Publicidad
La crisis intelectual de la derecha en sus libros VIII: Gonzalo Arenas: «Virar derecha». Opinión

La crisis intelectual de la derecha en sus libros VIII: Gonzalo Arenas: «Virar derecha».

Hugo Eduardo Herrera
Por : Hugo Eduardo Herrera Abogado (Universidad de Valparaíso), doctor en filosofía (Universidad de Würzburg) y profesor titular en la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales.
Ver Más

Ya lo hemos dicho: insistir en el modelo peculiar chileno, según fue diseñado en la Guerra Fría, genera una serie de trastornos, como la excesiva concentración del poder político y económico, cuya superación exige pensar en reformas y –en lo tocante a la derecha– en una actualización de su discurso. Es eso lo que está detrás de la falta de sintonía.


El ciclo de columnas en el que abordo los últimos libros de personeros y pensadores de la derecha chilena en el último tiempo (Kaiser; Larraín; Novoa; Oppliger y Guzmán; Larroulet; Urbina y Ortúzar; Arenas) va llegando a su fin. En esta ocasión comento el texto Virar derecha, el séptimo de la serie, de publicación reciente, en septiembre pasado. Terminaré este conjunto de reflexiones y comentarios, que ya se extienden por varios meses, con algunas conclusiones finales. Probablemente para ese entonces ya habrá aparecido o estará por aparecer un libro en el que incluyo, junto a versiones de los siete comentarios, un ensayo general sobre la Crisis de la derecha en el Centenario. Pero todo eso será más adelante, en un par de semanas más. Por ahora, el comentario al libro que falta.

El estudio del ex diputado de la UDI Gonzalo Arenas apunta a dilucidar en qué consiste la identidad de la derecha –o lo que él llama la centroderecha– y las razones del estrepitoso fracaso electoral que ella experimentó en las últimas presidenciales. Nos dice que “solo entendiendo a la centroderecha en toda su dimensión seremos capaces de responder una gran interrogante: ¿por qué a pesar de los indudables éxitos de gestión del primer gobierno de centroderecha (2010-2014) en más de cincuenta años, esta sufrió una de sus peores derrotas?” (p. 12). Para tal efecto, Arenas busca “generar” lo que llama “una discusión de verdad […] sobre lo que la centroderecha chilena ha sido, es y debería ser en la historia política de nuestro país” (p. 13).

Con ese objetivo, el libro recurre a la historia de la derecha chilena. No construye en el vacío, sino que acude a lo que nos deja la tradición de ese sector.

La detallada exposición sitúa el origen de la derecha política chilena en 1920, cuando ella se organiza como oposición al gobierno de Arturo Alessandri, y su consolidación en 1938, con la candidatura de Gustavo Ross (pp. 25-6, 35-9). La tesis de una derecha tan tardía – aquí el autor sigue a la historiadora Sofía Correa (Con las riendas del poder)– es sugerente, pero debe complementarse. Hemos visto que, incluso previo al radicalismo social, la encíclica Rerum Novarum había influido ya en los conservadores, quienes la recogen en escritos y acciones en favor de las organizaciones de trabajadores, que rematan en la fundación de la Federación Obrera de Chile por parte de los conservadores Marín y Cambié. También antes se hallan los autores de la Crisis del Centenario –Francisco Antonio Encina, Alberto Edwards, Luis Galdames–, que participaron activamente en la discusión pública sobre educación, fundaron un partido –el nacionalista– y tuvieron amplia influencia en la política posterior. Es entonces, todo previamente a 1920 y muy anterior a 1938, que la derecha consolida dos de sus cuatro tradiciones de pensamiento, hasta cierto punto en una actitud polémica con el liberalismo económico dominante.

[cita]Con todo, Virar Derecha es un libro que revela una consciencia histórica de la que el sector ha carecido. Su principal mérito consiste en mostrar un pasado en la derecha que –aunque no se ausculta en su trasfondo intelectual, aun así– alcanza a atisbarse como más amplio y rico que el presente. El texto de Arenas viene a ser un aporte a la reflexión (es lo que se propone) de quienes quieren pensar en una derecha más allá de los límites del activismo y el espíritu gerencial que caracterizó a sus dos gobiernos democráticos, el de Jorge Alessandri y el de Sebastián Piñera.[/cita]

Negar una derecha antes de 1920 significaría además, tener que negar a la vez la existencia de una izquierda política, pues se trata, en la derecha y la izquierda, de términos correlativos. Asentado el hecho de una izquierda política previa a esas fechas (el Partido Obrero Socialista lo funda Recabarren en 1912), hay, por lo tanto, una derecha política también anterior. Arenas menciona al partido nacionalista de Guillermo Subercaseaux, así como a Juan Enrique Concha, pero los ubica como reacciones aisladas de la aristocracia frente a la cuestión social, conjuntamente con “algunos intelectuales y artistas de la aristocracia que apoyaban abiertamente a Alessandri, como Joaquín Edwards Bello” (p. 23). Difícilmente, sin embargo, se puede sostener la tesis de las reacciones aisladas ante participaciones políticas colectivas tan significativas.

