
En política y economía no pisamos tierra firme
Dado el actual panorama, mejor estar atentos. No son descartables nuevos episodios de arrebato, de reintensificación de la crisis. No pisamos tierra firme. En el camino este en el que andamos, por las arenas del desierto, el consejo del momento ha de ser la cautela.
Chile viene en una curva descendente integral desde el comienzo del milenio.
La productividad comenzó, por esa época, a estancarse. En 2023, la “Comisión Nacional de Evaluación y Productividad” se lamentaba: “entre 1991 y 1995 el crecimiento de la PTF [Productividad total de factores] fue responsable de cerca de la mitad (44%) del crecimiento anual promedio, entre 1996 y 2000 la PTF ya explicó sólo un tercio del crecimiento. Mientras que, desde el 2006 en adelante, la influencia de la PTF en el crecimiento económico ha sido prácticamente nula”.
A la pérdida de productividad de la economía, se agrega una pérdida de legitimidad de las instituciones, élites y discursos políticos. Un estudio del CEP sobre “Confianza Institucional en Chile”, efectuado a partir de fuentes propias y ajenas, como la OCDE y la “Encuesta Bicentenario UC”, concluye que la confianza en las últimas décadas ha tendido a una baja sostenida, especialmente respecto de las instituciones políticas.
Estamos en una época de cambios drásticos en los modos de sentir y pensar. En ellos han influido también nuevas formas de organización de la vida, especialmente de las capas urbanas populares. La experiencia cara a cara ha sido reemplazada en términos atronadores por redes sociales. Donde dominaba territorialmente la iglesia y la pertenencia política, emergieron agrupaciones religiosas más inciertas, así como la inmigración, la ocupación territorial por el narcotráfico y el crimen organizado. Donde campeaba la familia tradicional, aparecieron tipos alterados de vida en común. Los vínculos de comodificaron, devinieron incrementadamente variables. El Estado y el municipio se clientelizaron.
El estallido de octubre de 2019 fue un episodio álgido en la crisis. Hay quien quiere creer que no habrá otro estallido, pues las épocas históricas no se repiten, se dice. Ese pronóstico descansa, empero, en supuestos falsos.
Más que en otra época, estamos en un momento distinto, pero de una y la misma época que la del estallido.
La actual crisis es la misma. Es una crisis larga.
Es larga porque es vertical, no horizontal. No es entre bandos (como la crisis de 1973), sino entre “los de arriba”, las élites, sus discursos y las instituciones, por un lado, y “los de abajo”, las bases sociales, el pueblo, la tierra, por otro.
Ese tipo vertical de crisis es, por lo general, mucho más lento de superar que las crisis de bandos. Las de bandos tienden a ser más sangrientas, pero a acabarse más rápido: basta que uno de los bandos se imponga.
Superar crisis verticales, en cambio, requiere modificar hábitos, renovar pensamientos, cambiar las élites, así como producir nuevas estructuras sociales, territoriales, hídricas, adaptar las vetustas instituciones. Y nada, nada de eso es rápido de lograr.
Chile tuvo una vez una crisis de legitimidad parecida a la actual. Y también fue lento salir de ella. En 1910: cuando la oligarquía parlamentaria y sus pensamientos liberales decimonónicos fueron incapaces de acoger a los nuevos sectores proletarios que asomaban a la vida nacional. Tal crisis duró hasta 1932.
Por eso, Jara y Matthei y Kast (por no hablar del resto) dan casi lo mismo.
Hace unos días, el escultor Óscar Plandiura ponía, en El Mostrador, el dedo en la llaga respecto a la decadencia cultural del país, especialmente en el comando de Jara. Lo único que crece es el aparato de funcionarios partidistas, mientras la cultura nacional languidece. El asunto es un síntoma grave, que admite ser extrapolado a todos los candidatos.
Cualquiera de ellos producirá malos resultados. Porque son gente de otra época.
Son espectros andantes de un tiempo que está dejando de existir. Como fantasmas, reiterando mantras provectos que pierden sentido. Estamos en lo profundo de la incertidumbre, en el paso de una época que aún no muere a otra que aún no nace.
Jara, Matthei, Kast (lo mismo puede decirse del frenteamplismo devenido pequeñoburgués), vienen de “Egipto”, pero ninguno de ellos verá la “Tierra Prometida”.
Por eso, no se justifican las irritaciones repentinas de unos contra otros, ni la mendacidad de Jara, ni los llamados histéricos de demócratacristianos a que Matthei convoque a la centroizquierda.
Se requieren otros liderazgos, otros pensamientos, nuevas formas de comprender el mundo, capaces de encarnar eficazmente en el pueblo y la tierra, para que lo viejo dé paso a lo nuevo.
Por eso, es demasiado pronto para diagnosticar todavía cierres de épocas o de crisis. Justo ahora: cuando nada cierra bien, cuando pasamos por el lado peligroso del camino, es evasión querer creer que no habrá manifestaciones masivas otra vez. ¡Precisamente hoy, mientras el país camina entre lo peor que ha tenido para ofrecernos la izquierda y la derecha! Una leninista con voz impostada que nos cree capaces de caer en su patraña de las frambuesas y las guindas; una candidata economicista rodeada de filisteos de clase alta; y una mente que pretende solucionar a martillazos lo que necesita sofisticación y cuidado.
Bien harían los agentes políticos y económicos, la ciudadanía, en tomar nota de esto: sin cambios drásticos en las formas de producir no hay salida a la crisis económica. Y sin élites y una institucionalidad renovadas y legítimas, es decir, que sean aceptadas por las fuerzas políticamente activas, no hay desarrollo posible, en sentido alguno, ni cultural, ni social, ni económico. Hace dos siglos, Diego Portales, comerciante mediocre y político genial se dio cuenta de esto último.
Dado el actual panorama, mejor estar atentos. No son descartables nuevos episodios de arrebato, de reintensificación de la crisis. No pisamos tierra firme. En el camino este en el que andamos, por las arenas del desierto, el consejo del momento ha de ser la cautela.
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