
Juan Casassus y la pregunta: ¿Quién formará a los futuros ciudadanos: los humanos o las máquinas?
El académico y Premio Nacional de Educación 2025 advierte que la inteligencia artificial avanza sin reflexión y llama a recuperar la dimensión humana y emocional de la enseñanza. “La educación debe formar personas, no solo empleados”, afirma.
Esta es una ocasión muy especial, pues tuve el privilegio de sostener una entrevista con el profesor Juan Casassus, recientemente galardonado con el Premio Nacional de Educación. En el presente, es relativamente normal pensar en la necesidad de que la educación considere la integralidad de
lo que somos los seres humanos y reconozca el rol protagónico que tienen las emociones en su formación. Sin embargo, hace pocos años eso no era así. En ese período, Juan Casassus desarrolló un conjunto de propuestas que buscaban relevar estas temáticas, las que no siempre tuvieron una
respuesta acorde en su momento por parte de las políticas educativas. Sin embargo, ciertamente, pavimentaron el camino hacia lo que hoy valoramos como importante.
Invitamos al Premio Nacional a responder las preguntas que henos ido realizando en esta serie. Sin embargo, decidimos ampliar los ámbitos de interés de la conversación, para aprovechar de mejor forma la oportunidad de profundizar en algunas de las reflexiones de este personaje clave de la
historia reciente de la educación chilena.
-Usted anticipó la necesidad de dar un rol más protagónico a las emociones en el proceso educativo. La pandemia hizo explotar esta necesidad años después, lo que ha hecho que esta temática tenga una mayor visibilidad y abordaje en el presente. A su juicio, ¿cómo se está llevando a cabo ello en el sistema educativo y las escuelas? ¿Ve un avance?
La ley Nº 20.370 [Ley General de Educación] se considera que la finalidad de la educación es la formación integral del ser humano. Un ser humano integral es un ser que tiene cuerpo, emociones y pensamiento. Sin embargo la misma ley crea también la Agencia de Calidad, institución que cuenta con distintas tareas, de las cuales ha sobresalido una: el SIMCE. Sin querer queriendo, la finalidad de educación integral fue reemplazada por la focalización en los resultados del SIMCE, es decir por los logros obtenidos de las disciplinas de lectura, matemáticas y ciencias. Todo el sistema de gestión se volcó hacia subir los puntajes del SIMCE, dejando de lado el resto de los ámbitos formativos.
Ahora bien, la pandemia y la virtualidad dejaron como lección que el sentido de la escuela es aprender en la convivencia presencial: seres humanos encarnados conviviendo con los otros, considerando tanto sus mundos emocionales, como sus pensamientos. A mi juicio, el Ministerio de Educación actual ha comprendido esto, y ha focalizado, desde sus inicios, un programa integral de Reactivación Educativa, que fundamentalmente, es un programa de humanización, con énfasis en lo emocional, la convivencia y los climas de aula. No debería dejar de llamar la atención que la aplicación de este enfoque se correlacione con un aumento en los promedios de los resultados de la Nueva Educación Pública, según el mismo SIMCE.
Como se sabe, yo soy crítico del SIMCE, pero valga lo que valga, este resultado viene a confirmar, lo que fundamentáramos con evidencia empírica hace ya 25 años. Los aprendizajes en lenguaje, matemáticas y ciencias, se sustentan en lo que acontece en el mundo emocional, especialmente, en aquellas y aquellos estudiantes que no tienen el mismo talento que otros. El trabajo de mejorar el aprendizaje de las disciplinas no se puede hacer directamente. Para que ello pueda ocurrir, lo que hay que hacer es focalizar el cuidado del mundo emocional, de la convivencia y los climas. Mi impresión es que la propia Agencia de Calidad ha ido buscando esta perspectiva, introduciendo entre sus orientaciones la investigación sobre lo
socioemocional.
-¿Cómo ve -y qué evaluación hace- del debate actual respecto de qué es lo que requiere nuestro sistema educativo en el corto y mediano plazo?
-La educación es un tema de muchos niveles y de gran complejidad. Los debates coyunturales actuales se ocupan de temas muy específicos de gestión. Desde mi punto de vista, debatir temas como -por ejemplo. el del financiamiento de la educación superior (FES) y otros- es lo propio de la gestión del sistema educativo. Sin embargo, por necesario que ello sea, este debate coyuntural trata de temas que no cambian mucho la situación de la educación, ni en el corto, ni en el mediano plazo. Llama la atención que las políticas educativas de gobiernos sucesivos hayan dado cuenta de la crisis que se vive, pero no se haya progresado en su abordaje. ¿A qué se debe esto? A mi juicio, se debe a que los problemas de fondo de la educación, como son su finalidad, en qué grupo etario poner el énfasis, su conexión con los rápidos cambios sociales, la emergencia de la inteligencia artificial y la angustiosa situación de las y los jóvenes, no son abordados como se debe.
Para ser más preciso, muchos estudios internacionales hablan de la soledad, de la indiferencia, de la depresión, del estrés, del individualismo o de la perdida de sensibilidad de los jóvenes de hoy (la exitosa serie de Netflix “Adolescencia” toca este tema). De esto debemos preocuparnos, pues los y las estudiantes son los receptores y activadores de la educación. Pese a estos antecedentes, no contamos con un diagnóstico fructífero que oriente la educación chilena. Hace falta una instancia de discusión transdiciplinaria y no partidista de estas cuestiones. Si ello no ocurre, como señaló el historiador Ferdinand Braudel, el debate será “como polillas revoloteando alrededor de la luz”.
-En la misma línea, ¿cómo ve el futuro de la educación en Chile? ¿Qué es lo que más le entusiasma y lo que más le inquieta?
-Siguiendo con lo recién comentado, lo que más me entusiasma para el futuro de la educación, es la centralidad que se le está dando a la emocionalidad en la política educativa, la preocupación por la convivencia y con superar la violencia. Esto es preocuparse por el ser de los jóvenes, que deberán decodificar el mundo, y no transformar la educación en un asunto cuya prioridad sea únicamente conseguir un empleo. No es que el empleo no sea importante, pero no es lo principal.
Por otra parte, lo que más me inquieta es la rapidez con que las tecnologías de la información y la inteligencia artificial están apoderándose de nuestras vidas y, en este marco, la velocidad -y poca reflexión – con que se están proponiendo maneras de insertarlas en la educación. Antes de proponer lo que sea, y, especialmente algo que se realiza con ánimo de hacer un buen negocio, es necesario comprender lo que está ocurriendo en este cambio de época.
-Si usted tuviera que sugerir una cosa a las candidaturas presidenciales para que tengan en consideración en sus eventuales programas de gobierno, ¿qué les recomendaría?
-De alguna manera ya lo he sugerido. Los humanos enseñamos de acuerdo a nuestros valores: nos enseñamos y practicamos cómo convivir con otros: así enfrentamos el mundo en tanto humanos que somos. La maquinas no tienen valores, pero sí tienen su dinámica propia a través de la acumulación de algoritmos. Entonces, la gran pregunta es quién se hará responsable de formar a los futuros ciudadanos: ¿los humanos o las máquinas?
Espero que las propuestas de las candidaturas presidenciales se focalicen en esto de manera global y no de medidas puntuales de corto plazo, para que su orientación vaya en favor de los humanos y que las maquinas sean solo un instrumento… mientras sean controlables.