Lleva 18 años trabajando en el Centro de Educación Integral de Adultos (CEIA) Juanita Parra de Parral, en la Región del Maule. Lo dirige desde 2012 y ha visto cómo estos establecimientos para alumnos mayores se han ido llenando de adolescentes desechados por las escuelas regulares. Con el coronavirus, la exclusión y desigualdad habituales que padecen sus alumnos son más evidentes a causa de la brecha digital y del hambre.
“Una de mis grandes sorpresas al entrar a trabajar fue que mis alumnos eran todos mayores que yo”.
Eso fue hace 18 años, cuando la administradora de empresas Rosicler Urra (48) debutó laboralmente como profesora de matemáticas en el Centro de Educación Integral de Adultos (CEIA) Juanita Parra de la ciudad de Parral, en la Región del Maule. “Eran personas que estaban tratando de encajar en un mundo, el de los estudios, que les costaba mucho, pero eran tan humanitarios, tan unidos entre ellos y con tanta reverencia y cariño por los docentes, que conmovían. El alumno mayor de entonces reconocía que estaba haciendo un sacrificio tremendo al estudiar, pero estaba motivado por el aprendizaje, lo veía como una herramienta de superación”.
Hoy, esa realidad ha cambiado. El promedio de edad del alumnado de este CEIA de Parral -donde Rosicler partió su camino laboral, trabajó diez años como docente en las carreras técnicas del colegio en ramos relacionados con la administración y que dirige desde mediados de 2012-, ahora es de 19 años. Tal como hizo notar Liliana Cortés, directora de Fundación Súmate y experta en reinserción educativa, en un reciente seminario online: “Hoy las escuelas de adultos están llenas de jóvenes que buscan en ellas retomar sus estudios”. Cortés, quien integró la Mesa de Prevención del Abandono Escolar creada a causa de la pandemia, que se prevé deje fuera del sistema escolar a más de 80 mil niños, niñas y adolescentes, relevó que son estos centros de educación para adultos los que están hoy haciéndose cargo de los jóvenes marginados que quieren retomar sus trayectorias educativas.
Así lo corrobora, desde la experiencia, Rosicler:
“Los alumnos de antes, como te decía, veían la educación como una herramienta de superación y se esforzaban. Eso ha cambiado muchísimo. Hoy tenemos adolescentes de 14, 15, 16, a los que los colegios regulares han sacado de sus aulas por disrruptivos, por difíciles, porque vienen de familias disfuncionales… A los que se les supone a priori un desinterés por el estudio, cuando lo que les ha sucedido es que nadie les ha ayudado a desarrollar las habilidades necesarias para interesarse por estudiar. Ellos no ven las oportunidades que hay detrás del aprendizaje, porque han ido de frustración en frustración, y el ambiente pesa, influye mucho”.
Rosicler Urra nació, se crió y se educó en Parral. Cuando terminó cuarto medio, postuló y quedó en Ingeniería Comercial en la Universidad de Talca, pero un virus violento se cruzó en su camino y la tuvo en alto riesgo de quedar con una parálisis facial permanente. Tan grave fue su enfermedad, que el neurólogo tratante prohibió que siguiera estudiando “una carrera tan difícil”… y sus padres le obedecieron. “Yo quería tanto esa carrera”, cuenta, con cierta nostalgia. Pero luego dice, optimista: “Finalmente, años más tarde, logré recibirme de administradora de empresas en la Universidad Católica del Maule”. Así llegó al CEIA, donde, dice, descubrió un mundo desconocido.
“Me quedé aquí, porque uno algo intuye, algo sabe de las desigualdades del país, pero acá se te vienen encima todas. Estar en un colegio con chicos que han sido excluidos, sacados del sistema simplemente por ser cómo son, es dramático. A ellos los han descartado por miles de razones de las cuales no son responsables y se merecen tener una oportunidad. Yo quise ayudar y para eso me he ido capacitando cada vez más en lo pedagógico”.
-¿Cuál es el perfil de tus alumnos en la actualidad? Uno tiende a suponer que Parral tiene mucho alumno del campo, ¿es así?
