
Psiquiatra Mónica Bruzzone y suicidio: casi siempre hay pistas previas al hecho
El suicidio es la cuarta causa de muerte entre los jóvenes del mundo. La prevención es posible, “hay alertas, pero debemos aprender a conocerlas, leerlas y hablarlas. La muerte, el suicidio, la ideación suicida son palabras prohibidas… No se nombran, se dice ‘partir’, ‘partió'”, señala Bruzzone.
Cuando muere un joven algo se quiebra dentro de quienes lo conocieron. Cuando se suicida, la pena es más profunda y se mezcla con muchos sentimientos. Se produce un efecto dominó: toca incluso a quienes no lo conocieron. Los padres y madres se ponen en el lugar de esa familia, los compañeros y compañeras, los amigos de los amigos, los primos… Todos se conmueven. La herida se extiende como una grieta en un terremoto de grandes proporciones. Y las mismas preguntas se repiten mil veces en voz alta y en silencio: ¿por qué no nos dimos cuenta, qué señales no vimos, qué hicimos mal, qué no hicimos?
La psiquiatra y psicoanalista Mónica Bruzzone, que forma parte del Comité de Psicoanalistas de Niños y Adolescentes de la Asociación Psicoanalítica Chilena (APCHN), señala que la prevención del suicidio es posible y que casi siempre hay pistas, pero debemos aprender a conocerlas, leerlas y, sobre todo, hablarlas.
“Si uno hace una historia fina de los intentos de suicidio, porque en los otros ya no está la persona, encuentra que el afectado o afectada sí dio pistas, pero las personas, en especial los padres, tienen tanto terror a la idea de que un hijo piense en matarse, que no pueden leer las pistas”, explica Bruzzone.
Enfatiza que hay que usar la palabra como sea.
“Si tienes un niño que dejó de hablar, que está mudo en la casa, comiendo menos, que no quiere ir al colegio, que está distinto, encerrado todo el día, hay que ir a preguntarle directamente: ‘¿Qué te pasa?’. Es difícil, pero hay que decir las palabras claves: ‘¿Has pensado en no vivir más’?”.
Por cierto, la ayuda profesional es lo ideal para seguir con esta conversación y poder pesquisar si hay idea suicida.
“En la terapia, cuando dicen ‘me quiero morir’, les pregunto: ‘¿Te quieres morir o te quieres matar?’. Lo digo como quien estuviera preguntando ‘¿quieres zapatos cafés o zapatos negros?’. Entonces se sorprenden y la mayoría de las veces responden: ‘Me quiero morir’. Y empezamos a hablar de eso. Pero algunas veces me han contestado: ‘Me quiero matar’. Ahí, con toda naturalidad y acercamiento pregunto: ‘¿Y cuántas veces en el día, más o menos, piensas en esto?’, ‘¿y desde hace cuánto tiempo estás pensándolo?’. Sin hacer ningún juicio de valor. Porque, cuando se llega a esto, es porque la persona siente tal angustia, tal incapacidad con la vida, que la única salida fantaseada es no estar más. Es hacerle algo al propio cuerpo. Por eso muchas veces un antecedente son los cortes, aunque sean mínimos hay que ponerles atención, no esperar a que sea una herida”.
El tabú y estigma son grandes impedimentos para la prevención. Hay tendencia a pensar que al hablar del tema se pone esta idea en la mente del otro. “Y no es así, para ellos es un alivio inmenso. Con todos los años que tengo de vida y de profesión, me he dado cuenta que cuando les digo ‘pienso que tú y yo juntos vamos a encontrar razones para querer vivir; no estás solo, por lo menos somos dos; si me autorizas, seremos dos; nunca más estarás solo, porque yo no me voy a olvidar’, entienden que no me asusto, no hago una escandalera, cambian la actitud. Mi objetivo es que ese joven sepa que no está solo, porque la ideación suicida es pensar que se está totalmente solo y de ahí no lo puede sacar nadie. ‘No le importo a nadie. O soy un lastre para mi familia, soy un cacho para mis amigos’, ese es el pensamiento común”.
