Publicidad
¿Es el cambio climático una estafa? La retórica del Presidente Trump y sus implicancias para Chile Opinión

¿Es el cambio climático una estafa? La retórica del Presidente Trump y sus implicancias para Chile

Publicidad
Ernesto Santibáñez González
Por : Ernesto Santibáñez González Profesor titular y Director Ejecutivo de Circular Economy and Sustainability 4.0 Initiative (CES4.0), Universidad de Talca; Líder de United Nations Academic Impact; Líder del Convenio sino-chileno para fomentar la innovación y productividad de empresas chilenas.
Ver Más

La divergencia entre la retórica y la realidad es particularmente preocupante cuando se ve desde el  hemisferio sur, una región profundamente afectada por el cambio climático, pero también un campo  de batalla vital para la transición a la energía verde.


El aire está cargado de paradojas. Desde los dorados pasillos de Davos hasta las polvorientas  negociaciones climáticas, pronto, en la COP30 en Brasil, los líderes mundiales hablan con una voz casi  unificada, comprometiéndose a eliminar gradualmente los combustibles fósiles. Citan los últimos  informes científicos y lamentan el aumento de las temperaturas. Y, sin embargo, debajo de la retórica  pulida y las promesas solemnes, persiste una realidad diferente. En nuestro mundo, tambaleándose  por las calamidades visibles de un clima cambiante, la declaración del presidente Trump en la ONU 2025 de que el cambio climático es “la mayor estafa jamás perpetrada en el mundo” aterriza con la  fuerza de un terremoto geopolítico. Es una declaración que nos llena de preocupación, enmarcando  nuestra actual crisis existencial como un truco teatral mientras desvía la atención de los flujos financieros  silenciosos, sistemáticos y mucho más costosos que sostienen nuestra dependencia de los combustibles  fósiles. Este lenguaje contrasta con el abrumador cuerpo de evidencia académica que demuestra que la  combustión de combustibles fósiles es el principal impulsor del aumento de las temperaturas globales.  Las palabras del presidente oscurecen una realidad más profunda: el inmenso andamiaje  multimillonario de subsidios que apuntala a las mismas industrias que defiende. Según un informe  reciente del FMI, este torrente de dinero público aumentó a la asombrosa cifra de 7 billones de dólares  (incluidos los costes explícitos e implícitos) en 2022. Este inmenso gasto público representa una carga  concreta y cuantificable para las economías globales, distorsionando los mercados energéticos y  obstaculizando la necesaria transición hacia un futuro sostenible.  

La divergencia entre la retórica y la realidad es particularmente preocupante cuando se ve desde el  hemisferio sur, una región profundamente afectada por el cambio climático, pero también un campo  de batalla vital para la transición a la energía verde. Aquí en Chile, la declaración de Trump es más que  un eco político distante; es un desafío directo a nuestra trayectoria nacional. Nuestra nación ha trazado  un curso notable hacia el liderazgo en energía verde, impulsado por una combinación convincente de  previsión científica y recursos naturales extraordinarios. El compromiso de Chile de eliminar  gradualmente las centrales eléctricas de carbón, su ambicioso objetivo de neutralidad de carbono para  2050 y su surgimiento como un actor global en energía renovable se basan en la verdad científica  fundamental de que la crisis climática es real. Los desiertos del sur de Atacama, entre los más soleados  de la Tierra, y nuestra larga costa azotada por el viento ofrecen un potencial inmenso para la producción  de energía solar y eólica. El potencial del país para la producción de hidrógeno verde, utilizando  electricidad renovable para dividir el agua, es tan vasto que podría transformarnos de un exportador de  recursos a una superpotencia de energía limpia.  

Y, sin embargo, no somos inmunes a las mismas presiones sociales que alimentan la persistencia de los  subsidios a los combustibles fósiles a nivel mundial. Si bien Chile ha logrado avances en la reducción  de los subsidios directos a los combustibles fósiles, la memoria pública de las protestas y el malestar  social por los costos de los servicios públicos sigue siendo un poderoso elemento disuasorio político  para cualquier política que pueda percibirse como un aumento de la carga económica para los  ciudadanos. El miedo que se apodera de los responsables políticos de otras naciones, el temor a una  reacción pública por el aumento de los precios del combustible, también es una fuerza poderosa aquí.  La estabilidad democrática de nuestra nación se basa en un delicado equilibrio, y cualquier amenaza  percibida al costo de vida puede encender rápidamente el malestar social. Esta realidad sociopolítica es la fuerza silenciosa e invisible que complica y ralentiza nuestro progreso, un espejo de la misma  dinámica que la retórica del presidente Trump explota en un escenario global. El consenso científico  sobre el cambio climático no es una “estafa”; más bien, la dependencia continua de un sistema  subsidiado y destructivo para el medio ambiente es un acto de negación autoimpuesto impulsado tal vez  por la conveniencia política y un sistema poderoso y profundamente arraigado.  

Para comprender completamente por qué persisten estos subsidios, primero se debe abandonar la  noción ingenua de que es una cuestión de economía pura. En cambio, debemos verlo a través de una  lente de supervivencia política, contrato social e inercia sistémica. Las verdaderas razones de su  persistencia no se encuentran en los balances de las corporaciones multinacionales, sino en las calles,  en las ansiedades silenciosas de los ciudadanos comunes y en las intrincadas redes de poder que  gobiernan nuestro mundo. Como me explicó un consultor de energía de Medio Oriente, el subsidio  no se trata solo de gasolina barata para automóviles. Se trata de mantener nuestras industrias en  funcionamiento, de un sentido de autosuficiencia nacional que se ha construido durante décadas. “No  puedes simplemente encender un interruptor”.  

Finalmente, está la poderosa fuerza del atrincheramiento sistémico. La maquinaria de la industria de  los combustibles fósiles, desde la exploración y la producción hasta la refinación y la distribución, es  un sistema inmenso y profundamente arraigado con una influencia política significativa. Los subsidios,  en forma de exenciones fiscales, garantías de préstamos favorables y transferencias directas, son una  parte clave de este sistema. Bloquean una “dependencia del camino”, lo que dificulta  extraordinariamente la transición a alternativas de energías más limpias. Las mismas instituciones  diseñadas para administrar la energía (compañías petroleras estatales, poderosos organismos  reguladores y grupos de presión políticos alineados con la industria) son a menudo los defensores más  acérrimos del statu quo. Son, en cierto sentido, un ecosistema que se perpetúa a sí mismo y que ve  cualquier movimiento para desmantelar los subsidios como una amenaza para su propia existencia.  

Este es el gran desafío de nuestro tiempo: cómo conciliar la urgente necesidad de una transición,  avalada por la ciencia, con las realidades económicas, sociales y políticas profundamente arraigadas que  se resisten a ella. Para Chile y para el mundo, el camino a seguir es claro en términos científicos y  técnicos, pero navegar por las traicioneras aguas políticas será la prueba definitiva de nuestra sabiduría  colectiva.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad