
Poder político y poder económico: ¿cómo vamos ahí?
No debería desatenderse el hecho de que una gran proporción de la población, dados los cambios estructurales que impiden o limitan las posibilidades de subjetivación política, se siente ajena e incluso hostil a la política. Hay ahí una masa eventualmente disponible para un emprendimiento político.
Quizá sea porque que ya casi no nacen niños (que son los preguntones) o porque las pantallas apagaron las últimas neuronas, pero la pregunta “¿por qué?” pareciera ser un artículo descontinuado. De manera que, cuando emerge este nuevo fenómeno de la derecha populista, nueva derecha, derecha extrema, ultraderecha o como quiera llamarla, se hacen todo tipo de descripciones, comparaciones, cuantificaciones respecto de recursos y mecanismos de difusión y propaganda; se elaboran tácticas y estrategias para enfrentarlo, condenas; también los hay que tienen esperanzas y todo tipo de expectativas.
Pero la pregunta del “por qué” se deja para más tarde. Únicamente los más audaces se aventuran a explicarla, pero solo en términos del funcionamiento de la política, sus defectos y complicaciones, o recurriendo a complejas disquisiciones sobre las veleidades del alma humana. Pero, socialmente, ¿cómo se explica el surgimiento de la derecha política?
Por cierto, no seré el que en una columna pretenda dar una explicación sobre este fenómeno ni sobre cualquier otro, sino simplemente plantear una pregunta y esperar que los expertos se pongan de acuerdo en veinte respuestas de sentido común y una hipótesis desesperada. Solo me permito redondear un poco más la pregunta, dado que actualmente el contexto está de moda.
No es ninguna novedad que la economía algo tiene que ver con la política. Puede ser que en la prehistoria y hasta la antigüedad la economía y la política anduvieran por su cuenta (unos cazando y recolectando frutos y los otros logrando obediencia a garrotazos) pero desde la época moderna empezaron a andar tomaditas de la mano y actualmente muchas veces se confunden. La plata puede dar poder político y el poder político puede dar plata.
La economía, como forma de satisfacer las necesidades, pasó desde la familia y el clan, a ser un asunto de Estado, la Economía se transformó en Economía Política y nació la Política Económica. Pero como la Política Económica no desciende directamente del cielo, será siempre un asunto de disputas entre interesados. Interesados en la Política Económica para saber “cómo vamos ahí” en la distribución de cargas y beneficios de esta Economía Política que actualmente deriva hacia una Economía Global.
Esto es claramente una exageración de la que no quiero hacerme responsable. Todos sabemos que la política es otra cosa, una cosa donde se despliega la virtud de la prudencia para derivar de ideales y valores de bien común la implementación de normativas que permitan el bienestar ciudadano. Por eso hay que considerar que los párrafos anteriores deben ser entendidos como licencia poética para tratar de justificar una fantasiosa columna.
En todo caso, sabido es que en el siglo XIX las diferencias en Chile entre conservadores y liberales no solo se referían a discrepancias sobre el papel de la Iglesia, sino que también eran distintos los intereses de la oligarquía terrateniente y de la naciente burguesía minero-comercial.
Igualmente se podría recordar que la guerra civil que se desarrolla en Estados Unidos de Norteamérica no sólo es un conflicto entre distintas consideraciones sobre la justificación ética y religiosa de la esclavitud entre los estados del norte y del sur de ese país, sino que en el sur la economía algodonera funcionaba bien con esclavos para un producto que era esencialmente de exportación, mientras que en el norte se desarrollaba una industrialización para el mercado interno que funcionaba bien sobre la base de la organización del trabajo libre en empresas que, además, necesitaban del poder de compra de la población. Dadas ahora las justificaciones históricas del caso, seguimos.
Vamos a la coyuntura actual, ¿qué relación puede tener la economía con la aparición de esta nueva derecha? ¿Y qué relación puede tener la política con los poderes económicos? Seguramente ninguna, pero hay dos fenómenos interesantes para los suspicaces.
Fíjese usted que desde mediados del siglo XX los millonarios empezaron a encariñase con la política y este siglo XXI el amor ha seguido creciendo. Lo que más gritan los resentidos es la llegada del multimillonario Trump al poder en el Imperio de Occidente… y no llegó solo, sino en compañía de otros más millonarios, empezando por Musk, Bezos, McMahon, Lutnick y otros multimillonarios.
Modestamente, en Chile tuvimos a Piñera y también tenemos a un Luksic que está empezando como alcalde. Pero en América Latina tenemos también la moda millonaria con Bolsonaro en Brasil, Vicente Fox en México, Cartes en Paraguay, Martinelli en Panamá, Lasso en Ecuador y hasta algunos incluyen a Milei en Argentina, aunque es un pobretón de menos de 3 millones de dólares. Europa ha sido más retraída, aunque tuvo su Berlusconi en Italia y ahora tiene a Sunak en el Reino Unido.
