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La eterna vida del Mamo y Ricardo Claro Opinión

La eterna vida del Mamo y Ricardo Claro

Javier Rebolledo
Por : Javier Rebolledo Periodista y autor del libro La Danza de los Cuervos.
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Uno de los hombres que le entregó dinero, que pagó a los agentes de las brigadas de exterminio, fue el empresario Ricardo Claro Valdés. Famoso porque en transición fue el propietario del canal Mega y porque tenía entre sus propiedades a la Compañía Sudamericana de Vapores, fue un hombre que se vanagloriaba de ser el ciudadano más informado del país. Con relaciones en el mundo empresarial, en el catolicismo extremo y en el mundo del hampa, estaba dispuesto a todo por imponer el modelo de sociedad que le parecía.


Se murió el Mamo. ¿Tristeza? Más bien ansiedad por ausencia. Esperaba que viviera un poco más, que los ochorrocientos años de condena en su espalda lo siguieran asolando en vida, tal como él arruinó la vida de tanta gente que, sin querer, se cruzó en su camino hacia el poder absoluto, camino en el que no discriminó entre ser un oficial dedicado a la inteligencia, del asesino dedicado a ocupar la inteligencia para cumplir con sus sueños de niño.

¿Cuáles eran sus sueños? En realidad uno: el poder absoluto. Un monolito que no vale la pena explicar en profundidad y que ha ocupado y ocupará la mente de millones. Desde el principio Contreras supo arrimarse a un árbol que le permitiría hacer y deshacer a su antojo para eliminar el cáncer marxista, sí, pero sobre todo, para tener lo que añoraba, el mencionado poder absoluto.

Siendo teniente coronel del Ejército, llegó a ser, sin tener el grado, director del organismo más temido y detestado de la historia reciente de Chile: la DINA. Pinochet, se supo valer de él. Pasó por encima todos los protocolos del Ejército y lo nombró a él, a su delfín, como el hombre encargado de decidir quién vivía, quién moría, quién debía ser flagelado, quién debía ser expatriado, o quién debería pasar a ser un detenido desaparecido más.

En La danza y El despertar de los cuervos narré parte de su vida a la cabeza de la DINA. Desde los años de puesta en marcha y consolidación en Tejas Verdes, hasta la experticia en el cuartel Simón Bolívar, donde ninguno de los detenidos salió con vida, pues sólo iban ahí a recibir “la última exprimida del limón”, es decir, la última sesión de torturas, sin ningún cuidado con su existencia, pues desde ahí, sí o sí, serían exterminados.

[cita] Contreras y Claro son distintos, es evidente, pero a la vez son parte de lo mismo. El primero, un soldado aparecido, beneficiado por las circunstancias y con la posibilidad de subir y subir. El segundo, apabullado por el horror de perderlo todo, sin querer bajar de su pedestal, parte de una guerra santa. Sociedad siniestra, cofradía del mal, que no es otra cosa que la cofradía del conservadurismo más recalcitrante que creía y todavía cree, que los procesos sociales pueden ser delimitados por un poder absoluto basado en el horror.[/cita]

Recibió la ayuda incondicional de pro hombres, hombres de fe, católicos recalcitrantes convencidos de la necesidad de un cambio radical en Chile. El marxismo, dictadura del proletariado, llegado desde afuera y destinado, entre otras cosas, a terminar con el sistema económico chileno y quitar a la Iglesia Católica del camino, debía ser exterminado de raíz.

Uno de los hombres que le entregó dinero, que pagó a los agentes de las brigadas de exterminio, fue el empresario Ricardo Claro Valdés. Famoso porque en transición fue el propietario del canal Mega y porque tenía entre sus propiedades a la Compañía Sudamericana de Vapores, fue un hombre que se vanagloriaba de ser el ciudadano más informado del país. Con relaciones en el mundo empresarial, en el catolicismo extremo y en el mundo del hampa, estaba dispuesto a todo por imponer el modelo de sociedad que le parecía. Uno conservador, religioso, ordenado y donde el poder económico pudiera hacer y deshacer sin contrapeso para así engrosar su billetera y, de paso, dar cuenta a Dios de sus buenas acciones. Juntos, desde el hogar de Contreras o en la casa del Cajón del Maipo, usurpada a Darío Sainte Marie (ex director del diario El Clarín), entre trago y trago, planearon y ejecutaron el destino de miles de chilenos.

