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Carlos Peña o la idiotez de la razón Opinión

Carlos Peña o la idiotez de la razón

Esteban Valenzuela Van Treek
Por : Esteban Valenzuela Van Treek Ministro de Agricultura.
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Cree que «casi» todo se funda en una mezcla de filosofía griega, derecho romano y constitucionalismo inglés-francés. El Papa Francisco no es tan «docto» y sus raíces son una «dudosa teología del pueblo», algo incomprensible para la gente que lee mucho y escucha poco. Sin embargo, Peña no muestra nada de fragilidad vattimoniana (tener dudas y «temer» la verdad absoluta), en su lenguaje cargado, para descalificar al periodista Alejandro Guillier. Es su maniqueísmo para meter a todo lo distinto a cierta ilustración bonapartista en el mundo de los anómalos, iletrados o populistas.


Es divertido Carlos Peña. El afán mediático contra el cual pontifica le hace cada domingo buscar la litis hiriente e interpeladora para no dejar títere parado, aunque, por cierto, hay algunos dioses del Olimpo fáctico que no se tocan y menos a los autores escogidos en su enciclopedia de estadistas y pensadores «correctos».

Tiene una ironía y un morbo anglosajón, pero a veces pierde los estribos y le sale lo de casta aspiracional avecindada en la «cota mil», cayendo en estereotipos de siútico clasista, nuevo rico capitalino, que fustiga de mediocre a algunos incautos chilenos que tuvieron (tuvimos) la maldición de nacer en «provincia». Bobbio, MateTeucci, Morlino ( a quien ha invitado a las aulas), lo calificarían al leerlo últimamente de un maniqueísta racionalista, neodarwinista elitista, lo que en ciencia política se cataloga de «bonapartismo», para entender a figuras autoritarias que desde la  racionalidad juzgan como «menor» todo lo contrario a una «verdad racional» o a un «sujeto deliberador formado».

Tras el fracaso de la Revolución Francesa como empoderamiento de «los pueblos», se impuso el Estado fuerte y la dictadura de los sabios con sus códigos, así como el liceo de la educación perfecta limpiada de saberes populares, supersticiones «religiosas» y otros demonios. El pensador más leído de América Latina, Paulo Freire, y la sapiencia plural y popular, provinciana e india, no entran en sus manuales eurocéntricos, menos Leonardo Boff, y otros cuestionadores desde la fe, (aunque, para ser justo, Peña también ha dialogado con Vattimo y el «pensamiento frágil» de aquel izquierdista gay y católico que le merece «sorpresa»).

Es más, ha mostrado una  afinidad –extraña para un «liberal»– con el Papa Ratzinger, que, como él, cree que «casi» todo se funda en una mezcla de filosofía griega, derecho romano y constitucionalismo inglés-francés. El Papa Francisco no es tan «docto» y sus raíces son una «dudosa» «teología del pueblo», algo incomprensible para la gente que lee mucho y escucha poco.

Sin embargo, Peña no muestra nada de fragilidad vattimoniana (tener dudas y «temer» la verdad absoluta), en su lenguaje cargado, para descalificar al periodista Alejandro Guillier. Es su maniqueísmo para meter a todo lo distinto a cierta ilustración bonapartista en el mundo de los anómalos, iletrados o populistas.

Vulgaridad de la supuesta razón autoritaria, la rational choice, la incongruencia de los supuestos liberales racionalistas que  se abren a otras verdades y a las renovaciones de ideas, estilos y «procedencia» de los líderes. Hace rato que Peña cree en el azar más que en los actores; que Bachelet fue casi la suerte de subirse en un «tiempo» sonriente a un tanque y que Guillier es otra figura sin «mérito», lo que se suma a la larga lista que cuenta entre los martirizados a Jackson, Boric, intelectuales mapuches olvidados (omisiones lesivas) y para qué decir el total desconocimiento in profundis de las rabias regionales y ciudadanas que buscan converger en programa, acción política y bloque transformador.