¿Por qué descuidar los negocios para meterse en la política? Para una persona normal (que normalmente no existe), puede parecer raro, pues se supone que los ricos y los empresarios se dedican a ganar plata y se representan en la política a través de los correspondientes partidos de derecha. ¿Será que los partidos de derecha están haciendo mal la pega? ¿Será que el desarrollo de la economía generó una nueva clase empresarial que no se siente representada políticamente por aquellos partidos? Esto último puede tener sentido a nivel del capitalismo global con sede en EE.UU., pero en América Latina sería un chiste.
Al parecer la irrupción de empresarios en la política tiene más que ver con la decadencia general del sistema de partidos y el creciente apoliticismo que ha llevado a una tendencia a la separación entre “la clase política” y la sociedad, perdiéndose la característica de representatividad de la llamada democracia representativa.
En América Latina, para no ir más lejos y enredar las cosas, los sectores populares, al no ser representados por los partidos que supuestamente se refieren a ellos, optarán por movilizaciones sociales disruptivas o simplemente abandonarán el terreno. Por su parte, los sectores acomodados, al no encontrar partidos serios que los representen, pueden verse tentados a hacerse cargo directamente del negocio.
Pero la llegada de grandes empresarios directamente a la política pareciera ser una respuesta puntual a situaciones concretas y difícilmente podría considerarse un sistema consolidado de continuidad, si no logra organizarse sólidamente en términos de movimiento o partido político. Con lo cual volvemos al tema de la nueva derecha.
A diferencia de EE.UU., en Chile sería difícil especular que se haya desarrollado un nuevo sector económico que pretenda disputar la hegemonía en el bloque en el poder, aunque no faltarán los aventureros dispuestos a colgarse de la novedad mundial. De manera que la pregunta de por qué surge una nueva derecha hay que aterrizarla a contingencias que se puedan agarrar con las manos en una columna sin mayores pretensiones.
Para el caso, solo tratar de inventar alguna explicación social para la aparición y desarrollo de la nueva derecha en Chile y sus reales o posibles relaciones con el empresariado. Esto pareciera tener algo que ver con las consideraciones anteriores sobre intervención directa del empresariado en política, pues también podría estar relacionado con la crisis de representación.
Antiguamente y todavía, algunos porfiados hacen consideraciones respecto de la existencia de una derecha económica y una derecha política, asumiéndose que regularmente estaban de acuerdo, pero no siempre. Terminología antigua que recuerda que los poderosos en la economía no siempre están conformes con sus supuestos representantes políticos.
Al respecto, es bueno recordar que, ante el problema generado por la Unidad Popular en Chile a inicios de la década de los setenta, hay análisis que plantean que la derecha política fue bastante ineficaz, mientras que la derecha económica fue mucho más eficiente, participando activamente en la preparación del golpe militar que terminó con ese extraño y peligroso experimento. Por supuesto, se trata de exageraciones y extravagancias interpretativas, pero para todo se puede encontrar razones.
Lo interesante es que, durante esta Segunda República que se inaugura en 1989, pareciera haberse ido produciendo una mayor distancia entre una fuerte derecha económica respecto de una debilitada derecha política, aunque, por supuesto, sin exagerar. Esto podría deberse al simple hecho de que la institucionalidad heredada desde los tiempos de Pinochet establecía tan amplios márgenes de maniobra al empresariado que podía hacer sus negocios sin preocuparse mayormente por el Estado; la política ya estaba hecha.
Más aún, poco importaba la debilidad de la derecha política, porque la derecha económica podía negociar directamente con el Gobierno de la Concertación, teniendo el apoyo de la institucionalidad legada por el Gobierno de Pinochet y la capacidad de veto que esa institucionalidad le otorga a la derecha política.
Esa debilidad de la derecha política queda bien ilustrada cuando solo después de veinte años logra llegar con Piñera a la Presidencia de la República, que prefiere rodearse en Palacio más con sus amigos empresarios que con líderes políticos de su sector. Esto no es tan raro, pues el distanciamiento progresivo de los políticos respecto de la sociedad civil es bastante generalizado. No solo se presenta en relación con las demandas de los sectores medios y populares, sino que también se producen discretas reticencias de políticos de derecha respecto de algunos planteamientos de los sectores empresariales.
La autonomía creciente de la política lleva a que la actividad política sea un negocio autonomizado en empresas particulares (algunos hablan incluso de pymes políticas) que pueden ser más o menos rentables. Es así como los representantes políticos pueden estar más preocupados de su propia carrera política que de los intereses de quienes supuestamente representan, lo cual incide directamente en las políticas que consideren adecuadas de realizar.
Esto puede ilustrarse con el ejemplo de la aprobación de retiros del fondo de pensiones, donde el cálculo del político es más la conveniencia de aprobar una medida que le dé apoyo electoral en el futuro, que evaluar cuáles son los intereses de los sectores que supuestamente representa. Lo mismo puede decirse respecto de ciertas reformas negociadas entre Gobierno y oposición que no se miran con buenos ojos desde el empresariado.
El incipiente desorden de esas veleidades de políticos de derecha podría explicar en parte el surgimiento de la nueva derecha, supuestamente menos dialogante y más firme en sus posiciones, lo que podría dar mayor seguridad para el desarrollo de los intereses del empresariado. Pero estamos en la sociedad del riesgo.
