
Adaptación al cambio climático en Chile: la fuerza invisible de los municipios y el capital social
El mensaje para Chile es claro: la adaptación al cambio climático no solo se juega en ministerios ni en las grandes cumbres internacionales.
Cuando hablamos de cambio climático, la mirada suele dirigirse a las grandes cumbres internacionales y a los planes nacionales, a tratados multilaterales y negociaciones entre potencias. El Acuerdo de París, el Protocolo de Kioto o las discusiones en Naciones Unidas concentran titulares y expectativas. Es lógico: se trata de un problema global que requiere respuestas globales. Sin embargo, esa perspectiva deja en la sombra un ámbito menos visible, pero decisivo: la capacidad de los municipios y de las redes sociales locales para adaptarse a un clima que ya está cambiando.
La adaptación no es un asunto abstracto. Se traduce en obras concretas que salvan vidas: puentes resistentes a inundaciones, sistemas de riego más eficientes, muros de contención en caminos, planes de evacuación, subsidios para mejorar viviendas, proyectos de reciclaje y reutilización de agua, y resiliencia comunitaria. Chile ha sufrido sequías devastadoras, inundaciones en el norte, incendios forestales en el centro y el sur. Cada evento deja daños multimillonarios, destruye miles de viviendas y empuja a comunidades enteras a la emergencia. Frente a ello, la pregunta es inevitable: ¿están preparadas nuestras comunas para responder?
La investigación que hemos realizado en cientos de municipios (Proyecto Regular FONDECYT No. 1221889, https://www.gobernanzamedioambiental.cl/) entrega hallazgos sorprendentes. El primero es contraintuitivo: más dinero no significa necesariamente mejor adaptación. Comunas con presupuestos similares exhiben desempeños muy distintos. Cauquenes, Lebu y Panguipulli son un ejemplo claro. Mientras las dos primeras enfrentan graves rezagos en infraestructura crítica, Panguipulli destaca por su capacidad de invertir y planificar, a pesar de manejar recursos equivalentes. El segundo hallazgo también desafía un mito instalado: contar con más personal técnico no garantiza un mejor desempeño. En comunas como Lebu, con funcionarios capacitados y procedimientos administrativos modernos, la vulnerabilidad sigue siendo alta.
¿Qué explica entonces las diferencias? Nuestros estudios apuntan a dos factores fundamentales: redes institucionales locales sólidas y liderazgos políticos activos. Allí donde los municipios se conectan de manera fluida con actores regionales, nacionales, privados y de la sociedad civil, aumentan exponencialmente las posibilidades de acceder a recursos, conocimientos y apoyo. Panguipulli vuelve a ser ejemplar: su red diversa y recíproca ha sido decisiva para planificar medidas de adaptación. En contraste, Cauquenes y Lebu, con redes más pequeñas y verticales, muestran menos avances.
El liderazgo político también marca la diferencia. Los llamados “paladines locales” —alcaldes, concejales o líderes comunitarios— pueden cambiar la trayectoria de una comuna al convocar actores, generar confianza y articular consensos. Alejandro Kohler, exalcalde de Panguipulli, modernizó la gestión municipal, creó nuevas oficinas, impulsó alianzas con universidades y organizaciones sociales, y logró que su comuna avanzara en proyectos de resiliencia críticos pese a sus limitados recursos.
A estos factores se suma un tercero, que ha emergido con fuerza: el capital social. Un estudio reciente junto al investigador Pablo Neudörfer, publicado en Global Environmental Change (https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0959378025000780), muestra que la adaptación no depende solo de mandatos legales, presupuestos o equipos técnicos municipales, sino de la calidad de las redes sociales que sostienen la acción colectiva. Y no todos los tipos de capital social influyen de la misma forma. El capital social “vinculante”, que conecta a comunidades con autoridades e instituciones, es clave para atraer proyectos e inversión. El capital social “puente”, que articula comunidades y organizaciones distintas dentro del territorio, también es positivo. En cambio, el capital social basado únicamente en lazos cerrados entre familiares o vecinos no mostró impacto en adaptación e incluso puede limitar la cooperación.
Los eventos extremos, como lluvias intensas e inundaciones, funcionan como una alarma que despierta a los municipios más vulnerables. Pero la magnitud del efecto depende de que existan redes sociales activas y vínculos con instituciones. En comunas con redes densas, las emergencias se convierten en oportunidades para avanzar hacia obras preventivas; en aquellas sin redes, predominan las ayudas reactivas y la vulnerabilidad persiste.
Este hallazgo transforma el enfoque de las políticas públicas. Durante décadas se asumió que más políticas nacionales, más dinero o más ingenieros municipales eran suficientes. La evidencia demuestra lo contrario: sin redes sociales activas y vínculos de confianza, las inversiones se diluyen. La clave está en fortalecer la participación comunitaria, las asociaciones locales y los canales de interacción con el Estado, tanto presenciales como digitales.
Las simulaciones experimentales que hemos realizado confirman que cuando los municipios combinan redes diversas, eficiencia administrativa y activismo comunitario, la probabilidad de invertir en infraestructura crítica para la adaptación aumenta en más de un 40% (Climatic Change, 2017. https://link.springer.com/article/10.1007/s10584-017-1961-9). El problema es que solo una minoría de las 346 comunas de Chile disfruta de esas condiciones. La buena noticia es que se pueden construir. Actores externos —gobiernos regionales, ministerios, universidades, agencias internacionales— pueden apoyar ese proceso facilitando liderazgos, redes de confianza y cooperación interinstitucional.
El mensaje para Chile es claro: la adaptación al cambio climático no solo se juega en ministerios ni en las grandes cumbres internacionales. Se decide en las comunas, en las comunidades, en las juntas de vecinos, en asociaciones productivas y en las redes digitales que acercan al ciudadano con las instituciones. Allí está la fuerza invisible del capital social, capaz de convertir la vulnerabilidad en resiliencia.
Si queremos comunidades mejor preparadas para enfrentar sequías, lluvias torrenciales o incendios, debemos invertir no solo en cemento y fierro, sino también en tejido social. Porque en esa red de confianza y cooperación cotidiana se encuentra, al final del día, la verdadera capacidad de adaptación de Chile.
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