-No, tengo en su mayoría chicos de ciudad, urbanos, con altos niveles de consumo de drogas y alcohol, con alta vulneración de derechos y participación en delincuencia, porque nacieron en un mundo así, no conocen otra cosa. Esa es nuestra tarea aquí: enseñarles a elegir qué camino tomar. Es una juventud a la que socialmente hemos segregado, estigmatizándola desde el principio. Son muchachos a los que siempre sentaron en la última fila de la sala para que no molestaran. Se les estigmatizó en una conducta y en una caricatura, y no se hizo gran cosa por ayudarlos. Son chicos que vienen con mucho rezago en la básica. Cuando llegan a la media con un certificado de octavo básico rendido, lo normal es que sus conocimientos sean de cuarto o quinto básico, y hay que nivelarlos. Pero lo principal es trabajar con ellos lo psicoemocional, porque están heridos, dolidos por un sistema inflexible y sordo, en su mayoría sin apoyo familiar. Llegar a ellos, cuesta. Es todo un desafío.
-¿Cómo se consigue? ¿Es posible hacerlo?
-Sí, pero con mucho esfuerzo. Hay que hacerlo desde la fe en su potencial, reconociendo que ellos pueden. Hoy todos hablamos mucho de igualdad, pero en la realidad esa igualdad no existe, porque la discriminación al distinto, al complicado, al que tiene problemas, está ahí, latente en todo. ¿Cómo se logra llegar a ellos? Entregándoles herramientas, hoy el sistema intenta deshacerse del que no se pliega al estándar y te impide avanzar con el promedio. Acá lo que hacemos es decirles: “Ven, tú puedes. Nosotros te ayudaremos”.
Rosicler habla de la importancia de contar con un equipo comprometido y multidisciplinario. En su caso, se trata de un grupo formado por 32 funcionarios que asisten a 200 alumnos: 14 profes, 6 directivos y el resto, asistentes de educación, donde la dupla sicosocial –psicólogo y asistente social– y el equipo de integración –dos educadoras diferenciales– apoyan en los procesos de aprendizaje para sacar adelante a los estudiantes que “están en desventaja o aprenden de manera distinta a los demás”.
-¿Por qué aprenden de manera distinta?
-Porque tienen deficiencias concretas. Tengo chicos con diagnóstico limítrofe, otros con problemas de aprendizaje, como déficit atencional. En fin, todo finalmente se resume en que son personas que requieren atención personalizada y oportunidades.
A esas dificultades de aprendizaje, se agregan problemas sociales. “Son 200, divididos en hombres y mujeres en partes casi iguales. La mayoría tienen responsabilidades parentales, son padres y madres adolescentes, por lo mismo, muchos trabajan. Como te decía, el promedio de edad es 19 años, donde el menor tiene 14 y la mayor, mi edad, 48 años.
Se trata de una mujer que estudia una de las dos carreras técnicas que ofrece el CIAE Juanita Parra: técnico en atención de párvulos –la otra carrera es técnico en electricidad–, y que “se alola” entre sus compañeras adolescentes. Destaca que “aquí afortunadamente no hay bullying. Los chicos en general integran a todos. Me siento muy orgullosa de mi comunidad educativa, que trabaja sin dificultades con jóvenes transgénero, por ejemplo. Parral es una comunidad muy machista por estar relacionada con el campo quizás, pero acá dentro de la escuela eso no se ve, por el contrario”.
Rosicler se siente muy orgullosa del programa de integración escolar (PIE) que aplican. “Nuestras educadoras tienen a todos los alumnos en el aula, estén o no dentro del programa. No sacan a nadie de clases, no excluyen. De hecho, acá partimos haciéndole un test de estilo de aprendizaje a cada chico para enfocar el trabajo. Hoy la mayoría de los alumnos son auditivos. No tienen la costumbre o la habilidad desarrollada de tomar apuntes o de leer apuntes. Necesitan de la explicación docente”.
-¿Y cómo han podido aprender entonces sin clases presenciales en este tiempo de pandemia?
-Nosotros el 18 de marzo partimos con un aula virtual. La habilitamos rápidamente, pero se nos vino la desigualdad encima… de nuevo. Uno veía que la mayor parte de los chicos tenía celulares, pero no sabíamos lo básicos que eran sus aparatos. Sólo un 16 por ciento de mis alumnos cuenta con un computador o un smartphone que les permita estudiar virtualmente en buenas condiciones. Usamos las redes sociales y también material impreso, porque un 30 y tanto por ciento no tiene nada. Ha costado mucho contactarlos. Los que han mantenido un vínculo permanente con nosotros son apenas un 20 por ciento. Estamos más cercanos a ellos por sus necesidades sociales que por sus necesidades educativas, porque muchos hoy no tienen ni siquiera lo básico satisfecho.
