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La fractura profunda de Chile Vamos PAÍS

La fractura profunda de Chile Vamos

Hernán Leighton
Por : Hernán Leighton Periodista de El Mostrador
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Más allá del estrés de un inédito contexto, lo cierto es que “los trapos sucios” que se han sacado de uno y otro lado de la derecha, mediante columnas, cartas, declaraciones cruzadas, propuestas enfrentadas y opiniones a través de las redes sociales, reflejan un quiebre ideológico mucho más profundo e inédito. Dicha fractura se da en momentos en que son Gobierno y con un Presidente –acusaron en el propio oficialismo– que no contribuye como un factor de unión de la coalición, por el contrario, es considerado entre sus propias huestes como un personaje difícil de descifrar, que no es claro en las banderas que clava y rodeado por un núcleo de la derecha más dura y de gran influencia, por medio del papel que juega el jefe de asesores del segundo piso, Cristián Larroulet. Un “cóctel perfecto”, se lamentó una fuente del sector. 


El contexto es único, en medio de una pandemia, post un estallido social, con un plebiscito constitucional ad portas, una crisis económica y dos años por delante cargados de elecciones. Así “no hay coalición que resista”, señalaron desde el interior de Chile Vamos, para tratar de explicar las razones por las que la pugna entre las dos almas de la derecha se instaló públicamente, una que más parece una fractura ideológica del sector que las históricas rencillas –todas marcadas por un conocido canibalismo político– entre sus partidos por cuotas de poder.

Más allá del estrés de un inédito contexto, lo cierto es que “los trapos sucios” que se han sacado de uno y otro lado de la derecha, mediante columnas, cartas, declaraciones cruzadas, propuestas enfrentadas y opiniones a través de las redes sociales, reflejan un quiebre ideológico mucho más profundo e inédito. Dicha fractura se da en momentos en que son Gobierno y con un Presidente –acusaron en el propio oficialismo– que no contribuye como un factor de unión de la coalición, por el contrario, es considerado entre sus propias huestes como un personaje difícil de descifrar, que no es claro en las banderas que clava y rodeado por un núcleo de la derecha más dura y de gran influencia, por medio del papel que juega el jefe de asesores del segundo piso, Cristián Larroulet. Un “cóctel perfecto”, se lamentó una fuente del sector.

Tironeado desde un inicio por la extrema derecha, representada en la figura de José Antonio Kast, la opción de una visión más moderna, “a la europea”, con una mirada más política que el mero criterio economicista, ha intentado hacerse escuchar desde que Sebastián Piñera regresó a La Moneda el 11 de marzo de 2018. El Presidente ha tratado de satisfacer a ambos mundos, pero sin marcar una línea clara para ninguno, lo que fue acumulando una incertidumbre: si en un principio las señales presidenciales apostaron a un sector más liberal con la venia a proyectos como el de identidad de género, luego giraron en una dirección totalmente opuesta, como ha sido el manejo de la pandemia y la crisis económica que se derivó de esta.

En el programa «La Semana Política» de El Mostrador, el académico de la UDP, Hugo Herrera, explicó la fractura que existe hoy en la derecha: “Esa disputa es legítima y enriquecedora, el problema es que, en la derecha chilena, desde la dictadura y gran parte de la transición, ha prevalecido un entramado más complejo, no netamente ideológico, un entramado de contubernio entre dinero y política, tráfico de influencia, ejemplificado en el centro de estudios Libertad y Desarrollo”. El analista agregó que «la derecha política y social está instalada y eso es un gran avance, ya no es un grupo de columnistas e investigadores (…), va a ser una disputa larga».

[cita tipo=»destaque»]Pero esta vez la pugna es distinta. Tiene una profundidad mayor que la hegemonía del sector a través de las cuotas de poder. La diferencia la marcó la firma del acuerdo político la madrugada del 15 de noviembre, que definió la ruta del proceso para una nueva Constitución, lo que en la práctica implica la opción de modificar el modelo, redefinir las estructuras de poder del país y cambiar las reglas del juego que han imperado por casi 40 años. Es cierto que todos firmaron, pero el sector más duro de la derecha lo hizo a regañadientes, poco convencido, presionado por las complejas circunstancias políticas que generó el estallido social y la necesidad de canalizar el desbordado descontento, evitando a toda costa que el documento final contemplara la temida “hoja en blanco”.[/cita]

Precisamente el sector que representa su histórico exdirector ejecutivo, Larroulet, genera un alto grado de influencia en el Gobierno, lo que ha sido constantemente resistido por los sectores más liberales de Chile Vamos, debido “a la extrema ortodoxia” que aplicaría para el resguardo del modelo, incluso en momentos de profunda crisis, como lo fue el estallido social o ahora la pandemia.

Es que ha sido en la respuesta del propio Gobierno a ambas crisis que el choque interno de las diferentes visiones de la derecha se fue haciendo cada vez más explícito. Las soluciones a cuentagotas, ya sea en la agenda social luego del 18 de octubre, o la cuestionada eficacia de las medidas adoptadas para enfrentar la crisis sanitaria y económica, han puesto sobre la mesa el evidente distanciamiento entre la derecha política y social y la de carácter económico.

La académica del INAP de la Universidad de Chile, Mireya Dávila, explicó que “lo que nosotros estamos acostumbrados a entender como derecha, es bien extrema derecha, muy conservadores, que buscan mantener el statu quo, aceptar que hay una desigualdad y hay una lógica natural de la sociedad que no se puede cambiar, tiene que ver con defender intereses”.

