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Kathya Araujo y la crisis de legitimidad: “Tiene que haber una respuesta en bloque de las élites”

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Francisca Castillo
Por : Francisca Castillo Periodista El Mostrador
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La doctora en Estudios Americanos advirtió “que una de las cuestiones esenciales que las élites tendrían que tener en consideración, es que lo que se está jugando ahora es la sobrevivencia institucional”.


La doctora en Estudios Americanos y directora del Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NIUMAP), Kathya Araujo, abordó la actual crisis de legitimidad de las instituciones a cinco años del estallido social y el rol de las élites en la conducción de cambios sociales aún pendientes. 

“Yo, de verdad, pienso que no avanzamos porque no queremos mirar los verdaderos problemas que están en juego”, dijo Araujo. En esa línea, señaló que uno de los temas “más preocupantes hoy es el aumento de las desconfianzas y la distancia que toman las personas con la política institucional principalmente”.

La investigadora también advirtió “que una de las cuestiones esenciales que las élites tendrían que tener en consideración, es que lo que se está jugando ahora es la sobrevivencia institucional”. Por lo que –a su juicio– tendría que haber una respuesta en bloque de las clases dirigentes para recuperar la confianza y adhesión de la ciudadanía.

“Los actores políticos o una parte de las élites, no han logrado en este tiempo darse cuenta del cambio, entonces actúan como si estuvieran en un mundo que ya ha desaparecido, y a mí me asombra la lentitud con la que esta clase política, estas élites están reaccionando”, señaló. 

-Según los datos de la última encuesta CEP, el apoyo a las manifestaciones del estallido social se redujo sustancialmente. ¿Cómo interpretas esta foto del momento y cómo han evolucionado a tu juicio las cosas estos últimos cinco años?
-Lo que yo puedo decir desde los trabajos más cualitativos –las cifras efectivamente te dan una imagen, pero no necesariamente te dan la interpretación– es que efectivamente las personas en las últimas investigaciones, sobre la relación con la política en sectores populares, desde hace un tiempo hay un sentimiento de que en realidad lo de octubre de 2019 no funcionó.

Cuando aconteció hubo mucho apoyo ciudadano y ese apoyo estaba vinculado con la expectativa de que las cosas cambiarían finalmente en términos de mejorar sus condiciones materiales, condiciones de vida, pero también cambios de expectativas morales, respecto a las lógicas de privilegio, jerarquías naturalizadas, autoritarismos. Eso también estuvo junto con toda esta queja por los abusos, y al mismo tiempo demandas súper concretas y diferentes de mejoras en el trabajo, en salud, pensiones, cuestiones luego de vivienda, que fueron centrales.

Yo creo que lo que hubo fue el sentimiento de gran expectativa, por eso hubo un apoyo que no hay que olvidar. Era un apoyo también a las manifestaciones, que luego quedó frustrado, porque en realidad una de las cosas que uno tiene que decir es que estos últimos cinco años no han dado las respuestas que esa movilización esperaba, por más que uno diga que eran múltiples las demandas, pero las demandas estaban ahí y eran claras. 

En términos de cambios en las políticas públicas, en términos de las leyes que tendrían que haberse dictado, de los nuevos horizontes que se tendrían que haber construido, eso no ha ocurrido, y yo creo que ahí hay un desazón muy grande. Hubo una apuesta y también un gran riesgo, porque las personas –como ya lo decían las investigadoras antes– están muy claras de todo lo que consiguieron a lo largo de las décadas, respecto a sus familias, los saltos intergeneracionales, en términos de mejoras en las condiciones de vida y, por supuesto, no querían arriesgarlo. Pero también con un sentimiento muy grande de agobio y de que estaba mal repartida la riqueza producida en estos años.

Y para el estallido se decía “nuestra vida realmente se puso en vilo”, todos los días eran grados de incertidumbre, y uno dice “bueno, voy a apoyar eso, a ver si algo cambia”, y cinco años después nada cambia. Es un tema que por supuesto desanima y que hace que en retrospectiva uno vea que, en realidad, no se ganó nada con ello. Por supuesto, ahí también hay una crítica a un tipo de violencia que en realidad terminó afectándolos más que beneficiándolos y que, además, no tenía ninguna justificación, como los saqueos, etc. Creo que hay un punto ahí. 