Explica que esto se da si el adolescente está en terapia, pero en la mayoría de los casos no están tratándose, porque esta enfermedad es silenciosa. Por ello la importancia de que los adultos estén atentos.
-Parece que siempre hay un síntoma, aunque no exista un diagnóstico.
-En los adultos mayores que han sido depresivos y terminan la vida solos, se ve más la depresión como síntoma, pero en los jóvenes no. Muchas veces estos jóvenes nunca han consultado. Entonces, hay que hacer el puente con el colegio, si es que está asistiendo al colegio. Ir al Centro de Salud Mental, que más encima hay muy pocos y menos aún para adolescentes… Incluso hay pocos psiquiatras infantojuveniles, poca especialización… Por eso el foco es la prevención. Pero cuando se llega al caso, hay que conseguir atención especializada, hacer el diagnóstico, medicar, asignar un adulto responsable.
-En los últimos años se ha expuesto y condenado más abiertamente el bullying. ¿Eso ha ayudado?
-El efecto del bullying en los jóvenes es muy grande. El acoso cibernético es atroz, el tema del cuerpo, muchas cosas confluyen ahí. Los adolescentes están en proceso de cambio, en transición a la adultez: algunos son muy flacos, otros muy chicos, el otro es más gordo, el otro no sé cuánto, nunca están contentos con su cuerpo y eso es presa fácil del bullying.
-Pero ahora se habla más de eso, sin embargo, las cifras suben…
-Porque se habla del cuerpo, pero no se habla de la mente. De cómo esto incide en la mente, en la autoestima, en la sensación de que no soy una persona querible. Además, están las redes sociales donde se ha perdido la interacción directa. Tienen amigos a los que nunca han visto en persona. Además, a través de ellas, llegan las fake news que muchas veces promueven conductas suicidas. Viven preocupados de los famosos likes, pero para que te hagan like tienes que ser linda, sexy, flaca… debes cumplir un cierto estereotipo. Y si no encajas en eso, nadie te da like. Son factores que no dependen de la familia, ni del adolescente, ni del colegio. Las redes sociales en ese sentido son de alto riesgo… Pero, nuevamente, la base del equilibrio es la familia: lo que se enseña, lo que se muestra, la contención que da.
-Pero las familias “ideales” son pocas.
-Pero hay ejercicios que ayudan. Por ejemplo, a mis pacientes les recomiendo que tengan al menos una comida diaria juntos. Y que cada uno cuente sobre su día. Casi todos deben forzar para que pase. Tengo una familia que los hago levantarse a las seis y media para que desayunen en la mesa con los niños, porque si no después no se ven más. A los hijos eso les da la sensación de cohesión y de pertenencia. La familia organizada es fundamental en los adolescentes.
-Pero cada vez eso es más escaso.
-Cuando hay una crisis u ocurre una separación de la pareja parental, lo ideal es que esos padres puedan tener alguna ayuda que los haga mantener alejados a los niños de su conflicto. Y que cuando la pareja conyugal se rompe, se conserve la pareja parental. Muchas veces la crisis conyugal arrastra a la pareja parental y se producen dificultades en la interacción con los niños.
La doctora Bruzzone explica que el modelo familiar no siempre es “la familia” como estereotipo. Los adolescentes comienzan a reemplazar a la familia por el grupo de amigos, el club de fútbol, etc., porque necesitan separarse, modificar el tipo de vínculo que tienen con los padres. “Cambiar la dependencia infantil al autocuidado que los padres les enseñaron. Y esto de cuidarse debe inculcarse desde los 7 u 8 años. El modelo de una familia respetuosa, que se trata bien, que se cuida en grupo, es importante. También esta contención puede darse fuera de la familia sanguínea, por ejemplo, en una situación vulnerable, cuando existe solidaridad entre los vecinos: cuando los niños son pequeños, son cuidados por los vecinos. Esto tendría que seguir después de la pubertad, para que los adolescentes sintieran que hay un grupo de grandes que les pueden tirar un salvavidas. Que hay contención, que si pasa algo en su casa y no están los papás, pueden ir a la casa del vecino. Esos son los objetivos que tienen que ver con lo humano”.