Junto con las evidentes diferencias que hay entre parlamentarios y dirigentes de Chile Vamos sobre propuestas concretas como el posnatal de emergencia o el retiro de fondos de las AFP, la elección interna de Renovación Nacional y la opción que se reelija su timonel, Mario Desbordes, se han transformado durante las últimas semanas en el escenario donde ambas visiones se están enfrentando. Una pugna que pasa por el hecho de que en el oficialismo ven, por primera vez desde el retorno a la democracia, una posibilidad real de lograr un gobierno de continuidad a la administración piñerista y, en este sentido, el debate está instalado sobre lo que quiere realmente la ciudadanía para entregarles nuevamente el voto de confianza en la próxima elección presidencial.

Así, mientras desde el sector que se alinea con el diputado Desbordes se apuesta por engrosar el electorado del sector buscando conquistar el centro político, desde el ala más conservadora hay un férreo convencimiento en cuanto a que la estrategia acertada es fijar “sin complejos” las banderas tradicionales de la derecha: seguridad y crecimiento económico.

En la derecha se le ha reconocido al timonel de RN haber logrado, al menos, “tocar la puerta de los indecisos del centro”, considerando –explicaron en la derecha– que la Democracia Cristiana se encuentra en un proceso de reafirmación interna sin grandes luces hacia el exterior y teniendo en cuenta que Evópoli, el partido que estaba llamado a cumplir esa función, renunció a dicha tarea y terminó siendo absorbido por el Gobierno, desde que se quedó con los dos ministerios más preponderantes: Hacienda con Ignacio Briones e Interior con Gonzalo Blumel, lo que les impide salirse de los márgenes dictados desde La Moneda.

Canibalismo y elite

La historia política de la derecha en las últimas tres décadas está plagada de sanguinarios episodios políticos, choques frontales, sin guante blanco, que han marcado sus complejas relaciones políticas. En la lista, solo por mencionar algunos, está cuando el senador Manuel José Ossandón (RN), en pleno debate presidencial por las primarias de Chile Vamos, le lanzó al entonces candidato Piñera la frase “no te fuiste reo por lindo”, aludiendo a su papel en el caso del Banco de Talca en la década del 80; la operación política en la década del 2000 por la senaduría de la V Región Costa que hizo a Piñera perder la presidencia de RN; la guerra a muerte entre Carlos Bombal y Andrés Allamand por el escaño senatorial de Santiago Oriente en 1997 y el emblemático episodio de la Radio Kioto en 1992.

Pero esta vez la pugna es distinta. Tiene una profundidad mayor que la hegemonía del sector a través de las cuotas de poder. La diferencia la marcó la firma del acuerdo político la madrugada del 15 de noviembre, que definió la ruta del proceso para una nueva Constitución, lo que en la práctica implica la opción de modificar el modelo, redefinir las estructuras de poder del país y cambiar las reglas del juego que han imperado por casi 40 años. Es cierto que todos firmaron, pero el sector más duro de la derecha lo hizo a regañadientes, poco convencido, presionado por las complejas circunstancias políticas que generó el estallido social y la necesidad de canalizar el desbordado descontento, evitando a toda costa que el documento final contemplara la temida “hoja en blanco”.

Mientras Allamand tironeaba en ese sentido, con la venia de La Moneda, fue Desbordes quien movió la aguja en Chile Vamos y logró alinear a la coalición, un esfuerzo que fue reconocido transversalmente cuando fue recibido entre aplausos en el hemiciclo de la Cámara de Diputados, pero que en realidad nunca gustó ni convenció al ala más ortodoxa de la derecha, que considera un error levantar lo que entienden como banderas de la oposición, una concesión que no se traducirá en votos para el sector. Desde entonces, han abundado los cuestionamientos contra el timonel de RN desde la UDI, el entorno de Allamand y el exsenador Carlos Larraín, quienes lo acusan de haber pecado de entreguismo, de haber dado en bandeja de plata «a la izquierda» la esencia de la estantería que ha sostenido “el buen andar” del país, entiéndase la Constitución de 1980.

En la derecha agregaron e hicieron hincapié en que hay otro elemento no menor que alimenta esta fractura de la derecha y guarda relación con el clasismo del sector, lo que explicaría en parte el encono que genera el timonel de RN. Fuentes de Chile Vamos, representantes de todos los partidos, reconocieron este sesgo a la hora de hablar de Mario Desbordes, a quien no reconocen como uno de los suyos y es quien precisamente está intentando cambiar las reglas del juego: “No viene del Saint George y nació en El Bosque”, explicaron en la coalición.

En La Moneda reconocieron la complejidad de tener que convivir con la fractura y el ímpetu canibalesco que impera en el oficialismo, más en una época de crisis, que es cuando más necesitan orden en sus huestes, como también que al Gobierno se le hace imposible satisfacer a ambos sectores a la vez.

El analista de la Universidad de Talca, Mauricio Morales, señaló que “la situación de la derecha es contradictoria. Está al mando de un Gobierno impopular, con un gabinete deteriorado y con una competencia desde la extrema derecha con José Antonio Kast. Sin embargo, tiene buenas posibilidades de quedarse con la Presidencia de la República el próximo año, lo que sería un triunfo histórico para la derecha al lograr reelegirse. Su problema es que, cuando siente que el poder está cerca y no existe un liderazgo político capaz de aunar esfuerzos, comienzan las divisiones”.

Morales agregó que el intento de posicionarse de Mario Desbordes no pudo ser más que eso, luego del “cuadrillazo” que recibió desde el establishment, el cual sigue considerando un gran poder, que Allamand lo intentó también, pero sin lograr los consensos necesarios. “Todo indica que se inclinarán por (Joaquín) Lavín, pero el gran problema es que Lavín representa un liderazgo que poco tiene que ver con una derecha tradicional, muy por el contrario, es un liderazgo desnudo de ideología que deslinda con la independencia política, o sea, es un liderazgo en que los partidos tendrán menor control”.

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