-¿A qué te refieres exactamente?
-A que muchos están pasando hambre. Yo hoy trabajo con tres celulares, porque recurren a nosotros por muchas cosas. Yo te dije que acá uno sabe de desigualdades, pero nunca jamás me imaginé que la brecha en materia digital era tan grande. Nosotros creíamos que tenían manejo de tecnología, pero el acceso real y el conocimiento es mínimo. No saben escribir en Word, por ejemplo. Lo que uno suponía que era de todos los días, el uso del correo electrónico, por ejemplo, ni siquiera tienen.
-¿Dirías que ha sido un año pedagógicamente perdido?
-No, este año no ha sido perdido. Ellos han aprendido a conocer la tecnología de a poco y con dificultades tremendas. Han aprendido a cambiar totalmente la forma de trabajar. Hemos vivido situaciones muy duras, pero jamás diría que ha sido un año perdido. El mayor aprendizaje ha sido saber que cuentan con su colegio y con sus profesores. Tras insistir, insistir e insistir, hemos logrado cuestiones tan concretas como que la JUNAEB nos entregara 57 canastas de alimentos para los alumnos más vulnerables. El personal hace campañas internas cada mes y así logramos armar otras 7 canastas para los que sabemos que están más afligidos. Logramos que una empresa colaboradora que nos daba el gas para el funcionamiento de la escuela convirtiera ese aporte en vales de gas para los chicos y sus familias. Hemos estado en contacto con el municipio para buscar soluciones.
Las duras condiciones económicas y sociales de sus alumnos, agravadas al máximo por la emergencia sanitaria, se dificultan aún más por un sistema de subvenciones errado en su lógica.
Los Centros de Educación Integral de Adultos, en comparación con las escuelas regulares, tienen la desventaja de recibir una subvención más baja del Estado; no acceden a la subvención escolar preferencial ni cuentan con la bonificación por calidad educativa (SNED). Estas escuelas, como todas las escuelas con financiamiento público sin financiamiento compartido, viven de las subvenciones regulares que se calculan en base a la matrícula y al promedio de asistencia en los tres meses anteriores al pago. Debido a la pandemia, el MINEDUC, pensando en las escuelas regulares, decidió considerar los 15 primeros días de marzo para contabilizar la asistencia y, de acuerdo con eso, pagar una subvención fija para los meses entre abril y julio de 2020, perjudicando gravemente a los CEIA y las escuelas de reingreso que se acogen a esta modalidad educativa. Dice Rosicler Urra: “Lo de la subvención es muy duro, nuestros alumnos no tienen rutina de estudio, no pueden asistir con regularidad a clases, muchos además hacen pololitos y no siempre pueden llegar a clases. Que la subvención se otorgara por matrícula y no por asistencia sería lo lógico, pero no es así y el perjuicio está siendo muy grande”.
Pese a todas las dificultades, Rosicler, que es una luchadora, enumera los logros de la escuela y sus alumnos. “una de mis mayores alegrías fue cuando un alumno egresado de la carrera de técnico en electricidad me llamó desde el Norte, donde tenía una empresa, para pedirme egresados de electricidad para que trabajaran con él. Imagínate. Episodios como ese nos llenan de aliento. Con mucho esfuerzo y pocos recursos logramos desarrollar un taller de paneles fotovoltaicos; hoy los chicos son expertos en esa tecnología. También hemos tenido mucha ayuda de la Municipalidad de Parral; eso hay que destacarlo”.
El aporte municipal más visible fue ayudarlos a pasar de una sede muy precaria a un edificio hecho y derecho en la plaza de la ciudad, donde funcionan desde 2015. Con empeño e insistencia, han postulado y ganado capacitaciones con el programa El Más Capaz, lo que les ha permitido habilitar el colegio con mobiliario, computadores, sistema de data show… En síntesis, progresar, pero la desigualdad, como dice repetidamente Rosicler, les cae encima a cada rato.
El poco común nombre de pila de esta directora de escuela recuerda una exitosa obra de teatro presentada en los años 70, “Te llamabas Rosicler”, escrita por Luis Rivano y protagonizada por la actriz Jael Unger (la misma que fue famosa por la teleserie “la Madrastra”), donde se mostraba justamente la vulnerabilidad, la pobreza y la desigualdad que se vivía en una paupérrima residencial. “Mi papá me puso así”, cuenta ella, cuando al terminar le preguntamos: “¿Por qué te llamas Rosicler’”.