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Crónica de una chilena de 18 años en la COP26 PAÍS

Crónica de una chilena de 18 años en la COP26

La presencia del adultocentrismo se sentía bastante en los pasillos. Aquellos personajes con traje y corbata incluso llegaban a preguntarnos a los jóvenes si realmente estábamos interesados en ser parte de ciertas instancias, solo porque no cumplíamos con el estereotipo de la audiencia. Es bastante fuerte tener aquella sensación en una conferencia donde, más que nunca, se ha convocado a jóvenes de todo el globo para generar mayor incidencia respecto a problemas contingentes en donde nosotros seremos los más afectados. Con una tardanza de veintisiete años se asignó un día dedicado al empoderamiento juvenil, correspondiente al sexto día, donde los pasillos ensordecieron de silencio por el poco flujo peatonal. Solo había una explicación: la juventud acaparó gran parte de las acreditaciones de esta COP, demostrando nuestra presencia (o mejor dicho, ausencia) al ir a protestar y llenar las calles, exigiendo reconocimiento para la toma de decisiones.


Cuando uno se pone a pensar en la Conferencia de las Partes, es difícil visualizar algo que es tan abstracto como lo es esta instancia internacional, en especial para una joven que acaba de adentrarse a fondo en el activismo. Piensas en papeleo, negociaciones, personas en traje o con atuendos burocráticos dispuestos a practicar business as usual. Resulta que en la realidad no es tan distinto, pero el vivirlo es algo que no se puede reemplazar con la imaginación. Soy Manuela Núñez, tengo dieciocho años y les contaré mi percepción de lo que fue esta COP26.

Un día antes de comenzar con la conferencia, el domingo 31 de octubre, nos reunimos junto con la delegación chilena y con los ministros del actual Gobierno. Por nombrar algunos, se encontraban en la sala Carolina Schmidt, Andrés Couve, y también destacados personajes como la científica Maisa Rojas y el High Level Champion de la COP25, Gonzalo Muñoz. Sin embargo, las esperanzas de comenzar con una retroalimentación honesta y prometedora se derrumbaron al momento de definir estos últimos años en Chile como años que finalizaron con “broche de oro”, porque de acuerdo al criterio de los ministros y la exnegociadora chilena Gladys Santis, las medidas medioambientales tomadas hasta la fecha no han hecho nada más que enorgullecer al Gobierno y cumplir con las expectativas.

Posterior al encuentro del domingo, la primera semana fue de tanteo.

Sin tener alguna expectativa muy definida, al explorar las instalaciones sentí que todo era nuevo para mí, desde la entrada con seguridad a escala de aeropuerto hasta los plenarios, pabellones y salas de negociaciones. Dos zonas, dos tipos de participantes; la Blue Zone con sus característicos diplomáticos y empresarios, y la Green Zone rebosante de sociedad civil y stands que presentaban proyectos de distintas organizaciones. ¿La distancia entre ambas? Bastante, sin mencionar que eran aproximadamente quince minutos a pie de una zona a otra. 

Para ser honesta, al principio mi participación se enfocó principalmente en los pabellones de la Blue Zone, puesto que ahí se realizaban la mayoría de exposiciones de distintos temas, desde ciencias y agronomía hasta economía y mercados de carbono. Los distintos pabellones dependían del capital financiero de cada país u organización. Solo para dimensionar, Egipto y Arabia Saudita poseían grandes espacios de exposición, mientras que Panamá o el pabellón de ciencias, no tanto. Otro punto interesante respecto a esta área es que había que analizar bastante el mensaje que cada espacio te entregaba, ya que muchos de estos pabellones se podían comprar y reservar sin necesariamente merecerlo. En efecto, es la instancia perfecta para generar Greenwashing, práctica comúnmente llevada a cabo por entidades con fines de lucro que quieren aparentar cierta imagen pública. 

Otro espacio dentro de la Blue Zone eran los plenarios o las salas de conferencias, donde traté de distribuir la mayoría de mi tiempo en la segunda semana de negociaciones: sin duda eran escenarios fascinantes para aspirantes en asuntos relacionados con política internacional. Ahí todas las voces de los distintos países del mundo se unían para llegar a consensos o para exponer sobre determinados temas o artículos. El único problema era la concreción de los temas abordados, donde parecía que la velocidad requerida para las tramitaciones y la urgencia de la crisis climática no tenían cabida. Eso explicaría en parte la decepción del presidente de la COP del presente año, Alok Sharma, quien al finalizar la Conferencia de las Partes mostró sus inquietudes respecto a los resultados de la segunda semana de negociaciones. 