En realidad, la mayor autonomía de la política también puede presentarse en esta nueva derecha, especialmente porque se trata de un nuevo emprendimiento político, cuyos intereses de desarrollo podrían llevar a descoordinaciones con ciertos intereses empresariales. El riesgo parece mayor que los deslices de la derecha tradicional. La cautela indica que más vale diablo conocido.
Esto permite entender la reticencia del empresariado tradicional ante una candidatura como la de Kast, porque los intereses políticos de Kast y su Partido Republicano pueden llevar a políticas populistas para mantener y acrecentar su poder, lo que eventualmente puede atentar contra los intereses del empresariado, aunque sea en el corto plazo.
Los ricos también lloran fue el título de una antigua telenovela, que servía para señalar a los pobres que, aunque les parezca increíble, los ricos también tienen problemas. Es lo que está ahora ocurriendo con el empresariado. Hasta hace tres meses el horizonte parecía tranquilo, pues en los bloques de Gobierno y oposición aparecían en primer lugar candidaturas presidenciales tranquilizadoras. Evelyn Matthei se perfilaba por lejos la más probable candidata de la oposición, mientras que en el Gobierno se esperaba que la candidata fuera Carolina Tohá.
La primera aparecía como perfecta y la segunda tampoco estaba nada de mal. Sin embargo, el destino, la mano invisible, las redes sociales o las leyes de Murphy, se encargaron de complicar las cosas entregando la alternativa comunista Jara y la alternativa de extrema derecha Kast.
No es entonces raro un inicial y masivo apoyo empresarial a la candidatura de Matthei, que aparece respaldada por partidos tradicionalmente más responsables con su base de apoyo, lo que le permite evitar aventuras que pudieran afectar los intereses económicos de esos sectores.
El fuerte despliegue noticioso y editorial de El Mercurio apoyando la candidatura de Matthei, cuando todavía aparecía competitiva en las encuestas, podría dar cuenta de este inicial apoyo del empresariado tradicional. Por cierto, siempre que se considere que El Mercurio tiene algo que ver con el empresariado.
Posteriormente, aunque declina esa carta presidencial (pero no se pierden las esperanzas), la entrada del expresidente de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC) –máxima organización del empresariado–, Juan Sutil, al primer lugar del comando Matthei no es casual, como tampoco lo es la carta pública, firmada por un numeroso lote de grandes empresarios, pidiendo un acuerdo para una lista única de toda la derecha en las elecciones parlamentarias, lo que corresponde a la propuesta de Evelyn Matthei varias veces reiterada.
Pero Matthei no repunta y ya son los momentos en que se empieza a ajustar la puntería ante las elecciones de fin de año. Entonces Kast tiende a parecer más simpático y habrá que adaptarse, pero con cuidado. Ganar un Parlamento que pueda frenar veleidades populistas y adaptarse al nuevo liderazgo político en las derechas evitando sorpresas.
Entonces volvamos al principio: ¿qué explicación social hay para el surgimiento de esta nueva derecha? Lo más difícil sería tratar de investigar si corresponde a una transformación en la economía mundial que haga surgir un nuevo sector de poder que no encuentra su representación en la derecha tradicional… y por acá, por el sur, haya oportunistas que pretendan sacar algún dividendo. Algo puede haber, pero no tengo ganas ni capacidad para meterme en eso.
Pero, por otra parte, no debería desatenderse el hecho de que una gran proporción de la población, dados los cambios estructurales que impiden o limitan las posibilidades de subjetivación política, se siente ajena e incluso hostil a la política. Hay ahí una masa eventualmente disponible para un emprendimiento político.
Esos cambios estructurales son los que estarían detrás del proceso de sobre individualización tan repetido por los teóricos de una supuesta posmodernidad (“la gente está cada vez más sola” y los solitarios no hacen política). Se genera así un vacío de representación política, especialmente en los sectores populares, que se desinteresan de la política y no encuentran, en quienes pretenden representarlos, proyectos que consideren sus condiciones reales de existencia, sino confusas discusiones valóricas y muestras generalizadas de corrupción y aprovechamiento en lo que se denomina coloquialmente clase política.
El vacío existente respecto a representación política de los sectores populares genera el fenómeno del apoliticismo que, visto desde la perspectiva de condiciones sociales que puedan generar bases de apoyo a movimientos políticos populistas, permite que la nueva derecha obtenga buena rentabilidad electoral con sus inversiones en difusión y propaganda. Los más recientes datos electorales dan cuenta de que algo hay de eso. El emprendimiento político ya se ha dado cuenta de ello y ahí se encuentra la base social para su proyecto.
En la medida que esta derecha pasada para la punta va creciendo, el empresariado se va adaptando a la nueva situación. Puede efectivamente ser una derecha menos permeable a los acuerdos políticos que disgustan al empresariado, pero el peligro es que entre en delirios populistas para acrecentar su capital político o aumente la conflictividad social. El control del Congreso puede ser un recurso eficiente para evitar mayores complicaciones; la precaución hará aconsejables también otros controles. Mientras, felices los que no tienen plata.
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