Pero principalmente me parece que lo esencial es este desencanto respecto a una esperanza que nuevamente se frustra, y yo creo que ese es un problema para el país hoy, porque un país tiene que tener adhesión de la población, adhesión para funcionar, pensar que hay un horizonte conjunto. Eso se logra dando perspectivas de futuro, generando esperanzas, generando expectativas. Ahora es un problema, porque el desencanto creo que se ha profundizado en este tiempo, y las personas, junto con ese desencanto, el movimiento que viene de hace ya bastante tiempo, se distancian de la política institucional.

-Se ha utilizado mucho el discurso “octubrista” en los relatos que se instalan desde los partidos políticos, particularmente de oposición, hay un reduccionismo evidentemente que ignora todo esto que tú me describes. ¿Cómo ves en particular ese manejo desde el mundo político?
-Creo que es verdaderamente un error, porque no es excluyente. Uno puede instalar esa dimensión de la violencia como posición política –y en general, como ciudadanía, uno puede decir que ese uso de la violencia es rechazable, el Estado de Derecho es importante y hay que mantenerlo a toda costa–, pero eso no puede borrar lo que ocurrió en octubre de 2019. Apareció de una manera sin duda violenta, pero también activa, muy movilizada, con mucha gente en la calle, con muchas cosas ocurriendo. Apareció algo que en realidad solamente es expresión de un proceso de mucho más largo plazo y, sobre todo, de las dificultades para resolver las consecuencias de las necesidades de la población, de las expectativas. Reducir todo a la violencia creo que es perjudicial.

Entonces, creo que sería razonable una posición que no tiene por qué renunciar a esta crítica a la violencia y al mantenimiento del Estado de derecho, pero, al mismo tiempo, reconociendo que fue mucho más que eso, mucho más que saqueos, atentados contra la propiedad pública, etc. Yo, de verdad, pienso que no avanzamos porque no queremos mirar los verdaderos problemas que están en juego.

No tienes a una población aprobando en un 60, 70 por ciento, o más en algunos momentos, las manifestaciones, si es que no hay algo en la sociedad que les dé soporte a esas manifestaciones. Lo más importante para el país es, por supuesto, decir tenemos que cuidar el Estado de derecho, pero, por otro lado, preguntarse qué es lo que hay que hacer, cuáles son las respuestas para estas demandas tan sentidas y que han tenido tan poco cauce.

Tendrían que haber habido maneras de generar acuerdos para enfrentar las consecuencias de esos procesos sociales, las contradicciones, las tensiones, los conflictos, los cuellos de botella que se producen, y tratar de generar políticas de Estado y algunos acuerdos mínimos. Eso no ocurrió, ni se respondió a las demandas concretas que había en ese momento, ni se ha dado prueba de un esfuerzo de consensos mínimos para resolver y dar cauce a estas consecuencias conflictivas de un proceso que es de décadas.

Es algo que ha ido creciendo y lo he visto en mis investigaciones. Lo que veo es cómo se acentúan algunos procesos, otros yo creo que se van desanudando, pero la mayor parte de estos procesos se van acentuando. Y quizá uno de los más preocupantes hoy es el aumento de las desconfianzas, y la distancia que toman las personas con las instituciones y con la política institucional principalmente, creo que es una situación muy complicada, la verdad.

-¿Cómo estás viendo también el rol de las élites al respecto?
-Yo creo que una de las cuestiones esenciales que las élites o las clases dirigenciales tendrían que tener en consideración, es que lo que se está jugando ahora es básicamente el sostén, la sobrevivencia institucional y la autoridad de esas instituciones. 

El rechazo a las lógicas de privilegios de unos respecto a otros, es algo que se ha estructurado y se ha legitimado en las últimas décadas. Lo que hacen todas estas situaciones de las que hemos sido testigos es simplemente agrandar la desconfianza de la población y confirmar sospechas respecto a que esa lógica de privilegios efectivamente existe.

Es muy grave, porque esta lógica de privilegios toca al Poder Judicial, toca al Poder Ejecutivo, toca en general la idea de la justicia. Hay mucho material para poder seguir confirmando que no hay razones para la confianza, no hay razones para la adhesión, y que realmente no se puede confiar en las clases dirigentes.

