
Boric: humanidad y verdad, claves para el futuro mundial
Ese discurso en Naciones Unidas deja una huella que será persistente, cuando se analicen los méritos de Chile en sus aportes al mundo del siglo XXI.
Es comprensible que de la intervención del Presidente Boric en Naciones Unidas los mayores ecos en el país se hayan dado en torno a la postulación de la expresidenta Michelle Bachelet al cargo de secretaria general de ese organismo mundial. Pero al final, como pasa cada tanto en Chile, la discusión ni siquiera tiene que ver con los méritos de la exmandataria como candidata a ese cargo –eso no admite mayor discusión–, sino con la oportunidad de hacerlo. De nuevo la coyunturitis aguda nos encandila. No vemos que lo importante en esa propuesta ha sido demostrar que Chile tiene méritos, más allá de su excelente candidata, para postular a una ciudadana de este país a esa alta responsabilidad mundial.
Siendo lo que somos, un país mediano, hay en nuestra historia contemporánea suficientes muestras de que, desde el sur del mundo, no nos achicamos ante responsabilidades mayores que van en beneficio del convivir internacional.
En un reciente libro que recoge un diálogo con su nombre, INSULZA, el senador, excanciller y exsecretario general de la OEA, lo subraya bien: “Permíteme decirlo así: somos capaces para eso y no eludimos la responsabilidad cuando nos toca… Ahí está lo aportado por Hernán Santa Cruz en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el papel de Felipe Herrera en echar a andar el BID. ¿De dónde surgió la idea de una Cumbre Mundial del Desarrollo Social? De Chile, con Juan Somavía. Y si mañana se dan las condiciones y la presidenta Bachelet es elegida primera secretaria general de Naciones Unidas, sabrá hacerlo. Tiene oficio para eso”.
Es desde esa lógica, la de los méritos de Chile, donde toma toda su dimensión el último discurso del Presidente Boric en Naciones Unidas. Hay un eje central en sus palabras: “Más que hablar de cifras, de condenas o de exigencias que resuenan entre estas paredes, quisiera hoy día hablar de humanidad”. Sabemos que el concepto de humanidad lo ha instalado el Mandatario chileno con fuerza en sus intervenciones internacionales. Y es válido rescatar esa mirada suya como nutriente de los principios que dan forma a nuestra política exterior. Una mirada que viene de quien ha vivido más años de su vida en el siglo XXI que en el anterior.
Por eso, inevitablemente, junto con asumir las lecciones de la historia del país y del mundo, se convierte en un líder con exigencias nuevas para el devenir de lo que somos local y globalmente. Alguien que dice: “Uno de los motivos por los que nos reunimos aquí, quizás el principal, es que seguimos teniendo fe en la humanidad. Nuestros corazones no pueden, no podemos permitir que dejen de conmoverse frente el dolor, frente a la necesidad de otros como nosotros”.
Ya hemos escuchado a más de alguien decir que Boric aparece más como un líder militante que como un Jefe de Estado. Es una dicotomía falsa, porque en las condiciones del mundo actual lo que se necesita son gobernantes que asuman con compromiso profundo los desafíos contemporáneos. Que sean militantes de verdades ineludibles, desde las cuales crear nuevas condiciones de vida, de derechos, de justicia, de respetos mutuos para la humanidad.
Ya está dicho, hay un tiempo internacional que va quedando atrás y reclama ser renovado, donde los debates se hagan sobre verdades y no sobre afirmaciones falsas que, de tan repetidas, hacen de la mentira una referencia creíble.
Esto de la mentira impregnando realidades internacionales no es nuevo para Chile. Boric rescata aquel momento en que el entonces Presidente Lagos exige tener pruebas concretas de que hay armas químicas en Irak. Lo presionan desde Washington diciéndole que las hay, que ahí están las fotos y pruebas dadas a conocer por el secretario de Estado Colin Powell en la ONU y por ello cabe invadir el país. Lagos no apoya la invasión y –también entonces– surgen las voces diciendo que contrariar a Estados Unidos pone en peligro el interés nacional. Lagos se mantuvo firme, la historia demostró que la invasión se sostuvo sobre una mentira, el propio Powell lo reconoció antes de morir.
El discurso de Boric este 2025 en la ONU ocurre cuando la propuesta de globalización impulsada desde los años 80 va en retirada por diversas razones, porque incrementó la desigualdad y no la disminuyó, porque su principal impulsor hoy busca ser paladín del proteccionismo, porque terminó socavando el multilateralismo y el respeto al derecho internacional.
Y lo que viene, aquello que reconstruya las esperanzas, las fraternidades, los diálogos en la diversidad cultural, aquello donde asumamos que hay barbaridades inaceptables en el devenir común de la humanidad, eso, aún está en los tiempos del parto. Es el contexto que le ha tocado vivir a Boric, un mundo que emprendió una nueva etapa en su andar histórico aún sin hoja de ruta.
En ese contexto, cabe asumir como mérito de Chile que su Presidente le diga al resto del mundo que no cabe tener miedo a las utopías. “¿Qué es la historia sino un permanente viaje utópico? Habrá quienes prefieran solo emprender las tareas que dan resultado en el corto plazo, pero por lo general, los atajos conducen a precipicios”, señala. Y en ese marco, declara: “Entonces, ¿cuál es nuestra tarea hoy? Trazar y caminar hacia el futuro que queremos como humanidad y trabajar por unas Naciones Unidas que nos lleve en esa senda. Desde Chile nos moviliza esa visión compartida en torno a la democracia, a los derechos humanos, a la justicia social, la equidad, el respeto irrestricto a la libertad de expresión, la acción climática, todos estos que se levantan como pilares de esperanza y acción para recorrer los tiempos difíciles que enfrentamos”.
Ese discurso en Naciones Unidas deja una huella que será persistente, cuando se analicen los méritos de Chile en sus aportes al mundo del siglo XXI. Su texto instala el compromiso de sentir y vivir con los ojos puestos en el devenir de la humanidad como un complemento fuerte de nuestro ser internacional y de nuestra política exterior. Y esto porque, además, el “no nos metamos en eso”, aludiendo a realidades lejanas, refleja una incongruencia absoluta para un país que vive de su interacción con países y pueblos de todos los continentes.
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