Y, en tal sentido, añade: “Pienso que nosotros entramos también en una cultura, como país, de mucho aislamiento y del éxito individual, donde las platas son mías, es mi auto, mi casa, mis fondos previsionales. Y el que no tiene, bueno, no tiene nomás. Será el Estado el que asuma… Falta una red solidaria como modelo, que haga sentir que somos parte de un todo que es mucho más grande que mi familia, que mi colegio, que mi trabajo. Que todos somos humanos, que a la hora de las penas no hay ninguna diferencia, porque el que pierde un hijo con muchos ceros en la cuenta y el que pierde un hijo sin un cero en la cuenta sienten el mismo dolor”.
-Sin embargo, persiste el tabú en torno al tema.
-No se habla de la muerte, menos se habla del suicidio. No se nombra, se dice “partir”, “partió”. La muerte, el suicidio, la ideación suicida son palabras prohibidas. Y como no se nomina, la gente cree que no existe. Y en verdad es terrible que no tenga nombre, porque la persona que lo siente no puede expresarlo. Hay que hablar de la muerte con nombre de muerte, de la idea de matarse también. No es malo preguntar. También incide en que la gente tiene la idea de que está en la tierra para ser feliz y no tener problemas. Eso muestran las redes sociales. No se enseña (a los niños) que el sufrimiento es parte de vivir, que uno aprende más de los fracasos que de los logros. La única manera de no fracasar es no hacer nada.
Nueva pandemia
Los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señalan que a nivel mundial cada año 703 mil personas se quitan la vida. Por cada muerte se estima que hay 20 intentos de suicidio y unas 50 personas con ideación suicida. La tasa promedio mundial de suicidio es de 11.4 por 100 mil, siendo el doble en hombres que en mujeres.
De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (PAHO, por sus siglas en inglés), en las Américas el suicidio representó más de 97 mil muertes (75 mil en hombres y 22 mil en mujeres) en 2019 . Esta cifra aumentó en un 56%, desde 62 mil en el 2000. El suicidio pasó de ser la decimoquinta causa principal de mortalidad prematura en 2000 (medida como años de vida perdidos debido a muerte prematura) a la décima causa principal, convirtiéndose en un problema de salud pública. En ese sentido, muere más gente por suicidio que por malaria, VIH, cáncer de mama, guerra u homicidio.
En Chile –según datos del Ministerio de Salud– la tasa de mortalidad por suicidio observada para el periodo 2010-2019 fue de 11,17 por cada 100 mil habitantes. Al comparar los periodos de 2010- 2014 y 2015-2019, se observa una tendencia a la baja en esta problemática. Para el año 2019 la tasa de mortalidad por suicidio en Chile fue de 9 por 100 mil habitantes. Para el año 2022, se observó una tasa ajustada por edad de 10,91 por 100 mil habitantes, un aumento de un 33% con respecto al año 2021, pero una disminución con respecto al periodo 2010-2019.
Si nos concentramos en personas entre 15 y 29 años, el suicidio es la cuarta causa de muerte en el mundo.
La estadística señala que en todos los rangos etarios los hombres concretan más intentos de suicidio, mientras las mujeres intentan más veces, pero registran menos hechos. Esto, porque la mentalidad femenina es menos ejecutiva y menos violenta. “Optan por la intoxicación, no usan medios rotundos que utilizan los varones, como las armas o el ahorcamiento”, explica Bruzzone.
Agrega que la diferencia entre hombres y mujeres es de 4 a 1, “porque las mujeres tenemos más soporte social desde pequeñas hasta ancianas. Los hombres tienden a aislarse ante los conflictos emocionales, se los guardan. Todavía se da esta cosa machista, absurda, de que los hombres no lloran, entonces tienden a no hablar de sus dificultades y dolores”.
