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Juan Ortiz:  “No me gustan las canas… ni la cana” PAÍS Fotografía: Sebastién Verhasselt

Juan Ortiz: “No me gustan las canas… ni la cana”

Exreo, exhabitante de la calle, exniño maltratado, hoy busca reconciliarse con la vida en el Hogar de Cristo de Osorno. Con todas sus limitaciones cognitivas y de lenguaje, arma una poderosa imagen casi freudiana, vinculando el sonido de ambos conceptos: las canas y la “cana” o cárcel.


–Yo me tiño las canas. No me gustan las canas… ni la cana –confiesa de entrada en lo que parece una coquetería, pero no es tal. Juan Ortiz (51), usuario habitual de la hospedería de Hombres del Hogar de Cristo de Osorno, usa el teñirse las canas como una metáfora de lo que no le gusta, de sus años más oscuros, “los que pasé en cana”, afirma.

Es uno de los 51 habitantes regulares de la hospedería y, sin duda, uno de los más jóvenes, activos y lúcidos. El resto son en su mayoría adultos mayores –el promedio de edad es de 69 años–, todos muy dañados física y mentalmente por la dureza de la larga experiencia de vida en la calle.

Juan tiene uno de esos “raros peinados nuevos”, en el decir de Charly García. Rapado a los costados de la cabeza, largo hacia atrás como para hacerse una cola y una gran chasquilla ondulada sobre la frente. Lo lleva negro y se lo tiñe “una amiga”, según nos cuenta con su hablar de lengua corta, que cuesta comprender a ratos y que está cargado de expresiones tomadas del coa, el habla carcelaria y callejera.

Originario de Rancagua, se define como “un caminante”. Su ficha social indica que “se significa a sí mismo como una PSC (persona en situación de calle) y exreo”. Así se califica a sí mismo. Ha vivido en la calle de manera intermitente desde los 13 años. Ha estado preso, condenado por “asesinato y por choreo”, como explica él. Esa primera pena ya la cumplió, pero la arrastra consigo y pide emocionado perdón a la familia de su víctima.

–Perdónenme por todos los delitos que yo he hecho. Actué por venganza y hoy me doy cuenta de que yo estaba mal –dice, encogiendo los hombros en un gesto desolador de impotencia. Y añade:

–No hay remedio al mal que hice. No puedo devolverle la vida al fina’o. Pido perdón a su familia y a Dios.

De su propia familia no tiene buenos recuerdos. Abandonó su casa para evitar la violencia, el alcohol y el hambre cuando era un niño. “Eran todos buenos para el copete: mi abuelo, mi madre, mis hermanos mayores. Mi hermana fumaba droga. Yo pasaba preso, lo mismo mi hermano menor. Pasábamos más presos que sueltos como gente normal”.

Cuenta que fue un rati, un detective, el que le quebró el tabique de la nariz y se la dejó plana como el personaje de un retrato de Picasso, siendo muy joven, cuando era un niño. Tiene una cojera a causa de un accidente y varias cicatrices de punzazos con arma blanca en el cuerpo. En 2007, al salir de la cárcel inició su andadura de adulto en la calle. Y fue en ella, donde hace no mucho se produjo su cambio.

Consumo y malas costumbres

–Al conocer la historia de vida de Juan Ortiz, uno puede comprender cómo el tema de las adicciones desde temprana edad, la baja escolaridad, la deserción escolar y la falta de estimulación afectiva e intelectual en su infancia generaran un deterioro cognitivo importante. Y eso se ve reflejado hoy en él, a sus 51 años. Ahora, con el apoyo de estudiantes de psicopedagogía en práctica, estamos apoyándolo para que consiga la lectoescritura. Para que logre leer y escribir bien, porque le cuesta mucho. También estamos trabajando el tema del consumo y podemos decir con satisfacción que lleva varios meses en abstinencia y está muy enfocado  y decidido a mantenerse así. Es muy notable su decisión.

El que habla es el joven psicólogo Juan Pablo Sánchez, a cargo del apoyo especializado a los participantes del programa “Vivienda Primero” en Osorno, quien ha trabado amistad con Juan y lo apoya en su proceso. Juan Pablo tiene experiencia trabajando con los internos del Complejo Penitenciario de Puerto Montt y destaca el impacto benéfico de los programas de rehabilitación en consumo de alcohol y de drogas de las iglesias evangélicas en las personas más pobres y vulnerables, como Juan. Lo vio en la cárcel y lo ve ahora en Juan.