Ya habiendo mencionado los principales espacios de las instalaciones de la Blue Zone, debo hacer mención a dos cosas importantes que pueden sonar banales en un comienzo. Primero, la comida no era de gran accesibilidad, ya que los precios fluctuaban entre seis y doce libras esterlinas, lo que vendría siendo entre ocho mil y quince mil pesos chilenos aproximadamente. Parece razonable al entender la magnitud y nivel del evento, pero la calidad y cantidad de la comida no eran compatibles con el precio que los platos tenían asignados.

Segundo, la presencia del adultocentrismo se sentía bastante en los pasillos. Aquellos personajes con traje y corbata incluso llegaban a preguntarnos a los jóvenes si realmente estábamos interesados en ser parte de ciertas instancias, solo porque no cumplíamos con el estereotipo de la audiencia. Es bastante fuerte tener aquella sensación en una conferencia donde, más que nunca, se ha convocado a jóvenes de todo el globo para generar mayor incidencia respecto a problemas contingentes en donde nosotros seremos los más afectados. Con una tardanza de veintisiete años se asignó un día dedicado al empoderamiento juvenil, correspondiente al sexto día, donde los pasillos ensordecieron de silencio por el poco flujo peatonal. Solo había una explicación: la juventud acaparó gran parte de las acreditaciones de esta COP, demostrando nuestra presencia (o mejor dicho, ausencia) al ir a protestar y llenar las calles, exigiendo reconocimiento para la toma de decisiones. Si demostramos que éramos tantos, ¿por qué pareciera que el evento estaba hecho para solo un cierto tipo de audiencia, por ejemplo, al momento de definir los precios de algo tan fundamental como lo es la alimentación?

A diferencia de este escenario tan burocrático, la Green Zone era un ambiente totalmente diferente. Familias enteras o incluso grupos estudiantiles asistían al lugar para aprender más sobre cambio climático y conocer innovaciones que contribuían al cambio. El ambiente era más acogedor e incluso con ideas y proyectos más concretos que los propuestos por gobiernos o empresas. Los precios eran más baratos y la comida, sorprendentemente, más apetitosa.

En la estructura había un auditorio cinematográfico, distintas salas para la exposición de paneles, stands de distintos proyectos que atacaban al cambio climático desde distintas perspectivas y pasillos llenos de información valiosa para el aprendizaje. Parecía que mientras mayor era la presencia de sociedad civil, mayor interés genuino había realmente para encontrar soluciones frente a la emergencia medioambiental. Pude notar esto el día 7 de noviembre, cuando tuve que exponer junto a mis compañeras de la delegación de Tremendas sobre la Academia Climáticas, un proyecto que cree en que la educación de las niñas es una solución climática.

Ahí aprovechamos para explicar la realidad ecosistémica que hay en Chile y en Latinoamérica, así como también la abundancia de zonas de sacrificio que hay en la región. Fue sorprendente caer en la cuenta de que la mayoría de los habitantes del norte global no son conscientes de lo que sucede en estas zonas. Aún así el interés por el aprendizaje estaba presente y pudimos aprovechar eso para generar otro tipo de incidencia educando a los observadores. 

Sin duda alguna, esta COP marcó un antes y un después en los acuerdos internacionales y la agenda climática, debido a la necesidad que existía de concretar ciertos asuntos pendientes que quedaron luego de la COP25 en Madrid, la cual tuvo que ser trasladada a esta ciudad por el estallido social en Chile. Tampoco hay que olvidar que el último reporte del IPCC alertó al mundo entero de las consecuencias ambientales que sufriremos como humanidad por no tomar medidas eficientes, acordes a la urgencia de los hechos, dejando una sombra que estuvo acechando el ambiente en las salas de negociaciones y en la prensa. 

Como reflexión final, recalco que no debemos olvidar que aún falta mucho por avanzar para alcanzar un aumento de temperatura límite de 1.5º Celsius. Instancias como estas son útiles, pero nunca serán suficientes como para concentrar todos los esfuerzos en una única instancia al año, donde el futuro de la humanidad pende de un hilo con cada segundo que pasa.

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