Ricardo Claro pagaba el sueldo de una parte importante de los funcionarios civiles de la DINA, pues no se encontraban adscritos al personal de planta y, por ende, el erario fiscal no podía dar cuenta de ellos. A Contreras le parecía bien, provechoso, arrimarse a él y recibir los medios materiales y consejos para hacer de Chile un lugar mejor.

Contreras y Claro son distintos, es evidente, pero a la vez son parte de lo mismo. El primero, un soldado aparecido, beneficiado por las circunstancias y con la posibilidad de subir y subir. El segundo, apabullado por el horror de perderlo todo, sin querer bajar de su pedestal, parte de una guerra santa. Sociedad siniestra, cofradía del mal, que no es otra cosa que la cofradía del conservadurismo más recalcitrante que creía y todavía cree, que los procesos sociales pueden ser delimitados por un poder absoluto basado en el horror.

Prácticos y expertos en esas lides ambos reinaron y ambos fracasaron. En parte. ¿Qué pensaría hoy Ricardo Claro al ver cómo muchos de los suyos, los mismos que como él se enriquecieron durante un régimen terrorista, finalmente se encuentran en la plaza pública, víctimas del escarnio social? ¿Y qué pensaría Contreras antes de morir en su habitación del Hospital Militar, con dos cadenas perpetuas, 529 años en condenas y con muchos de los suyos presos de por vida?

Fracasaron. Por lo menos en el intento de crear un sistema monolítico que se proyectara en el tiempo alabándolos por los servicios prestados a la patria. Pero hay que reconocerles a ambos que también triunfaron. El sistema económico, representado por Claro, e instaurado a punta de muertes gracias a Contreras, se mantiene hasta hoy con pocas variaciones. Y la Concertación, porque es la Concertación y no la Nueva Mayoría, los ayudó. Al principio transó, pues quizás no tenía otra posibilidad de acceder a un poder claramente delimitado por el Ejército y los poderes fácticos de la sociedad. Pero luego, pasados lo años, ese soportar, ese aceptar, se transformó en un ser parte consciente y colaborador de un nuevo sistema, disfrazado de democracia, pero que en realidad guardó y guarda en sus entrañas la semilla y productos de la dictadura cívico militar.

Entonces, ambos, Contreras y Claro, fracasaron debido a que ninguno hoy es homenajeado. Es cierto. Pero también triunfaron, porque lo implantado por ambos, como íconos cada uno de aspectos centrales de la dictadura, se encuentran hoy incólumes.

¿Reforma laboral? ¿Reforma educacional profunda? ¿Reforma al sistema de pensiones? Nada. Hemos visto como el gobierno de Michelle Bachelet, producto de sus propias miserias ha debido abandonar la retroexcavadora para dar paso a la templanza, a un paso más hacia adelante o al lado, dentro de la misma transición que iniciaran Patricio Aylwin y que luego siguieran los demás gobernantes de su grupo.

Y el resto de los ciudadanos, aunque hemos visto espantados que la relación endogámica entre el poder político y el económico no es otra cosa que la dictadura del poder económico implantado a partir de 1973 por los Chicago boys, por los Odeplan boys, por los tecnócratas, y por los militares, debemos entender que el escándalo dio paso a los acuerdos. Así sucede cuando todos están manchados, cuando todos se tragaron el sistema entero. Cuando hasta la nuera de la presidenta de la República, Natalia Compagnon, no es otra cosa que una operadora. ¿Un crédito de parte del Banco de Chile, propiedad del segundo hombre más rico de Chile, Andrónico Luksic, sin contar con ninguna de las exigencias que a un ciudadano común se le podría pedir? ¿Qué es eso? Y luego ¿ocho reuniones más con el mismo Luksic? ¿Para conversar de lo mismo? ¿Del mismo crédito? Mentira. Creo que Bachelet sabía y siempre supo la naturaleza monetaria y de poder que escondían estos encuentros. Pena, vergüenza, quizás, si no se entendiera cómo fue en Chile el proceso de los acuerdos y cómo quedó en evidencia a través de los casos Penta, Soquimich y Corpesca.

De manera, que Contreras muere. Ricardo Claro también murió. Pero su legado, el mensaje que implantaron en Chile a través de la sangre y la firma en documentos oficiales, hoy está más vivo que nunca.

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