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Aborto y oportunismo argumentativo: respuesta a Daniel Mansuy Opinión

Aborto y oportunismo argumentativo: respuesta a Daniel Mansuy

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Francesco Penaglia
Por : Francesco Penaglia Académico departamento de Política y Gobierno Universidad Alberto Hurtado
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Extrapolar que la argumentación pro aborto tiene una raíz exclusivamente liberal es hilar poco fino. ¿Acaso toda lucha que pretende la autodeterminación es una lucha liberal por el solo hecho de vincularse a beneficios del individuo? Esto sería entender además libertad de un modo estrictamente acotado y neoliberal: libertad como no interferencia.


Uno de los debates más antiguos en las Ciencias Sociales y Humanidades tiene relación con la concepción sobre la naturaleza del “hombre”: sea como un sujeto individual y egoísta (lobo para sí mismo en Hobbes) o desde una visión colectivista presente –aunque con matices– en Rousseau y ciertamente en el marxismo. Desde este debate sobre la naturaleza del “hombre” se expanden los dos modelos principales de la modernidad: socialismo y capitalismo.

En una columna publicada en El Mostrador, Daniel Mansuy plantea una interesante y provocadora argumentación en la que sostiene que la discursividad “pro aborto” tendría una matriz argumentativa individualista –por tanto, teóricamente por extensión sustentada en los mismos cimientos del capitalismo, elección racional, etc.–. Esto tendría una contradicción respecto a los planteamientos de “izquierda”, ante lo que personas como Soledad Alvear serían los verdaderos defensores de la epistemología comunitarista.

No es del interés de esta columna defender o cuestionar los orígenes valóricos de los promotores de este proyecto de ley, sino más bien discutir la relación, a mi juicio errada, entre aborto y liberalismo –bajo el paraguas teórico común del capitalismo–. Por ignorancia u omisión, Mansuy no da cuenta de cientos de argumentos que han acumulado históricamente las diversas corrientes del feminismo –corrientes de las cuales el feminismo blanco liberal es solo una expresión–.

Extrapolar que la argumentación pro aborto tiene una raíz exclusivamente liberal es hilar poco fino. ¿Acaso toda lucha que pretende la autodeterminación es una lucha liberal por el solo hecho de vincularse a beneficios del individuo? Esto sería entender además libertad de un modo estrictamente acotado y neoliberal: libertad como no interferencia.

Si solo se entiende lo liberal así y, por lo tanto, desde un plano “individualista” asociado al capitalismo, también habría que extender así las luchas contra la esclavitud, las que igualmente podrían interpretarse desde la soberanía individual del cuerpo (“mi cuerpo, yo decido”) y no desde una lucha colectiva ligada a un cambio en las relaciones de producción. A toda lucha colectiva pueden asignársele valores, discursos y beneficios individuales, lo que no transforma necesariamente la lucha en un campo discursivo carente de colectividad. Mansuy, aparte de ignorar el rico debate al interior de las distintas corrientes feministas, comete el error de analizar la discursividad sobre una lucha social en clave idealista: valora un discurso de manera abstracta y le asigna una categoría normativa: individualismo.

Pese a que Mansuy utiliza a Marx, ni sus planteamientos ni su análisis tienen algo que ver con Marx. Analizando el fenómeno de la mujer desde el materialismo dialéctico, y no desde el idealismo discursivo, podría sostenerse que la transición desde la economía feudal al capitalismo trajo consigo cambios profundos en el rol de la mujer dentro de la sociedad. En este plano se habla de estructura patriarcal-capitalista, en el que se dieron y potenciaron relaciones cruzadas de explotación (división de clases) y dominación sexual (autores postcolonialistas como Aníbal Quijano agregarían la división racial).

[cita tipo=»destaque»]Desde la lucha antipatriarcal, entendida esta en una concepción materialista de lucha colectiva con componentes clasistas y feministas, resulta absurda la simplificación Mansuy –desde la ignorancia o la omisión–. La lucha por la autodeterminación del cuerpo enraizada en una opresión estructural histórica es una lucha colectiva cuyos efectos también son colectivos.[/cita]

Ciertamente, desde una concepción marxista, los aspectos materiales de la realidad –como la estructura de producción– condicionan aspectos culturales y políticos. En el proceso de dominación de la mujer, un factor histórico clave ocurrió con la peste negra en el siglo XIV, que implicó la muerte de entre un 30% y 40% de la población. Este factor provocó una crisis del trabajo, un aumento de los salarios (ante los escasez) y un aumento del poder de las clases trabajadoras. Esto generó una serie de revueltas y alzamientos durante casi un siglo en Europa en que incluso hubo experiencias de gobierno.

Este factor –escasez en la fuerza de trabajo, que generaba mayor precio del salario y poder de los trabajadores– tuvo como respuesta de los sectores dominantes una ofensiva política contra la mujer y la sexualidad. Durante este periodo se implantaron políticas públicas de acceso a sexo gratuito con la apertura de burdeles financiados por impuestos; en lugares como Francia, la violación de mujeres proletarias dejó de ser considerada delito y fue promovida. En este mismo periodo comenzó la cacería de brujas, como señala Silvia Federeci (2010:135): “La principal iniciativa del Estado con el fin de restaurar la proporción deseada de población fue lanzar una verdadera guerra contra las mujeres, claramente orientada a quebrar el control que habían ejercido sobre sus cuerpos y su reproducción”. Es en este marco, también, que prácticas sexuales no reproductivas, como la sodomía, comenzaron a ser sancionadas como herejía.

Posteriormente, como señala la autora, a partir del siglo XVI empezaron a sancionarse duramente con pena de muerte los delitos reproductivos. “En Francia, un edicto real de 1556 requería que las mujeres registrasen cada embarazo y sentenciaba a muerte a aquellas cuyos bebés morían antes del bautismo después de un parto a escondidas, sin que importase que se las considerase culpables o inocentes de la muerte. Estatutos similares se aprobaron en Inglaterra y Escocia en 1624 y 1690. También se creó un sistema de espías con el fin de vigilar a las madres solteras y privarlas de cualquier apoyo… una consecuencia de estos procesos fue que las mujeres comenzaron a ser procesadas en grandes cantidades. En los siglos XVI y XVII en Europa, las mujeres fueron ejecutadas por infanticidio más que por cualquier otro crimen, exceptuando brujería, una acusación que también estaba centrada en el asesinado de niños y otras violaciones a las normas reproductivas” (2010: 136).

Las relaciones materiales y las “necesidades” de producción fueron construyendo una idea, una moral, una superestructura cultural y política que paulatinamente cosificó a la mujer al grado de disponer de su cuerpo en todos los aspectos. De este modo, en la mujer se encuentran una de las expresiones más visibles de biopoder –en lenguaje foucaultiano–. De ahí en más, la historia es conocida, la familia y el rol de la mujer en el desarrollo del capitalismo, siendo las reproductoras de la fuerza de trabajo, pero, a la vez, siendo recluidas por siglos al trabajo no asalariado, lo que siguió fortaleciendo un rol social y cultural desfavorecido.

Desde la lucha antipatriarcal, entendida esta en una concepción materialista de lucha colectiva con componentes clasistas y feministas, resulta absurda la simplificación Mansuy –desde la ignorancia o la omisión–. La lucha por la autodeterminación del cuerpo enraizada en una opresión estructural histórica es una lucha colectiva cuyos efectos también son colectivos. Se enmarca en una batalla contra los pilares del sistema de dominación. El vientre constituye solo un aspecto de la discusión sobre el sistema patriarcal-capitalista.

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