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Obama el pacifista y Cheney el embajador del miedo

En el discurso de Obama, por primera vez en un documento oficial, se afirma que Estados Unidos, al salirse del curso legal y del derecho e instalar el miedo, estaría estimulando un clima de guerra y de amenazas, que a su vez tiene implicancias negativas en la seguridad.


El senado norteamericano, con votos abrumadores de demócratas y republicanos, ha rechazado la propuesta del gobierno para implementar el proyecto de cierre de la cárcel en Guantánamo.

Esto se produce en sincronía con una fuerte campaña del partido republicano para incidir en la percepción pública de que el cierre de Guantánamo vulnera la seguridad de EE.UU.

El tema de la seguridad nacional es popular en EE.UU., genera votos para los políticos y varios analistas ven el rechazo como demagógico y sin fundamento.

Un portavoz de la operación «Mantener Guantánamo» es el ex vicepresidente, Dick Cheney, con su repetida declaración de que su cierre para albergar «enemigos de la nación» -virtualmente convertida en un campo de concentración- atenta directamente contra la seguridad nacional.

El gobierno sostiene que al mantener Guantánamo como cárcel de detenidos por sospechas de ser terroristas se está haciendo todo lo contrario, y que se violan los principios que sustentan a EE.UU.

El poder de los valores fundamentales, la declaración de independencia, la constitución, la carta de los derechos, las estructuras básicas de libertad y justicia, fueron reiterados en el discurso de Barack Obama el 21 de mayo pasado en las dependencias del Archivo Nacional  en Washington DC. Con otras palabras, reconocía que con  Guantánamo y sin el plan de procesamiento de detenidos que fue anunciado, EE.UU. constituía un Estado de excepción.

Esta oposición al cierre no constituye sorpresa, es un duelo anunciado y de larga data, cuya centralidad representa el núcleo del debate en torno a la seguridad nacional.

Se identifica por una parte la lógica del miedo para defender y atacar, de Dick Cheney. Por la otra,  la del derecho y la justicia para disuadir y lograr paz, de Barack Obama.

Son dos lógicas que se contraponen como si operaran en un sistema de castas fundacionales opuestas para formar una nación, encarnadas en dos políticos como Barack Obama, el misionero de la paz, y Dick Cheney, el «embajador del miedo». Título en castellano de un magistral film sobre la seguridad nacional de John Frankenheimer.

De allí que Obama hable repetidamente de  «Hacer perfeccionar la Unión»,  como el sueño (¿utópico?) del idealista, y que es aplicable a toda nación.

En el discurso de Obama, por primera vez en un documento oficial, se afirma que Estados Unidos, al salirse del curso legal y del derecho e instalar el miedo, estaría estimulando un clima de guerra y de amenazas, que a su vez tiene implicancias negativas en la seguridad.

El comentario provenía de la máxima autoridad del país, que se percibe en una buena parte del mundo como el instigador del clima de violencia global al adoptar una doctrina de seguridad nacional basada en la guerra internacional contra el terrorismo, concebido como una suerte de paradigma en el eje amenaza-protección.

El análisis internacional a partir de la declaración de guerra internacional contra el terrorismo del equipo Bush/Cheney, se reduce a un esquema rígido y nuevamente bipolar de opciones. O se está a favor o se está en contra de esa guerra.

El análisis queda suspendido porque la mayor parte de éste se reduce a una guerra contra el terrorismo que en el fondo es una hipótesis de trabajo o una conjetura, y no una realidad desde la perspectiva de una amenaza a la supremacía estadounidense en el mundo, que es en definitiva lo que respalda su seguridad nacional.

De alguna forma, el argumento de los halcones duros sobre la supremacía se enredó, porque definitivamente la seguridad nacional de Estado Unidos no puede estar amenazada por el terrorismo internacional y un conjunto de amenazas fragmentadas y dispersas, y menos puede estar amenazada la supremacía norteamericana.

Por otra parte, mientras los neoconservadores, sean republicanos o demócratas, intentan sustentar la tesis de la guerra internacional antiterrorista, los verdaderos problemas políticos internacionales mayores, como son las relaciones entre occidente y el mundo árabe e islámico, la dificultad de recuperar el Estado palestino, el concebir a Israel como un Estado patrulla y propagador de la democracia occidental en la zona, la reemergencia de Irán como potencia regional, no alcanzan a formar un caudal de poder para sostener que la supremacía  norteamericana está en disputa. En su mayor parte son remanentes de situaciones no resueltas de la Segunda Guerra Mundial o de la Guerra Fría, que la alianza transatlántica con la mayor parte del poder a su disposición, no ha sabido resolver.

Es probable que el concepto central de la seguridad nacional y su materialización en el momento de la actual crisis económica y social en el mundo no se perciba como crucial.

Esto quizás se deba a que el problema de la fragilidad de los instrumentos para mantener la paz y contener la guerra no se ve como esencial en un escenario desprovisto de potencias al acecho para dar el zarpazo y situarse en la pulgada mayor de la expansión. La guerra internacional contra el terrorismo -de la cual depende la absurda legalidad de Guantánamo- ha distorsionado aún más ese concepto central.

Todo esto puede cuadrar en la abstracción, sin embargo los países continúan armándose, comprando tecnología letal que se desplaza, desarrollando capacidad nuclear, compitiendo uno con el otro en función de la protección y la seguridad nacional. Y precisamente la necesidad de reacondicionar permanentemente la seguridad, es pieza central en el debate y en el escenario del reacomodo de poder interno en el país que gravita en forma determinante en el resto de las naciones y en los equilibrios internacionales.

Por las implicancias en el funcionamiento de la sociedad, el debate de la seguridad nacional al principio y al final es un debate sobre el derecho, quedando demostrado que el objetivo de la protección o la seguridad del Estado, desde el discurso aristotélico, pasando por visiones más modernas de las naciones hasta la era post Segunda Guerra Mundial, se atasca cuando se intenta aplicar el derecho con estricto rigor.

La carta de los Derechos, específicamente en referencia a los individuales, no armoniza y menos ensambla en las necesidades de la protección, porque quién decide los cánones de esa protección no son los individuos y ni siquiera las colectividades de individuos, sino que son un patrimonio político de estructuras de poder asociadas a la fábrica de soberanía que son el Estado y las naciones, con el sensor ciudadano remotamente ubicado.

En la teoría Estados Unidos cree en esos principios de libertad, justicia e igualdad, sin embargo, por el extenso legado de confrontación y amenaza producido por el hálito de supremacía y expansión, queda entrampado.

Por eso resulta paradójico que el presidente de una nación que luchó más de 90 años contra una doctrina tildada de opresora, como fue el comunismo, tenga que recurrir a los principios más básicos para sustentar su argumento de cerrar Guantánamo.

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