A partir de sus consideraciones históricas, Arenas distingue varias “almas” de la derecha, cuyo derrotero se desencadena con la dispersión producida por la victoria de Pedro Aguirre Cerda. La distinción entre varias (cinco) tendencias de la derecha chilena resulta, en principio, plausible, no obstante las diferencias que se pueda tener con los énfasis que hace Arenas en sus méritos y debilidades. Habría que insistir en que la derecha nacional-popular y el socialcristianismo son previos a las fechas que indica Arenas. También sería necesario establecer con mayor nitidez los vínculos entre la derecha económica y las otras cuatro variantes.

Primero está lo que llama la derecha “conservadora” o “tradicional”, que une a los conservadores en disputa con el socialcristianismo y al Partido Liberal. Esta alma derechista posee un carácter reaccionario y oligárquico (pp. 38-39, cap. IV). Hay, asimismo, un alma de la derecha económica, que se articula con independencia de los partidos, en organizaciones como la Sociedad Nacional de Agricultura, la Sociedad de Fomento Fabril y la Sociedad Nacional de Minería, todas las cuales se agrupan luego en la Confederación de la Producción y del Comercio (pp. 100-102). Una tercera “alma” de la centroderecha es la nacional-popular, surgida en torno al Partido Agrario-Laborista (p. 103), que renace en los sesenta con el Partido Acción Nacional y encarna en el nuevo Partido Nacional (pp. 118-122). En cuarto lugar, incluye Arenas –plausiblemente a mi juicio– a los socialcristianos (devenidos en Falange Nacional) dentro de la derecha, si bien indica que en nuestra historia este grupo se ha inclinado a presentarse separadamente de las otras almas (pp. 104-105). En fin, una quinta y última alma es la que introduce Jaime Guzmán con la síntesis de la doctrina económica de los llamados “Chicago Boys” y las ideas del gremialismo (p. 124; cf. pp. 125-148).

Arenas describe con cierto detalle las vicisitudes de los diversos grupos o almas que componen la derecha, desde sus inicios hasta el último tiempo, pasando por la división del año 38, las nuevas corrientes en los 40 y 50, la unificación en el Partido Nacional, la Unidad Popular, el golpe y las disputas entre Jarpa y los “gremialistas-Chicago”, la Transición, hasta llegar al gobierno de Sebastián Piñera y la situación actual. La descripción de las almas de la derecha y su derrotero contiene aciertos importantes. Por de pronto, la explicación de esos cinco grupos y cómo ellos han influido en la configuración de la derecha actual. Arenas escapa a la lectura atávica predominante en la UDI del pensamiento de Guzmán como un corpus inmóvil y reconoce sus mutaciones. Afirma, por ejemplo, que a “la tensión entre una economía basada en principios liberales y una institucionalidad política de carácter más bien conservador […] tampoco Jaime Guzmán la veía como una combinación inmodificable” (p. 169). También indica: “Es preciso señalar que las ideas políticas del líder gremialista van evolucionando a través de los años y, por tanto, ninguno de sus trabajos por sí solo puede entenderse como la obra que plasma y refleja cabalmente su pensamiento político” (p. 137; cf. p. 146). Problemático, en cambio, es su elogio sin matices al “liderazgo de Joaquín Lavín”, basado –nos dice– en un “estilo directo, franco, preocupado de los problemas reales de la gente más que de la discusión política” (p. 147). Era esperable más distancia respecto de la posición de quien enfatizó precisamente la despolitización, lo que se llamó el “cosismo”, y que se parece demasiado al activismo sin discurso que denuncia Arenas en la derecha de hoy. Arenas realiza una crítica al gobierno de Piñera, que da, en el balance global, con un punto significativo: “La dinámica política le pasó por el lado […] y fue incapaz de encauzarla” (p. 150). Esta debilidad tiene como su causa, nos indica, un liderazgo más confiado “en las virtudes y mentalidades del sector privado” que en las cualidades propiamente políticas de los dirigentes y partidos (p. 150).