Una cosa que nosotros hemos encontrado es que la población está muy atenta, conversa mucho, son temas que se debaten, que sí están presentes, tienen ideas muy claras sobre el asunto. Es una población que está muy atenta a todo esto, pero que también tiende a generalizar. Tenemos esa tendencia contemporánea, entonces es más difícil la discriminación. Todos los políticos son iguales, que es como lo que siempre escuchamos, o todo el sistema judicial. O sea, también ocurre que esta lógica empeora la situación en la que estamos. 

Lo que pienso es que aquí lo que tendría que haber es una respuesta clara, institucional y también en bloque de las élites o las clases dirigentes, de la política institucional. No hay ninguna manera de que podamos recuperar esas confianzas, el encanto que nos va a permitir adhesión, para ponerle energía a la vida social, para ponerle energía a una idea de futuro y trabajar por ella, a menos que efectivamente tengamos ofertas consensuadas políticamente y fórmulas que den señales de que las clases dirigenciales efectivamente están interesadas y les importa el bien común.

-La gran pregunta es cómo seguimos. Principalmente también por el contexto electoral en el que estamos. El informe del PNUD, por ejemplo, instalaba en quién recae la responsabilidad en la conducción de los cambios sociales. ¿Cómo lo ves en esos términos?
-Aquí hay muchos actores y todos tienen algo que hacer. En primer lugar, creo que la llamada clase política tiene que encontrar fórmulas para reestructurar el campo de las disputas, cómo reconstruir ese espacio. Porque los espacios de la política son espacios de disputa, es obvio, pero se pueden construir con unas reglas o con otras, con unas dinámicas o con otras, yo creo que eso es algo extremadamente importante. 

Luego creo que necesitamos, pensando en la clase política, un verdadero fortalecimiento de los partidos, pero con una transformación de las lógicas que arrastran desde hace mucho tiempo. Los actores políticos o una parte de las élites, no han logrado en este tiempo darse cuenta del cambio, entonces actúan como si estuvieran en un mundo que ya ha desaparecido, y a mí me asombra la lentitud con la que esta clase política, estas élites, están reaccionando a este cambio. Hay cosas que son inaceptables y que ya no entran más dentro del límite de lo posible, que parecen no estar entendiendo. Eso por el lado de la política.

En términos de la sociedad, hay varias cuestiones que yo creo que están en juego. En la sociedad hay una cantidad de recursos que son muy importantes, pero que no pueden ser dejados por sí mismos. Por eso yo digo que la clase política tiene que fortalecerse, volver a encontrar el rumbo. Y en términos de la sociedad, creo que ahí hay que poner mucha atención, porque hay muchas energías dando vueltas y estas energías pueden ser muy virtuosas o no. Yo apuesto por la virtuosidad de estas energías y eso va a significar que muchas cosas tendrían que comenzar a ser abordadas como responsabilidad de la propia sociedad, o sea, responsabilizarse de generar soluciones entre diferentes sectores, los gremios, las universidades, las asociaciones, etc. 

Ahí hay un potencial de la propia sociedad al que tenemos que apelar, pero es un potencial que también, de nuevo, no es que sea así una sociedad que tiene que hacer un trabajo para reconstruir formas que son formas muy irritadas, demasiado desconfiadas, demasiado a veces individualistas, demasiado egoístas de conducirse. Y también una sociedad donde las élites tienen que encontrar una manera de transformarse, son élites todavía que se piensan muy siglo XX,  y estamos en el siglo XXI.

Esta es una sociedad que exige ser tratada horizontalmente, que exige un reconocimiento de su cultura popular, de la igualdad de trato, de una cierta horizontalidad en términos de cómo nos miramos unos a los otros. Y eso significa un trabajo de las élites sociales, o sea, no se puede seguir mirando el país de la manera en que lo hemos estado mirando, hoy hay más resistencia, porque las personas no lo aceptan, porque entran a la disputa, porque se van apropiando de los espacios.

Pero yo creo que eso todavía es un trabajo de las élites, que es muy importante, dejar de ser élites de la primera parte del siglo XX y pasar a ser élites sociales. Y, en ese sentido, creo que hay que hacer un trabajo para volver, la sociedad, una sociedad verdaderamente –como dice un colega mío, Aníbal Martucci– más plebeya. 

 

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