reflexionar en torno al tiempo como elemento básico a la hora de interactuar mediante/con los dispositivos tecnológicos de comunicación teniendo a la vista que actualmente se discute un proyecto de ley que regula su uso al interior de los colegios.
La idea que es perentorio reflexionar en torno a la forma como los seres humanos interactuamos con la tecnología no es propia del s.XXI si no al menos del s.XX, acaso cuyo desarrollo más acabado pertenece a Heidegger. En su ensayo Serenidad el filósofo advierte ya en 1955 que los nuevos inventos tecnológicos nos están vaciando de pensamientos, arrinconándonos, llevándonos a huir de nosotros mismos. Así, el pensar se ha vuelto lógico y calculador, perdiendo su capacidad de reflexionar-contemplar. Dos pensadores de la actualidad, Byung-Chul Han y Hartmut Rosa, el primero quien ha elaborado una relectura de Heidegger y ambos ejecutando un importante trabajo de masificación de sus reflexiones, han enfatizado la relevancia que juega el tiempo como elemento fundamental en nuestra percepción, vivencias y organización del mundo (particularmente las obras El Aroma del tiempo (2014) de Byung-Chul Han y Aceleración social (2005) y Resonancia (2016), de Hartmut Rosa). Es precisamente este fenómeno, nuestro pulso de vida en relación con los artefactos tecnológicos y nuestro entorno, lo que debe ser investigado y protegido.
Parafraseando a San Agustín, si no nos preguntan qué es el tiempo, sabemos lo que es, si nos preguntan, no sabemos lo que es. Aunque resulte un fenómeno indescifrable al intelecto, es al menos relevante plantearse de forma introspectiva cuál es el ritmo de vida con que deseamos vivir. La introducción de nuevos mecanismos tecnológicos no solo en el área de comunicaciones si no de la producción o el empleo en general han tendido a acelerar significativamente los ritmos de vida. Este hecho, salvo en la literatura producida en los últimos veinte años, no ha sido suficientemente tomado en serio en nuestras prácticas de vida ni en las políticas públicas. ¿Qué acciones merecen un ritmo acelerado y cuáles uno apaciguado? ¿Qué consecuencias trae la aceleración personal y social que vivimos actualmente? ¿Qué medidas pueden ser ejecutadas a nivel personal y social para generar conciencia en torno a la necesidad de encontrar un paso adecuado al ritmo humano de determinadas experiencias?
Para reflexionar sobre este punto, ofreceré a continuación tres niveles de la concepción del tiempo en relación con el uso de artefactos tecnológicos en el área de las comunicaciones.
El primer nivel tiene que ver con la cantidad de tiempo que pasamos frente a pantallas y las consecuencias que ello acarrea. Un estudio elaborado por Electronic Hubs el año 2023 indica que los chilenos dedican cerca de 8 horas y 36 minutos diarios de exposición a pantallas. Ha sido la introducción y masificación de smartphones (los que permiten conexión a internet en cada momento y casi en cualquier lugar), el punto de quiebre que ha hecho que cada vez las personas pasen menos tiempo en la realidad real.
Este hecho no es trivial. Fuera de las pantallas se participa en sociedad, se pasa tiempo con la familia y amigos, se fortalecen los elementos que nos convierten en los animales humanos sociales que somos. La participación en sociedad recuerda que la sociedad existe, alivia la ansiedad existencial, crea confianza mutua y en la institucionalidad, da sentido de pertenencia, valoriza la discusión privada y pública y es importante para fortalecer los sistemas de participación democrática. La interacción humana, debilitada por las pantallas y las tecnologías que fomentan el solipsismo, es una actividad más valiosa e imprescindible de lo que se ha considerado en los últimos años.
El excesivo uso de redes sociales ha llevado al aumento de suicidios, intentos de suicidio, lesiones corporales, y trastornos de ansiedad y depresión en los jóvenes de Estados Unidos (véase: Haidt, Jonathan (2024): The anxious generation, Penguin Books, UK, pp. 30, 31). En Chile la situación no parece ser diferente. El institutio Grupocetep, que aboga por la salud mental infantojuvenil, ha manifestado su preocupación por el aumento de trastornos mentales en jóvenes y niños en los últimos quince años, siendo la llegada de los teléfonos inteligentes un factor determinante. Producto de la introducción de smartphones y la masificación de internet en todas partes y a toda hora los adultos se juntan cada vez menos con sus amigos. ¿Dónde estamos yendo a dejar nuestro tiempo? ¿Es la realidad virtual un paisaje en el que vale la pena cultivar todo el tiempo que le estamos invirtiendo? ¿Cuáles son los frutos tangibles que nos trae hacer scrolling, ver videos, memes, fotos de terceros? Cuando vemos fotos de otras personas (amigos, terceros), ¿es verdaderamente una interacción propiamente social lo que está ocurriendo o se trata de un mero traspaso de información tan breve como un chasquido de dedos?
El segundo nivel está relacionado al tiempo dedicado a cada actividad de forma exclusiva, es decir, a nuestra capacidad de concentración. El uso de artefactos tecnológicos de comunicación a menudo desconcentra de una tarea principal. Nos encontramos cultural y biológicamente ya tan acostumbrados a ser bombardeados con estímulos externos al momento de utilizar el computador que incluso cuando nos encontramos fuera de un ambiente computarizado tendemos a buscar el golpe de dopamina en nuestros teléfonos móviles. Internet y su ecosistema que está diseñado exprofeso por profesionales para acaparar nuestra atención y fragmentarla con decenas de temas y ofertas, de tal forma que finalmente no se puede ejecutar el pensamiento crítico o pensamiento lógico lineal (véase: Carr, Nicholas (2020): The shallows: What internet is doing to our brains, Norton & Company, New York, p. 64).
Nos encontramos desde hace años perdiendo continuamente la capacidad para pensar críticamente y para concentrarnos. La primera de estas capacidades es fundamental no solo para comprehender la realidad y evaluarla correctamente, si no también para crear las circunstancias que permiten un ejercicio político-deliberativo saludable (discutir con fundamentos, discernir mensajes políticos verdaderos de los falsos, elaborar un discurso de lo deseable políticamente conforme a razones justificadas, etc.). La segunda de estas capacidades es central porque nos permite comportarnos como seres humanos, aprender un oficio o un deporte, disfrutar. Las recientes investigaciones en el área de la neuro-plasticidad indican que la regeneración de redes neuronales requiere dedicarse a desarrollar actividades que producen nuevos cableamientos cerebrales de manera concentrada y durante un período extenso de tiempo (véase: Carr, Nicholas (2020): The shallows: What internet is doing to our brains, Norton & Company, New York, p. 34). Un plan de disciplina autoconsciente respecto a la forma y frecuencia con que utilizamos los dispositivos tecnológicos es un paso para cuidar nuestros estados mentales, cerebros así como nuestra interacción en comunidad.
El tercer nivel se reviere al tiempo en relación con el ritmo con el que interactuamos entre humanos y con la naturaleza, a nuestra resonancia con el entorno. La interacción social, el espacio que reservamos para compartir en persona, vale la pena ser preservado y protegido frente a la tentación del aislamiento emocional inducido por el uso de artefactos tecnológicos de comunicación, en el entendido intuitivo hoy ya extendido que la comunicación en persona es irremplazable. Al mismo tiempo, las características de tal interacción merecen ser también observadas. Solo la interacción personal depurada de distracciones tecnológicas como la mensajería instantánea permite comprender al otro, generar empatía y construir una otredad enriquecida. Para que la belleza de una conversación, los acordes de la música, un cuadro o la contemplación de la naturaleza produzca mundo interno en nosotros, para que resuene en nosotros, es necesaria la lentitud en el intercambio, la experiencia serena. El mal hábito del multitasking resulta una amenaza de empobrecimiento.
Es solo una cuestión de tiempo hasta que se vuelva ineludible reflexionar en torno a políticas públicas en el área de educación y salud mental orientadas a generar consciencia respecto a llevar una dieta mental saludable en torno al uso comedido de tecnologías de la comunicación. No solo en niños y adolescentes, cuestión hoy urgente, si no también en adultos. Una de las fundamentales preguntas de este siglo se trata ya no de qué es el tiempo, cuestión que ocupó bastante a los pensadores del siglo pasado, si no de cuánto tiempo (y a qué ritmo) es deseable dedicar a experimentar vivencias en la realidad real.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.