
“No necesitamos banderas”: las causas suspendidas de la nueva política
Luego de la ensoñación, hoy, ad portas del término de 2025, es obligatorio preguntarse dónde están esas banderas. Probablemente, están guardadas en el clóset esperando a que llegue la nueva temporada o solo fueron una muestra en el proceso adaptativo que requiere el anunciado equilibrio social.
A días ya del gran festejo de la Independencia de nuestra patria, lleno de símbolos y tradiciones, se hace necesario reflexionar sobre uno de los símbolos más relevantes para nuestro país –si no el más importante–: la bandera. Esa misma bandera que Arturo Prat juró mantener en alto mientras viviera y que nunca sería arriada frente al enemigo, no ha estado exenta de polémicas durante nuestra historia. Uno de esos episodios polémicos asociados a la bandera en nuestra historia reciente es el de “Las Indetectables”, en el cierre del primer proceso de cambio constitucional.
Sin embargo, no hay solo una bandera que es representativa de nuestros símbolos e idearios que generan conflictos y polémicas. Un ejemplo de aquello son las banderas que ha tomado la izquierda, que en este corto siglo tiene una extensa lista de banderas alzadas, pero que a lo largo del camino es necesario conocer si ha debido arriar unas cuantas ante el enemigo.
Parecieran lejanas las experiencias vividas de quienes quisieron presentar una nueva política en las salas universitarias en el año 2011, o en las marchas que esperaban detener grandes proyectos energéticos en el 2016, o en aquellas largas charlas que indicaban que lo personal era político bajo la ola feminista que inundó las calles. Finalmente, recordar la gran bandera enarbolada el año 2017, donde varios y variados colectivos se reunieron para dar forma a lo que llamaron una nueva cultura política. Lugar donde la política parecía ser un espacio de esperanza.
Allí, entre discursos apasionados y banderas que flameaban como promesa, quedó marcado el inicio de un proyecto que pretendía abrir un cauce distinto en la historia reciente de Chile: el Frente Amplio, hijo de las banderas de la movilización social, del feminismo, de la crítica al neoliberalismo y de la convicción de que otra forma de hacer política era posible.
Luego de la ensoñación, hoy, ad portas del término de 2025, es obligatorio preguntarse dónde están esas banderas. Probablemente, están guardadas en el clóset esperando a que llegue la nueva temporada o solo fueron una muestra en el proceso adaptativo que requiere el anunciado equilibrio social. Basta mirar hoy la propuesta parlamentaria presentada por la centroizquierda, liderada por una fuerte candidatura presidencial, que logra un 45% de candidatas mujeres, superando la cuota legal.
Sin embargo, ese gesto pareciera ser más un trámite que una convicción transformadora, al constatar que hay distritos en donde no hay inscritas mujeres o donde derechamente es impensado que se obtenga el escaño.
El escenario es devastador cuando observamos la presencia de diversidades sexuales, el espejismo de la diversidad se desvanece cuando se constata que apenas un 1,5% de la lista pertenece a ese segmento. En el caso de la representación de los pueblos originarios, la foto es igual de estrecha: solo un 2%, con figuras que se convierten en excepciones que podrían simplemente ser testimoniales. Los liderazgos sociales y medioambientales tampoco escapan, con solo un 5% de representación, mientras que el resto sigue dominado por perfiles idearios tradicionales.
El itinerario del Frente Amplio, que ha logrado posicionar aquello que fue ignorado por el resto de la izquierda, con todas sus tensiones y metamorfosis, revela que no basta con enarbolar banderas en momentos de efervescencia: el verdadero desafío es sostenerlas en el tiempo sin que terminen arrumbadas en un closet o convertidas en ornamento testimonial. Es necesario preguntarse si el Frente Amplio sigue dispuesto a defender esas banderas sin arriarlas ante el enemigo.
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