[cita tipo= «destaque»]Peña se ofusca con la opinión pública y no quiere aceptar que en dicha esfera, como señalan Habermas y Arendt, hay conversaciones críticas de los sujetos con conciencia de sí y no mera mayoría rapaz, disciernen que ex mandatarios tienen sus claros pero también muchos oscuros en lucha por la igualdad estructural, probidad y autonomía del gran capital, descentralización, defensa de los recursos naturales, democracia participativa. El pueblo «sabe» lo que es el CEP y demases.[/cita]

La idiotez de la razón o el coro de los que culpan al pueblo de  «extraviarse» de puro malagradecido con el «éxito del modelo» que llevó a la autonomía personal. El paraíso redentorista tiene varios exponentes, siendo emblemático este encono de Peña con Guillier, acusado de ser un invento «mediático», como si Lagos no tuviera su peak al apuntar con un dedo a Pinochet en cámara de TV en tiempos de litis y mediatización.

Para Peña, el que no viene de la U y la UC –leyes, medicina, economía o ingeniería– es un minusválido político. Algo así como «civilización y barbarie» a lo Sarmiento, quien en 1850 citaba a los mismos clásicos liberales europeos como fuentes de la verdad, en una idea prepotente y homogeneizadora que alimentó las campañas brutales contra mapuches allende Los Andes. Peña es casi un aristócrata excluyente, un predicador cerrado en favor del voto diferenciado para los candidatos seleccionados por una comisión de notables.

Peña se ofusca con la opinión pública y no quiere aceptar que en dicha esfera, como señalan Habermas y Arendt, hay conversaciones críticas de los sujetos con conciencia de sí y no mera mayoría rapaz, disciernen que ex mandatarios tienen sus claros pero también muchos oscuros en lucha por la igualdad estructural, probidad y autonomía del gran capital, descentralización, defensa de los recursos naturales, democracia participativa. El pueblo «sabe» lo que es el CEP y demases.

El intelectual iluminista siempre hace disonancia cognitiva para negar al otro y caricaturalizarlo. Peña me recuerda la obsesión que ha extraviado a historiadores con aportes innegables, como Sergio Villalobos y Alfredo Jocelyn-Holt, que en la soberbia narcisista de la razón caen en el despeñadero (mera coincidencia lingüística) al demonizar a un sujeto colectivo o individual. Villalobos con los mapuches (por ser llamados araucanos por los externos, aunque hablasen y hablen la misma lengua de Aconcagua a Aysén, ya no fueron «pueblo nación»), o  Jocelyn Holt contra el igualitarismo notable del actual movimiento estudiantil y las ideas de gobierno universitario participativo, lo que llevaría a una decadencia triste que expulsará a «la razón de la Universidad».

Peor aún son las apocalípticas expresiones de Ernesto Ottone, antología del elitismo, todo por el desprecio del 70% de los chilenos a los que no nos gusta Lagos y por ello él concluye «que Lagos no está para el pobre debate actual». Es decir, un líder fuera de un tiempo en que dominan (dominamos) los críticos, disidentes, escépticos y alternativistas de todo tipo, sin capacidad de valorar la obra del estadista  y su corte parisina de «asesores del segundo piso». Los «idiotas» que no queremos que el Rey Sol de la Razón fusione regiones e invente regiones como quien juega al «solitario». Algo así como Tironi, que fustiga a los críticos de las consecuencias de la transición por sembrar el malestar de las élites marginales por sobre el bienestar de la sociedad aspiracional, en plena explosión del consumo y las expectativas.

Por cierto, Guillier genera dudas, como ese voto a favor de destituir a Navarro en la vicepresidencia del Senado por decir que había «notables» comprados por las pesqueras, o su falta de sinceridad en decir que quiere una coalición más plural y de verdad comprometida con las reformas clave que ha apoyado; descentralización, educación pública, renacionalización de la gran minería, el agua como bien público, viraje industrial y ambiental, austeridad y menos despilfarro.

Con todo, Guillier es una duda para los grupos regionalistas, progresistas y verdes, pero no una pesadilla  como los sostenedores del modelo «liberal-centralista» y sus cómplices sutiles. En los 80 lo topamos en las luchas y no encerrado en alguna biblioteca  leyendo a Thoreau y su desobediencia civil como una excentricidad ajena.

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