La atención a la historia de la derecha es elogiable. Seguramente, sin embargo, el libro habría ganado mucho si no se hubiera concentrado en la historia fáctica de la derecha y se hubiese adentrado en la historia de su pensamiento. Sucede que la ausencia de una referencia al pasado específicamente intelectual de la derecha, restringe las posibilidades de hacer luz no sólo en las ideologías que la justifican, sino que en su propio derrotero fáctico. El alma económica, por ejemplo, no se sustenta a sí misma, sin atender a las ideas operantes tras el impulso de organización del empresariado. Las diferencias entre los liberales y los conservadores tampoco quedan suficientemente recogidas cuando se los considera conjuntamente. Pero, sobre todo: cuando el principal desafío de nuestra derecha es generar un discurso, un pensamiento a la altura del momento actual, resulta inadecuado soslayar el aspecto intelectual de la historia de ese sector.

Arenas es consciente de aquel desafío. Plantea que el nuevo escenario “exige a los actores políticos una mayor preparación para argumentar y razonar sobre la bondad de sus posturas en medio de una cada vez más exigente opinión pública” (p. 178). Mas al especificar en qué podría consistir eso, parece como si para Arenas el problema de la mentada falta de discurso se dejara reducir a la ausencia de propaganda (pp. 77-78, 80, 83-85, 157-158). La indistinción de propaganda y discurso compromete la solución del problema de la derecha, que no es simplemente la carencia de publicistas y persuasión, sino de ideología. Además, la identificación puede tener consecuencias negativas para la praxis. La política es una actividad comprensiva, la cual ha de estar abierta –si busca justicia– a la multiplicidad específica de la situación, y eso exige pensamiento político. La propaganda, en cambio, se inclina al polo manipulador cuando no va acompañada de una comprensión humana amplia, avalada por un pensamiento complejo.

En los capítulos finales se contiene algo así como una propuesta de salida a la crisis de la derecha. Ella consistiría en que el sector se vuelva “liberal en plenitud” (p. 168). Arenas se encuentra a la búsqueda de una derecha “consecuentemente liberal” (pp. 166, 168, 170) que supere el “pluralismo limitado” del modelo político de Jaime Guzmán (pp. 168 ss.). El liberalismo de la derecha en economía no habría tenido su correlato en la política, donde aún operan sedimentaciones autoritarias (pp. 171 ss.) y paternalistas (pp. 177-179). A esta lúcida crítica debiera, empero, agregársele una pregunta que Arenas no plantea y que, cuando el sistema económico y político se halla sometido a cuestionamiento y se advierte una excesiva concentración del poder en la capital del país, resulta exigible hacerse, a saber: ¿no se necesita matizar el liberalismo en el campo económico y corregir sus excesos más notorios? Arenas no somete a la exigible crítica y justificación aquí su propia posición. Él guarda distancia respecto de la exigencia de “humanizar el modelo” (p. 150). Defiende el sistema económico chileno, al cual elogia desde su implementación (pp. 125 ss., 151 ss.), sin atender –salvo una mención genérica a “problemas y desigualdades” (p. 154)– a los defectos más dañinos. Después de esta defensa, aventura un diagnóstico: “Más que una crisis del modelo, lo que estamos viviendo es una crisis de legitimidad social del modelo, pero no por causa de una institucionalidad determinada, sino por falta de sintonía de la acción política, que ya no logra conectar emocionalmente con el día a día de los ciudadanos” (p. 157). Ya lo hemos dicho: insistir en el modelo peculiar chileno, según fue diseñado en la Guerra Fría, genera una serie de trastornos, como la excesiva concentración del poder político y económico, cuya superación exige pensar en reformas y –en lo tocante a la derecha– en una actualización de su discurso. Es eso lo que está detrás de la falta de sintonía. Además, es necesario incorporar otros aspectos, que no aparecen en el libro de Arenas, como la verdad es que en ninguno de los libros de la derecha: el regionalismo político y la significación del paisaje. En fin, el cambio desde una “cultura política” oligárquica hacia una democrática, que Arenas reclama, no se resuelve con su sola mención.

Con todo, Virar derecha es un libro que revela una consciencia histórica de la que el sector ha carecido. Su principal mérito consiste en mostrar un pasado en la derecha que –aunque no se ausculta en su trasfondo intelectual, aun así– alcanza a atisbarse como más amplio y rico que el presente. El texto de Arenas viene a ser un aporte a la reflexión (es lo que se propone) de quienes quieren pensar en una derecha más allá de los límites del activismo y el espíritu gerencial que caracterizó a sus dos gobiernos democráticos, el de Jorge Alessandri y el de Sebastián Piñera.

Publicidad

Tendencias