Más allá de las características por sexo, hay factores de riesgo para que alguien quiera acabar con su existencia. Y la adolescencia es en sí una etapa complicada de la vida, porque se vive en un proceso de cambio, físico y psíquico, permanente. “Además, dura muchos años. Nosotros la estimamos entre los 11 y los 21 o 22 años. En ese periodo hay cambios en la modalidad de pensamiento, en la socialización, en el cuerpo. Se integra la sexualidad. De hecho, las poblaciones más sensibles dentro de los adolescentes son el grupo LGBITQ+, que tiene una suicidialidad más alta que la población general”, añade la psiquiatra.
Los factores de riesgo son múltiples. Y el más importante es haber tenido un intento suicida.
Otro de los más recurrentes es tener alguna patología mental. “La gran mayoría de los suicidas tienen trastornos emocionales, enfermedades como episodios depresivos, trastornos en la estructura de personalidad, de ansiedad. Y otro gran factor que coadyuva es el consumo alcohólico. Un adolescente con un problema de personalidad o trastorno depresivo, que ingiere alcohol o drogas, es un candidato fácil, por la impulsividad que se genera. Muchos suicidios se producen bajo los efectos del alcohol, pero no es por la embriaguez de ese momento, sino porque eso actuó sobre una mente ya perturbada”, dice la especialista.
Prevención y colaboración
La prevención es clave y absolutamente posible. “En Chile se ha realizado un muy buen trabajo desde el Plan de Salud Mental (desde 2013). El Ministerio de Salud tiene unos documentos estupendos, acerca de suicidalidad en la adolescencia. Y en todo lo que rodea a la idea de suicidio”, explica la psiquiatra.
Existe la línea para la prevención del suicidio *4141 no estás solo, no estás sola.
En el mismo sentido, la gobernación de la Región Metropolitana lanzó hace dos meses el plan Quédate. “Es sumamente valioso, porque partieron capacitando a personal de algunas municipalidades y seguirán hasta cubrir las 52 que dependen de Santiago. La idea es tener una consulta permanente, 24/7, de personas capacitadas para ayudar y responder preguntas”.
En la red de prevención, el rol de los establecimientos educacionales es clave para pesquisar casos tempranamente. Citar a los padres, hablar con ellos, buscar el apoyo de salud. Desde esta preocupación el Comité de Psicoanalistas de Niños y Adolescentes de la Asociación Psicoanalítica Chilena organizó el ciclo “Suicidio adolescente: una mirada psicoanalítica”, dirigido a profesores, orientadores y personal de establecimientos educacionales (asociacion@apch.cl).
“Los adolescentes interactúan socialmente mucho más en el colegio. Es el lugar donde pasan más horas de lunes a viernes, mucho más que con la familia y en la casa. Pensando que la gente en los colegios, los profesores, los paradocentes, conocen a los niños, porque además en la cultura chilena los estudiantes están muchos años, no se usa que se cambien de colegio. Entonces, hay redes dentro del colegio que los identifican perfectamente. Un niño que falta, que cambia el ánimo, que deja de rendir académicamente, que está más irritable o con conductas más violentas, llama la atención a los profesores. Y esas pueden ser señales de alerta. La idea es que la comunidad escolar se haga cargo de que tienen un rol fundamental en la prevención y en el manejo”, explica Bruzzone.
El seminario revisa el desarrollo físico y sobre todo mental. La segunda sesión trata los factores de riesgo. La tercera habla de lo que sucede en la mente de un adolescente que tiene ideación suicida o deseos de morir. Y la cuarta trata acerca de la intervención en la comunidad. La última clase es de preguntas y conversación con el público.
Todas las acciones están dirigidas a disminuir las cifras a nivel país y mundial. De hecho, la tasa de mortalidad por suicidio es uno de los indicadores de la meta 3.4 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, (ítem Salud y Bienestar), cuyo propósito es que, de aquí a 2030, se reduzca en un tercio el riesgo de mortalidad prematura por enfermedades no transmisibles mediante su prevención y tratamiento, así como promover la salud y el bienestar mentales.