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El sueño de una televisión de calidad Opinión

El sueño de una televisión de calidad

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Ricardo Carrasco Farfán
Por : Ricardo Carrasco Farfán Director del Instituto de Altos Estudios Audiovisuales Universidad de O’Higgins (UOH)
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Desde la academia lo vemos con claridad: el Fondo CNTV permitió que la televisión nacional se atreviera a contar historias que el rating por sí solo jamás habría financiado.


La televisión chilena ha sido, para varias generaciones, algo más que una ventana de entretenimiento. En sus mejores momentos, ha sido un espejo crítico de nuestra historia, un espacio de memoria colectiva y un laboratorio para el desarrollo de talento creativo. Buena parte de ese impulso no surgió por inercia del mercado, sino gracias a políticas públicas que entendieron la cultura audiovisual como un bien social. Entre ellas, el Fondo de Fomento a la Televisión de Calidad del Consejo Nacional de Televisión (CNTV) ha sido un pilar silencioso pero fundamental.

Hoy, ese pilar se ve amenazado. El proyecto de Ley de Presupuestos 2026 incluye una cláusula que limita el uso de los recursos asignados al Fondo solo al pago de compromisos ya adquiridos, impidiendo nuevas convocatorias. El anuncio ha encendido una alerta legítima en todo el ecosistema creativo: sin continuidad ni renovación, el Fondo corre el riesgo de perder su sentido.

Desde la academia lo vemos con claridad: el Fondo CNTV permitió que la televisión nacional se atreviera a contar historias que el rating por sí solo jamás habría financiado. Gracias a ese impulso surgieron series que hoy son parte de nuestro imaginario cultural, como “Los 80”, capaz de retratar con sensibilidad los años más complejos de nuestra historia reciente; “El Reemplazante”, que puso sobre la mesa la desigualdad educativa; o proyectos documentales como “Una Historia Necesaria” y “Los Mil Días de Allende”, que fortalecen nuestra memoria democrática.

También se han impulsado programas infantiles y de animación que marcaron un antes y un después, como “31 Minutos”, “Diego y Glot”, o más recientemente producciones premiadas en festivales internacionales como “Lyn y Babas”, “Rainbow Hunters” y “¡Atención!”. Son apuestas que no nacen de algoritmos ni fórmulas seguras, sino de la valentía de creadores y el respaldo público a contenidos que educan, entretienen y amplían el horizonte de nuestras audiencias jóvenes.

Estos proyectos han significado empleo para equipos técnicos, formación de nuevas generaciones y, sobre todo, descentralización: narrativas surgidas desde regiones, lejos del eje capitalino, con identidades diversas y miradas territoriales que enriquecen el relato país.

Quienes enseñamos cine sabemos que el mercado audiovisual –sobre todo en un país pequeño– suele privilegiar lo rentable y lo inmediato. Sin apoyo público, las pantallas se llenan de fórmulas previsibles y contenidos importados que desplazan la conversación sobre quiénes somos y qué historias necesitamos contarnos.

El Fondo CNTV no es un capricho de la industria: es una política pública que permitió que Chile mantuviera un mínimo de soberanía cultural en el ecosistema televisivo, ofreciendo un contrapeso al rating y, más recientemente, al algoritmo de plataformas globales.

En el debate reciente algunos han preguntado si el Fondo debería seguir bajo el alero del CNTV o trasladarse a otras instituciones culturales. Como director de una escuela de cine creo que la pregunta central no es dónde debe estar, sino cómo debe seguir existiendo.

Lo esencial es que sea un instrumento estable, con financiamiento suficiente, criterios transparentes y representatividad regional. Que se adapte a nuevos formatos y plataformas sin perder su espíritu original: apostar por contenidos de interés público y calidad artística, no solo por aquello que garantiza retorno comercial inmediato.

Si el Fondo desaparece o queda congelado, el impacto será profundo y silencioso. Menos oportunidades para jóvenes realizadores, especialmente en regiones; menos diversidad de miradas y formatos; un retroceso en la formación de audiencias críticas; y la pérdida de un patrimonio simbólico que costó décadas consolidar.

En las escuelas de cine de Chile, cada año se reciben estudiantes que sueñan con contar historias distintas, arraigadas en su realidad local y con estándares internacionales. Sin este tipo de políticas públicas, muchos de esos sueños quedan truncos antes de empezar.

La televisión chilena que alguna vez supo emocionarnos y pensarse a sí misma no se construyó sola. Fue fruto de políticas públicas y de un compromiso cultural que hoy necesita renovarse. No podemos permitir que decisiones presupuestarias de corto plazo desarmen un ecosistema que ha demostrado su valor cultural, educativo y social.

Como director del Instituto de Altos Estudios Audiovisuales, mi preocupación no es corporativa ni gremial: es pedagógica y cultural. Formamos a quienes serán los narradores del futuro, y ellos necesitan un país que confíe en su capacidad de crear una televisión diversa, reflexiva y de calidad.

Que el Fondo continúe –sin importar bajo qué institución se administre– es una señal de que Chile sigue creyendo en el poder de la pantalla para educar, emocionar y construir identidad. Abandonarlo sería renunciar a una de las pocas políticas que han permitido que nuestra televisión se piense a sí misma y, sobre todo, piense en su gente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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