
Taiwán: una democracia en la línea de fuego
Celebrar los 114 años de la República de China (Taiwán) no es mirar al pasado. Es recordar que, en un mundo cada vez más incierto, hay naciones que, sin renunciar a su dignidad, nos recuerdan que la libertad aún tiene un precio.
Este 10 de octubre, Taiwán celebra los 114 años de la proclamación de la República de China, pero lo hace bajo una tensión constante que recuerda, cada día, la fragilidad de su existencia frente al poderío de su vecino continental. Es que los desfiles, discursos y fuegos artificiales contrastan con la presencia cada vez más frecuente de buques y aviones chinos que cruzan los límites marítimos y aéreos de la isla.
Beijing ya no oculta su estrategia: mantener una presión militar continua para desgastar la moral y las defensas de Taiwán sin necesidad de disparar un solo misil. En lo que va del año, cientos de incursiones aéreas y navales han sido registradas por las autoridades taiwanesas, en un patrón que mezcla provocación con cálculo político. Es lo que algunos analistas llaman “la guerra gris”: una campaña sostenida de intimidación que busca normalizar la amenaza.
Pero, a pesar de esa presión, la sociedad taiwanesa no se repliega. Por el contrario, refuerza su sentido de identidad, su compromiso democrático y su convicción de que no volverá a ser gobernada por un régimen autoritario. Es una resistencia silenciosa, pero poderosa, que ha convertido a esta isla de 24 millones de habitantes en uno de los epicentros morales de la confrontación entre democracia y autoritarismo en Asia.
Este aniversario coincide además con los 80 años de la creación de las Naciones Unidas, un organismo que nació para garantizar la paz, el diálogo y la cooperación entre los pueblos. Sin embargo, Taiwán sigue fuera de la ONU, excluida por la aplicación política –y no jurídica– de la resolución 2758 de 1971, que otorgó a la República Popular China el asiento de “China” en la Asamblea General.
Eso fue una concesión al poder, no un acto de justicia. Desde entonces, la ONU habla de “inclusión” y “derechos humanos”, pero calla ante la marginación de una democracia que cumple con todos los requisitos para participar en su sistema. Obviamente, no se puede ser ingenuo, ya que esto se explica –en gran medida– porque la República Popular China no solo es la segunda economía más poderosa del planeta y potencia nuclear; también es miembro permanente del Consejo de Seguridad.
Este año, cuando el organismo celebra ocho décadas de existencia, era la oportunidad perfecta para revisar esa exclusión. No se trataba –necesariamente– de reconocer a Taiwán como un “nuevo Estado”, sino de darle voz en foros donde su experiencia y conocimiento resultan indispensables, como la salud pública, la tecnología o la seguridad marítima. No ocurrió. Y el silencio de buena parte del mundo democrático frente a esa injusticia dice mucho sobre la fragilidad del orden internacional que pretendemos defender.
Chile, por su parte, mantiene una relación discreta pero constante con Taiwán. No hay embajadas, pero sí oficinas comerciales y culturales. Hay intercambios académicos, cooperación tecnológica y un flujo comercial que ha ido creciendo de manera sostenida. Taiwán importa de Chile cobre, vino, frutas y productos del mar; y exporta equipos electrónicos, semiconductores y componentes tecnológicos. Es un vínculo real, moderno y mutuamente beneficioso.
Por eso, si Chile realmente aspira a tener una voz coherente en el Indopacífico –una región donde se juega el futuro económico del planeta–, debería apoyar la incorporación de Taiwán al Acuerdo Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico (CPTPP). No como un gesto simbólico, sino como una apuesta estratégica. Taiwán no solo es una democracia vibrante, sino también un líder mundial en innovación y tecnología, pilares esenciales para cualquier país que busque integrarse en las cadenas de valor del siglo XXI.
Apoyar a Taiwán en su ingreso al CPTPP sería un acto de realismo y de consecuencia. Realismo, porque el comercio ya existe y se beneficia de esa integración. Consecuencia, porque los principios democráticos deben defenderse no solo con discursos, sino con decisiones concretas.
Celebrar los 114 años de la República de China (Taiwán) no es mirar al pasado. Es recordar que, en un mundo cada vez más incierto, hay naciones que, sin renunciar a su dignidad, nos recuerdan que la libertad aún tiene un precio.
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