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Maduro atrapado en su fábula, mientras el lobo le pisa los talones Opinión Archivo

Maduro atrapado en su fábula, mientras el lobo le pisa los talones

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Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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El sobrevuelo –el jueves pasado– de cinco cazas F-35 en el límite del espacio aéreo venezolano, apenas a 75 kilómetros de su costa, es otra señal de suspenso de un conflicto que, aunque a gotas, está escalando.


En el discurso que el presidente Hugo Chávez Frías pronunció en la avenida Bolívar de Caracas, el 16 de mayo de 2004, anunció que la Revolución Bolivariana asumía el carácter de “antiimperialista”. No era un detalle menor que, después de cinco años y tres meses de Gobierno y tras haber pasado por las etapas de todo populismo, de designar a sus adversarios políticos como enemigos juramentados y vendepatria, el bolivarianismo recargado –que hoy se acerca a los 27 años– se confrontara ácidamente con la administración de la primera potencia global.

Unos meses antes, bajo el lema “Venezuela se respeta”, que hoy Maduro repite como un mantra, el extinto mandatario declaró: “Tenemos los documentos que prueban que Washington financia a los golpistas venezolanos”, agregando que “estamos aquí para decirle no al intervencionismo yanqui en Venezuela. ¡Basta, señor Bush!”.

Ese fue el clima de antesala del referendo revocatorio, en el que Chávez descargaba su ira contra un país al que acusaba de colaborar en el frustrado golpe de Estado del 11 de abril 2002, que solo lo apartó del poder durante 48 horas.

Para la historia es bastante conocido que Washington protagonizó algunas decenas de invasiones/incursiones armadas al área de México, Centroamérica y el Caribe, entre el fin de la Guerra hispano-estadounidense en 1898 y la presentación de la “política del buen vecino” en 1933. En la Guerra Fría la presencia de Fuerzas Armadas de Estados Unidos en América Latina se acotaría a tres (República Dominicana, 1965; Granada, 1983; y Panamá, 1989). El nacimiento de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en 1947 marcaría otro derrotero de intervención: las operaciones encubiertas.

El telón de fondo permitió a Chávez y después a Maduro denunciar supuestos intentos de golpes de Estado, con los evidentes de 2002 y de 2019, siempre con participación de Estados Unidos, aunque lo ha hecho en tantas ocasiones, del mismo modo como se ha presagiado la caída del régimen autoritario venezolano, al punto que uno llegar a perder la cuenta.

Sin ir más lejos, la idea de la invasión de Estados Unidos estuvo en las premisas que justificaron la creación de la milicia bolivariana de 2005, hoy con más de 4 millones y medio de potenciales efectivos en armas. De hecho, en el pasado período de Trump en la Casa Blanca, la posibilidad de un ataque de Estados Unidos recibió una contundente cobertura mediática cuando en enero de 2019 su entonces asesor en seguridad nacional, John Bolton, dejo ver –probablemente una estratagema– un cuadernillo que sostenía en su mano derecha, donde sobresalía el apunte “5 mil tropas a Colombia”, siendo interpretado como una señal contra Caracas. No obstante, en junio de 2022, Bolton publicó su polémico libro La habitación donde ocurrió, en el que declaró que su exjefe sí tuvo la intención de invadir Venezuela.

Aun así, cuando algo se anuncia muchas veces y dicha profecía no se cumple, entonces se corre el riesgo de dejar de esperar su realización, una especie de variante de la fábula de Esopo del pastor y el lobo –que en esta parte del mundo a veces se denomina “Pedrito y el lobo”– y que básicamente apunta a que ardides, engaños y advertencias que no se concretan, pierden credibilidad, hasta que finalmente ocurren. Si se pide socorro varias veces en vano, como el pastor de la fábula de Esopo, llega el día en que, cuando el peligro efectivamente arribe, pocos atiendan. Como dice la moraleja: “En boca de quien dice mentiras lo cierto se hace dudoso”.

Sin embargo, hoy la situación podría ser distinta: la flotilla de Estados Unidos, provista de buques de guerra, un submarino a propulsión nuclear, helicópteros y tecnología de punta aplicada a misiles y drones, sigue en aguas internacionales del Caribe, muy cerca de la marítima zona económica exclusiva de Venezuela y por lo menos ha pulverizado tres lanchas a motor que acusaron de transportar droga.

Maduro tomó nota y ordenó la movilización preparatoria de parte de la milicia, intensificado el patrullaje de sus costas y espacio aéreo. Asimismo, ha dispuesto búnkers para la cúpula política militar y, finalmente, ha decretado el estado de conmoción exterior. Este concentra aún más poderes económicos, sociales y políticos en el jefe de Estado, que le permiten disponer libremente medidas en materia de defensa y seguridad en resguardo de la infraestructura de los servicios públicos, la operación de la industria de los hidrocarburos y de las empresas del Estado.

Y tal vez Maduro esté leyendo bien las señales de tormenta. La administración Trump ha dicho ante su Congreso que se encuentra en un “conflicto armado no internacional contra los carteles de la droga”, a los que considera enemigos ilegales.

¿Qué quiere decir esto? Sobre todo que, aunque Trump –en forma propagandística, de cara a su opinión pública doméstica– declara estar en guerra con el que califica como narcoterrorismo, dicho estado de hostilidad requiere de la aprobación del capitolio –cuestión que, por ejemplo, sí hizo Bush dentro de la “Guerra contra el Terror” con los ataques a Afganistán e Irak–, lo presenta como un “conflicto armado no internacional”; esto es, contra enemigos no estatales, pero que además serían “ilegales”, por lo que se presume que Washington se da licencia de actuar al margen de las normas de derecho internacional humanitario, que protege a civiles y resguarda a los combatientes heridos, enfermos o prisioneros de guerra, además de limitar el uso de lar armas.

La amenaza se hace más creíble, teniendo presente que es plausible la existencia en Venezuela de una red de corrupción y complicidad entre carteles y altos cargos públicos –más allá del nombre o estructura que suponga– y que su territorio opere de pasadizo para exportación de droga, aunque en mucho menor medida que otras áreas regionales, como en el océano Pacífico.

Parece claro que Trump no quiere enredar a su país en una campaña militar con tropas, que involucre a decenas o cientos de miles de efectivos y que dañe la imagen que quiere proyectar de “pacificador”, pero lo anterior no es óbice para que recurra al expediente de ataques militares sobre focos específicos para luego retirarse, evitando las desgastantes luchas cuerpo a cuerpo.

Irán ya lo sabe desde la operación “Martillo de Medianoche”, la cual implicó que aviones indetectables volaran hasta las instalaciones nucleares iraníes para dejar caer las más destructivas bombas no nucleares de que dispone Estados Unidos (GBU-57A/B).

De esa manera, el sobrevuelo –el jueves pasado– de cinco cazas F-35 en el límite del espacio aéreo venezolano, apenas a 75 kilómetros de su costa, es otra señal de suspenso de un conflicto que, aunque a gotas, está escalando.

Está claro que entre las prioridades de Trump no está el cambio de régimen de Venezuela –aunque sí lo es para su secretario de Estado, el “halcón” republicano Marco Rubio–, sino que sus objetivos son preservar el negocio del petróleo y golpear al narco, como espera la población de su país. Pero si para lograr lo anterior debe facilitar el fin de una dictadura mediante presiones y acciones, es claro que no titubeará, de tal manera que esta vez la célebre frase “¡que viene el lobo!”, podría ser más que una amenaza infundada.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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