
Un océano que empieza a respirar
Chile tiene motivos especiales para celebrar. Fue el segundo país del mundo —y el primero en Latinoamérica— en ratificarlo.
El océano, vasto y aparentemente inabarcable, había permanecido durante siglos en una penumbra legal. Más allá de las fronteras marítimas de los Estados, alta mar era un espacio marítimo sin reglas claras, abierto a la explotación y a la falta de controles, pero también considerado como un bien común de la humanidad. Ahora, tras alcanzarse la ratificación del Tratado de Alta Mar por 60 países, esa oscuridad comienza a disiparse. A partir del 17 de enero de 2026, el planeta contará por primera vez con un marco jurídicamente vinculante para proteger dos tercios de la superficie oceánica mundial.
No se trata de un trámite diplomático más: hablamos de un verdadero punto de inflexión. El acuerdo —también conocido como BBNJ— permitirá crear Áreas Marinas Protegidas en aguas internacionales, exigir evaluaciones de impacto ambiental a actividades extractivas y promover la cooperación científica. Son pasos concretos hacia la meta global del 30×30, que busca resguardar al menos el 30 % de los océanos y la tierra para 2030.
La magnitud de este hito, en palabras de Kirsten Schuijt, directora de WWF Internacional, representa “un logro monumental para la conservación de los océanos”.
Pero la ratificación no es un punto de llegada, sino que una oportunidad para mejorar el statu quo, siempre que exista cooperación y transparencia entre todos los actores: pesca, transporte marítimo y minería. Después de todo, alta mar no pertenece a nadie, pero es responsabilidad de todos.
Chile tiene motivos especiales para celebrar. Fue el segundo país del mundo —y el primero en Latinoamérica— en ratificarlo. Además, ha impulsado la candidatura de Valparaíso como sede de la Secretaría Técnica de este nuevo acuerdo, con apoyo de diversas organizaciones, entre ellas WWF Chile. Además, el tratado fortalece iniciativas regionales como el Corredor Azul del Pacífico, que protege las rutas migratorias de ballenas y otras especies altamente migratorias en nuestra costa y a lo largo de toda la región latinoamericana del Pacífico Oriental
La urgencia es evidente. Apenas el 1% del alta mar cuenta hoy con algún tipo de protección, pese a su rol crucial: sustenta pesquerías, regula el clima —absorbiendo un 23% de las emisiones humanas de carbono en la última década— y alberga cientos de miles de especies. Sin regulación, las aguas internacionales han sido blanco de pesquerías industriales subsidiadas que degradan ecosistemas enteros.
Por tanto, enfatizamos, la próxima entrada en vigor del tratado no es un final, sino el inicio de un desafío mayor: convertir la letra en acción. En 2026 se celebrará la primera Conferencia de las Partes, donde se definirán los mecanismos concretos de protección. Ese será el verdadero examen para la comunidad internacional, que deberá hacer frente a diversas presiones, como la de la minería submarina, y también avanzar en Áreas Marinas Protegidas cruciales, como la de la cordillera de Nazca.
El océano, que cubre más del 70 % del planeta, ha esperado demasiado tiempo. Ahora, con este tratado histórico, la humanidad tiene la oportunidad —y la obligación— de saldar esa deuda.
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