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La banal sonrisa de los candidatos y la crisis integral de la República
No se conocen países con inmigración descontrolada, crisis de seguridad permanente, decadencia productiva y pérdida de legitimidad de las instituciones que no caigan, tarde o temprano, en el deterioro profundo o la inviabilidad.
Las candidaturas a la Presidencia de la República se han caracterizado por mostrar algo que vemos de manera patente, pero que no queremos percibir en todos sus alcances. Nos hemos acostumbrado a que los comportamientos de todos los postulantes a La Moneda (probablemente con la excepción de Artés), expresen una banalidad notoria.
Las campañas han estado centradas en dimes y diretes, en ofensas de bots y perdones a los bots, en que me salgo del partido o soy leal a mi pequeña visión del mundo, por no abundar en los “traps”, “reels”, mensajes breves, consignas, afiches y críticas nimias con las que se pretende ganar o hacer perder puntitos en la encuesta del domingo que viene. El ambiente se extiende a las candidaturas parlamentarias, esas de rostros que nos sonríen desde el vacío de espíritus vacíos.
Los aspirantes a La Moneda y su comparsa al parlamento vienen a reflejar que nos hallamos en una crisis profunda. No es divertido ya, no es simplemente anecdótico lo que estamos viendo. La llamada “Crisis del Bicentenario” parece haber llegado para quedarse: no hay recuperación del vínculo entre los anhelos populares concretos y élites desarraigadas donde los discursos o pensamientos políticos de fondo han sido reemplazados, cuanto más, por consignas, en el peor de los casos, por irritante frivolidad.
La que cruje es la institucionalidad, cuya legitimidad está en el suelo; y la productividad, decayendo de manera severa. Eso, más los problemas de seguridad y el hastío, el malestar difuso que se expande por un pueblo disgregado, solitario en sus aparatos tecnológicos, sin lugares de encuentro, pese a vivir hacinados o a causa del hacinamiento, vienen preparando la intensificación de la crisis.
A nadie parece importarle demasiado. Se hacen informes, hay sociólogos que diagnostican y lúcidos análisis de expertos que nos llaman la atención sobre lo que se involucra en la discusión política o en la crisis social.
Nada de eso mueve a los indolentes candidatos. Siguen disputando con “cuñas”, frases hechas, pensando el crecimiento en migajas, decimales, centésimos más o menos. Hasta del aborto se habla en semanas.
La discusión en general está traspasada por una resignación de fondo. Una fatiga de base. Una disposición a mantenerse dentro del estado decadente de cosas en el que nos encontramos.
No hay grandes pensamientos. Menos, grandes propuestas o acciones arrojadas. Carecemos de una visión compartida del país de las décadas por venir, de la urgencia y profundidad de la crisis, del tamaño, la envergadura y la premura, de la inmensidad de los desafíos. Sólo así se explica el lujo de desperdiciar dos procesos constituyentes y toda oportunidad de producir consensos nacionales.
Si se quiere acabar con el deterioro severo de la productividad, el malestar de los económicamente postergados, con la crisis de legitimidad del sistema político, es menester dejar de lado, por un momento al menos, los mezquinos cálculos de financieros neoliberales o activistas carroñeros, para poder pensar en perspectiva al país, en las tareas pendientes, en una educación dedicada a desarrollar en los jóvenes las destrezas y el gusto por transformar la realidad, antes que meramente especularla, en fortalecer industrias donde trabajar sea un gozo y no una maldición, porque los trabajadores se saben realizando con eficacia tareas valiosas, cargadas de significado: caminos al viento, puertos frente al mar, maquinarias en grandes fundiciones, cultivos bajo el sol y las brisas, irrigaciones capaces de abrir a la fecundidad nuevos valles conquistables al desierto amenazante.
El encierro en galpones de venta, el “oficinismo”, es sólo para una parte menor de la humanidad. No puede ser el “modelo” laboral para las energías populares masivas.
Se busca terminar con la inmigración descontrolada, un problema que nos desborda. ¿Por qué no pensar sin mezquindad en este asunto? ¿Por qué no apelar a los espíritus de los jóvenes y familias en formación, irrigando las zonas fronterizas e instalando colonias semi-autárquicas en ellas, habitadas por civiles y protegidas por carabineros o militares integrados orgánicamente en ellas? Producir una verdadera barrera humana, ¡no de minas!, a lo largo de las extensas fronteras deshabitadas.
Ya existen las tecnologías del agua para proveerla, almacenarla y conservarla en tales zonas (desalación, hidrogel, etc.). A la vez que se expandiría el terreno cultivable en Chile y se le ofrecería una salida a tanto joven y nuevas familias hacinadas en Santiago, se conseguiría desatar un sentimiento patriótico de integración con el territorio. Algo similar podría hacerse en el sur austral, convertido en un parque nacional prohibido a los chilenos.
Resignificar el espacio geográfico, la tierra, con vías de transporte veloces, trenes a 400 kilómetros por hora entre Arica y Puerto Montt, que permitan, por ejemplo, vivir en Talca y trabajar en Santiago. Dotar de agua, ¡de algo tan básico como el agua! a nuestros campos arrasados por una sequía que se ceba inveteradamente sobre ellos. Enseñar a producir transformaciones eficaces de la realidad, salirse del encierro, de los escritorios, del nido de víboras en el que se está convirtiendo la convivencia política y social, al modo de un “Cambalache” triste.
Gaviotas, tiuques, queltehues, águilas siguen mirándonos desde nuestros cielos y la tierra esperando por agua y la roca a que se le extraiga el mineral para manufacturarlo. ¿Dónde quedaron las promesas de destinar el 4 por ciento (multiplicar por 10) los dineros para ciencia, tecnología y productividad? ¿Dónde, la idea de producir nuevamente en Chile nuestros buques, incluso nuestros vehículos blindados y automóviles, como se hizo alguna vez? No hablo de reactores nucleares: hablo de máquinas funcionales básicas para un florecimiento armónico de la República.
No se conocen países con inmigración descontrolada, crisis de seguridad permanente, decadencia productiva y pérdida de legitimidad de las instituciones que no caigan, tarde o temprano, en el deterioro profundo o la inviabilidad. Entonces, o el sistema político, partiendo por esos divertidos líderes que postulan sonrientes a cargos de elección popular, se toman en serio los mentados desafíos, o no nos quejemos después -porque los factores no se han modificado-, en lo más cercano, de un estallido 2.0, esta vez no sólo por desagrados vagos, sino por encierro, desempleo, hambre, emergido ahora desde zonas urbanas dotadas, cada vez más, de armas, verdaderos arsenales dispuestos a ser empleados como expresión de hastío nihilista.
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