Publicidad
Menos papeles, más convivencia y cuidado Opinión

Menos papeles, más convivencia y cuidado

Publicidad
Viviana Rivera Barrientos
Por : Viviana Rivera Barrientos Fonoaudióloga y Educadora Diferencial
Ver Más

Si ponemos el cuidado al centro y pasamos de la declaración a la acción, la escuela recupera su promesa fundacional: cada estudiante importa, cada persona importa, y esa promesa se convierte en experiencia cotidiana.


La convivencia no es un adorno del sistema escolar: es la base que permite aprender sin miedo, pedir ayuda y reconocer al otro como parte de la misma comunidad. Cuando la escuela cuida, el aprendizaje florece. Y cuidar no es algo abstracto: se nota en el saludo, en el pasillo que baja el volumen cuando corresponde, en la conversación que desactiva un conflicto, en el adulto que mira y escucha.

En Chile hemos acumulado diagnósticos, planes y buenas intenciones. También contamos con la Política Nacional de Convivencia Educativa 2024-2030 del Mineduc, que ofrece un marco útil. Pero la experiencia cotidiana nos recuerda una verdad simple: de los planes y proyectos tenemos que pasar a la realidad. La convivencia se juega en decisiones concretas, todos los días, en cada establecimiento, con las acciones de cada equipo directivo y de cada trabajador o trabajadora de la educación.

Después de más de quince años trabajando en escuelas y con estudiantes vulnerables de Santiago, he visto esfuerzos admirables y fructíferos y también barreras permanentes que se repiten sin sentido, sobre todo en contextos de alta vulnerabilidad: salas sobrecargadas, mantención deficitaria, materiales que llegan tarde, ruido que impide concentrarse y decisiones unilaterales que dejan fuera a quienes apoyan directamente a los estudiantes. Cuando eso ocurre, la escuela pierde coherencia y la comunidad lo resiente.

No se trata de buscar culpables, sino de actuar con honestidad y sentido práctico. Tres acuerdos ayudan a ordenar la casa: cuidar a quienes cuidan (el bienestar del personal como condición del bienestar estudiantil), coherencia institucional (reglas claras, roles definidos y coordinación que se cumple) y participación efectiva (estudiantes, familias y equipos con voz incidente, respaldada por recursos). Dicho simple: que lo acordado se haga, que nadie quede fuera de la conversación y que el cuidado sea un criterio, no un eslogan.

Desde ahí, cuatro pasos inmediatos y verificables dan señales claras. Primero, actualizar el reglamento de convivencia con enfoque de cuidado, para que oriente y no solo sancione.

Segundo, fortalecer el equipo de convivencia con liderazgo y presencia en aula, articulando a directivos, docentes, asistentes y equipos especializados –incluido el PIE– cuando corresponda.

Tercero, planificar apoyos en reuniones breves y frecuentes, antes de que el problema escale.

Cuarto, usar información simple (observaciones, encuestas cortas, registros de incidentes) para ajustar el rumbo y rendir cuentas a la comunidad.

No son recetas mágicas; son prácticas que cualquier escuela puede adaptar. Un pasillo más tranquilo, una sala más ordenada, quince minutos para coordinar un apoyo, una llamada a la familia a tiempo: pequeñas decisiones que, sostenidas en el tiempo, cambian el clima y devuelven sentido al trabajo diario.

La política pública es importante porque fija horizonte y responsabilidades. Pero la convivencia que queremos nace cuando esas definiciones encuentran su lugar en la sala de clases: cuando el plan se concreta en resultados, cuando el protocolo se traduce en un gesto de cuidado, cuando la palabra se convierte en tiempo y apoyo efectivo.

Si ponemos el cuidado al centro y pasamos de la declaración a la acción, la escuela recupera su promesa fundacional: cada estudiante importa, cada persona importa, y esa promesa se convierte en experiencia cotidiana. Esa es, al final, la medida de cualquier política, de cualquier proyecto educativo y de cualquier equipo directivo que valga la pena.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad