Investigación confirma la presencia de la enfermedad en ejemplares de zonas tan remotas como el Cabo de Hornos, afectando especialmente a los pájaros del bosque.
Un desafío para la conservación de la biodiversidad, los ecosistemas e incluso para el turismo de observación de aves representa hoy el silencioso avance de la malaria aviar en Chile.
A raíz de lo anterior Ricardo Rozzi, ecólogo investigador del Centro Internacional Cabo de Hornos (CHIC) y profesor de las universidades de Magallanes y North Texas, en conjunto con Andrew Gregory investigador de la Universidad de North Texas, se encuentran realizando un estudio, apoyado por la National Science Foundation, para monitorear la presencia de esta amenaza de esta enfermedad en el extremo sur de Chile.
Gregory precisa que, a diferencia de la ya conocida gripe aviar, una enfermedad viral, en este caso se trata de una infección producida por un parásito que se transmite por la picadura de mosquitos, tal como ocurre con la malaria humana.
“Los humanos generalmente no son susceptibles a la malaria aviar. Es bastante específica de las aves”, aclara el investigador.
Hasta ahora se sabe que los principales vectores de la malaria aviar son mosquitos de los géneros Anopheles (el mismo que transmite la malaria humana) y Culex, así como también las llamadas moscas negras. En cuanto a los parásitos los más comunes son protozoos del género Plasmodium, pero también de los géneros Haemoproteus y Leucocytozoon.
Estos parásitos infectan órganos internos, particularmente el hígado, desde donde se propaga por la sangre e infecta los glóbulos blancos y rojos, lo que hace que las aves padezcan anemia.
“En muchos casos, causa la muerte del ave huésped o hace que deje de reproducirse. Muchas especies de aves solo tienen una, dos o muy pocas oportunidades reproductivas a lo largo de su vida. Entonces, no poder reproducirse durante esos períodos de tiempo porque están enfermos puede llevar a la desaparición paulatina de esa especie”, señala Gregory.
Luego agrega que “muchas aves carecen de la capacidad de generar una respuesta inmune significativa. Entonces lo único que pueden hacer es tener fiebre. Si la fiebre sube demasiado, puede ser letal. O simplemente pueden sentir dolor y letargo, y tal vez eso sea suficiente para superar la enfermedad y suprimir la infección causada por estos parásitos”.
“Durante el tiempo que están lidiando con eso, simplemente no hacen nada: no recolectan alimento, no defienden territorios, no se reproducen. La enfermedad les impide obtener suficientes recursos para reproducirse, porque la mayoría de las aves son lo que llamamos “reproductores de ingresos”, lo que significa que cuando obtienen suficientes recursos, producirán un huevo y tendrán descendencia”, explica.
La infección está presente en todo el mundo en distintos grados, especialmente en los trópicos. Colombia y Brasil, así como algunas áreas de América Central, son puntos críticos, ya que tienen una gran diversidad de diferentes huéspedes y vectores.
La expansión de la enfermedad a otras zonas del mundo ha sido favorecida por las aves migratorias. En el caso del Parque Omora en la isla Navarino se ha detectado en el fío-fío y en el chincol desde 2005. Pero además se sumó un detalle más inquietante: “Detectamos los tres diferentes parásitos responsables de la malaria aviar en aves residentes de la región del Cabo de Hornos. Es decir, se trata de especies que no migran y viven allí todo el año”, comenta Rozzi.
Aunque todavía no han identificado al vector, lo más probable es que se trate de un mosquito u otra especie equivalente capaz de trasmitir los parásitos.
Su presencia sería más o menos reciente. “El calentamiento global es muy importante porque hace más calor. Y si hace más calor, se favorece la presencia de mosquitos. ¿Pero cómo llegan? Normalmente lo hacen a través de vehículos, embarcaciones, aviones y contenedores de carga; por ejemplo, un barco que trae frutas y otras cosas desde el trópico”, profundiza Rozzi.
Pero aquí entra otro protagonista en la ecuación. “Hace ya varios años llegaron los castores a la zona. Y cuando lo hicieron, construyeron diques. Represaron los arroyos y algunas de las zonas bajas, creando muchos estanques poco profundos. Esas piscinas poco profundas son un caldo de cultivo perfecto para los mosquitos. El hábitat de reproducción preciso”, comenta el director del CHIC.
Respecto a la situación, Gregory afirma que aún es temprano, por lo que existe el potencial para crear cierto control.
Los efectos de la infección en las aves pueden ser devastadores, especialmente en lugares remotos, como ya se vio en Hawaii donde la malaria aviar ha ocasionado una reducción de casi el 90 % en la riqueza de especies de pájaros.
Aunque el estudio de los investigadores se ha centrado en las aves del bosque, ellos reconocen que no hay razón para pensar que sea el único grupo de aves que se ve afectado por este azote. La malaria aviar no solo puede afectar los ecosistemas, sino igualmente la economía local. “Esto también es una amenaza para la observación de aves, que es una de las principales actividades turísticas de la zona”, advierte Rozzi.
Gregory enfatiza que los impactos de la malaria y la influenza aviar no son mutuamente excluyentes. “Ambos pueden tener un impacto y también pueden retroalimentarse mutuamente. Un pájaro con malaria puede ser más susceptible a la gripe y viceversa. El virus y estos parásitos pueden tener una sinergia negativa real que puede ser aún más perjudicial”, reconoce.
Por ello ahora el desafío principal y en el que se concentrarán desde enero próximo es identificar el vector local.
Finalmente, el director del CHIC enfatiza que estos estudios los han desarrollado en estrecha coordinación con el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) y otros servicios públicos, como también con un equipo interdisciplinario de investigadores.
Las epidemias que afectan a la fauna silvestre y a los seres humanos representan una de las mayores amenazas que conlleva el cambio socioambiental global en el siglo XXI. Por lo tanto, la colaboración a nivel regional, nacional e internacional es fundamental para abordar estas epidemias, e incluso pandemias, de manera efectiva.