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¿Quién se anima a salir de su tribu? La riesgosa clausura de la campaña presidencial Opinión Archivo

¿Quién se anima a salir de su tribu? La riesgosa clausura de la campaña presidencial

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Nicolás M. Somma
Por : Nicolás M. Somma Profesor Titular del Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile; Investigador Asociado del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) e Investigador Adjunto del Núcleo Milenio sobre Crisis Políticas en América Latina (Crispol).
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Los fallidos procesos constituyentes muestran lo inconducentes que son los procesos políticos estructurados en torno a tribus clausuradas, porque producen espejismos de acuerdos que se rompen al salir de la burbuja (por ejemplo, en los plebiscitos constitucionales).


Esta campaña presidencial muestra una contradicción llamativa. Por un lado, las encuestas marcan enormes diferencias en el apoyo del electorado a distintas candidaturas –algunas marcan 20 o 30 puntos, mientras otras marcan 1 o 2– y el resto está más cerca del 10 que del 15 por ciento. Sin embargo, casi todos dicen estar convencidos de pasar a la segunda vuelta.

Naturalmente, parte de este optimismo llamativo se explica por razones estratégicas: el temor a que una actitud derrotista de los candidatos reste apoyos de sus simpatizantes. Pero también se explica por un fenómeno que la sociología estudió bien: el efecto de clausura, que ocurre cuando las personas se juntan únicamente con sus partidarios, cortan vínculos con sus rivales y realizan rituales con intensa energía emocional, construyendo tribus políticas.

Las campañas, sobre todo en la recta final, son rituales tribales. Los candidatos recorren el país en buses llenos de sus simpatizantes más fieles, asesores e influencers. Llegan a ciudades y dan discursos en actos a los que concurren quienes ya piensan votar por ellos o tienen una predisposición positiva. La gente los saluda y los abraza y les pide que los salven. Recorren ferias, poblaciones, centros vecinales y se rodean de una energía emocional vibrante, esperanzadora.

Discuten sus ideas y se preparan con sus asesores a puertas cerradas, a quienes se prometen cargos, lo mismo que a los militantes del partido que son parte de la comitiva.

Obviamente, con tanta energía positiva, los candidatos se terminan convenciendo de que la suerte está de su lado y, para evitar el choque con las encuestas cuando estas muestran descensos o un apoyo insuficiente, terminan desvirtuándolas o creyendo que están equivocadas, manipuladas o compradas. El mecanismo psicológico también está bien estudiado: la disonancia cognitiva entre el amor callejero y una encuesta desfavorable lleva a quedarse con lo primero, que es palpable y real, y sospechar de lo segundo, que es un producto simbólico de dudosa trazabilidad.

Estos mecanismos de clausura social, cognitiva y emocional, son necesarios para soportar el desgaste de campañas maratónicas y exigentes, pero producen un peligroso aislamiento recíproco entre los candidatos y sus equipos. Salvo en la preparación y antesala de los debates, donde los intercambios son tensos y breves, los equipos casi no se cruzan.

La única avenida de contacto es a través de los medios, donde los candidatos se olfatean a la distancia, se critican y lanzan provocaciones (“te condeno o perdono”, “no te pesco”, “mientes”, “ocultas tus valores”, “no tienes equipos técnicos”, “eres parte de un Gobierno nefasto”, “nunca hiciste nada en el Parlamento”, etc.). El resultado es que tenemos un archipiélago de redes centradas en las candidaturas que están desconectadas y desconfiadas entre sí.

Este aislamiento puede ser un grave problema para el día después de la elección. En un paisaje político tan fragmentado, quien gane deberá gobernar con la cooperación de sus anteriores rivales si quiere tener éxito. Esto, por tres razones.

Primero, deberá llegar a acuerdos parlamentarios amplios para implementar sus promesas de campaña. Segundo, deberá incorporar a tecnócratas de otras filas a sus equipos si quiere tener políticas públicas robustas y de buena calidad (a diferencia de otros países, en Chile el saber técnico está distribuido por casi todo el espectro político). Tercero, deberá convencer a la mayoría de la ciudadanía si quiere tener legitimidad.

Los fallidos procesos constituyentes muestran lo inconducentes que son los procesos políticos estructurados en torno a tribus clausuradas, porque producen espejismos de acuerdos que se rompen al salir de la burbuja (por ejemplo, en los plebiscitos constitucionales).

Un indicador de esta clausura se vio en los dos últimos debates televisivos. Llamó la atención la escasez de menciones de un candidato a aspectos positivos del programa o discurso de otro, a pesar de que prácticamente todos están de acuerdo sobre cuáles son los principales problemas que enfrenta el país, y las diferencias en las soluciones a varios problemas son mas bien técnicas.

Pero estamos lejos de eso, incluso si miramos dentro de los bloques ideológicos. En la derecha los desacuerdos entre Matthei y Kast arrecian semana a semana, y en la izquierda el apoyo a Jara ha sido bastante tibio, incluso dentro de sectores de su propio partido. El apoyo de los indecisos en la recta final de la campaña, así como las condiciones para poder gobernar, probablemente se inclinarán por las candidaturas que en los próximos días se animen a ir más allá de su tribu.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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