–Yo quise cambiar, mejorar. Fue cuando llegaron pastores evangélicos a dar comida a la gente de la calle. Yo estaba ahí y escuché por primera vez unas palabras que tanto me gustan y que tengo desde  entonces tengo grabadas en mi celular: “Nunca te dejaré solo”. Entonces descubrí algo importante y decidí buscar y tocar puertas. Así llegué a este hogar, donde me han apoyado hasta para retomar la escuela. En todo me han ayudado –resume Juan, quien también menciona, de tanto en tanto, “a mi pastor Andrés”.

El trabajador social Gerardo Bello, jefe de la Hospedería de Hombres del Hogar de Cristo en Osorno, celebra que se alinearan los astros en el complejo caso de Juan Ortiz. Comenta que cuando llegó, a comienzos de 2023, estaba en “un complejo estado de adicción”.

–Pero sus ganas de superación ya estaban presentes. Llegó en el momento preciso. Teníamos cupo y hemos podido apoyar su proceso de autonomía y salida de la situación de calle. Todos los eslabones sociales funcionaron en su caso: salud, educación, vivienda, trabajo. Hoy Juan está juntando dinero para su vivienda, en una cuenta de ahorro, y le falta poco para reunir el monto necesario. Tiene un trabajo estable con contrato, terminó el segundo ciclo de educación básica, asiste a un programa de tratamiento de consumo de drogas en el servicio de salud familiar del territorio y ha logrado vincularse con su único hijo.

Son puros logros.

Gerardo, el trabajador social, y Juan Pablo, el psicólogo, concuerdan en lo poco reconocido que es el trabajo de rehabilitación de las iglesias cristianas, que ellos destacan y que ejemplifican con el caso de Juan. En su ficha de ingreso a la hospedería, se lee: “Juan Ortiz llega a Osorno en marzo de este año, a través del apoyo de una congregación evangélica, buscando generar un cambio en su vida. ‘Escapando del consumo y de otras malas costumbres’, como suele decir él mismo”.

Dos chanchitos para Navidad

“Influencia de la religión evangélica en la rehabilitación de drogas y alcohol en Santiago de Chile: ¿Dispositivos de caridad?”, es el nombre de la tesis para optar al grado de Licenciatura en Historia presentado de María José Concha Candia. En el texto, fechado en 2021, se lee como primera hipótesis: “Las personas socioeconómicamente vulnerables que sufren drogadicción podrían encontrar en el conjunto de prácticas y creencias evangélicas una oportunidad más viable de rehabilitación. Esto, debido a varios factores, entre los cuales se podría encontrar la marcada presencia que tienen los grupos pentecostales en sectores marginalizados de la sociedad”.

Agrega la autora que esto se manifiesta en que “muchas veces los monitores de los centros de rehabilitación son personas que anteriormente han pasado por procesos similares a los y las participantes de los centros”.

En el caso de Juan, su proceso de rehabilitación está sostenido por múltiples apoyos. Es un abordaje multidimensional, tal como lo describen Bello y Juan Pablo Sánchez, quienes no disimulan el orgullo que sienten con los pequeños grandes logros de Juan.

Ahora, por ejemplo, en medio de las fiestas de fin de año, lo han apoyado en la ruta calle que quiere hacer por la ciudad.

“Compré dos chanchitos para llevarles una rica cena navideña a los que están en la calle. Yo invito a todos a salir a repartir comida a los que viven en esa situación, porque no hay nada más feliz que sentarse a una mesa con otros y no estar tirado debajo de cartones, sacando comida de la basura. Eso yo lo viví y lloré mucho por los pecados que me llevaron a esa situación. Ahora ya no. Por eso, a ustedes los invito a ayudar. Y a las personas de calle les digo que es posible encontrar la salida. Yo estoy saliendo”, dice, montándose en su bicicleta, luego de hacer pesas en la hospedería para retomar su trabajo en la feria de frutas y verduras de Osorno, donde es respetado y reconocido.

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