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Parque Jardín Botánico Quilapilún: Un modelo de conservación para Chile

Parque Jardín Botánico Quilapilún: Un modelo de conservación para Chile

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Marcela Bocchetto
Por : Marcela Bocchetto Gerenta de Cambio Climático y Sustentabilidad de Anglo American
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La reciente acreditación internacional otorgada al Parque Jardín Botánico Quilapilún de Anglo American por la Botanic Gardens Conservation International (BGCI) no solo posiciona a Chile en el mapa mundial de la conservación vegetal, sino que también evidencia el impacto que puede tener la colaboración entre instituciones, especialistas y comunidad. Este logro es resultado de un trabajo conjunto orientado a proteger la flora nativa y promover la educación ambiental, demostrando que los avances en conservación requieren alianzas sólidas y compromiso colectivo.

Este no es un jardín cualquiera. Quilapilún es un espacio que honra la flora endémica del clima mediterráneo chileno, uno de los cinco más escasos y amenazados del planeta. En sus 4,5 hectáreas, se concentra una importante diversidad de especies nativas: matorrales, bosques espinosos y esclerófilos, cactus resilientes, geófitas que duermen bajo tierra esperando la lluvia, y especies amenazadas que aquí encuentran refugio.

El reconocimiento de la BGCI no solo valida el trabajo científico y educativo que realizamos en el recinto, sino que también reafirma el valor de proteger lo que es nuestro. En tiempos donde el cambio climático avanza con fuerza y la pérdida de biodiversidad se acelera, contar con un espacio como este es un acto de resistencia, de cuidado real por la tierra y de compromiso con las futuras generaciones.

Además de su valor como espacio de conservación, funciona como un centro activo de investigación botánica. En este jardín botánico se estudian especies nativas, se monitorean sus ciclos, amenazas y posibles aplicaciones, y se generan datos que contribuyen tanto a la restauración ecológica como a la educación ambiental. El trabajo realizado aquí aporta al diseño de políticas públicas más informadas y promueve la interacción entre científicos, comunidad y saberes locales, demostrando que la ciencia aplicada puede y debe estar al servicio de la sociedad.

Pero más allá de los datos y las cifras, nuestro Parque Jardín Botánico Quilapilún es un lugar de encuentro. Caminar por sus senderos es reencontrarse con la memoria de la vegetación chilena, con los aromas del quillay, el boldo y el litre, con la historia viva de los pueblos originarios que usaron estas plantas para sanar, alimentarse y celebrar. Es ver a niños y niñas maravillarse con una añañuca en flor, o a adultos mayores reconociendo especies que los acompañaron en su infancia.

El caso de Quilapilún demuestra que la conservación no puede limitarse a la labor científica ni quedar relegada a discursos inspiradores: requiere decisiones concretas, recursos y una responsabilidad compartida. Proteger la biodiversidad es, ante todo, un compromiso social y ético. Cada especie preservada es una muestra de lo que somos capaces de lograr cuando entendemos que el futuro depende de las acciones que tomemos hoy.

El reconocimiento de la BGCI debe ser visto no solo como un motivo de orgullo, sino como una responsabilidad. Junto con Quilapilún solo otros dos recintos en Chile cuentan con esta acreditación internacional. Este hito nos obliga a preguntarnos qué estamos haciendo para que este tipo de iniciativas no sean excepcionales. Replicar este modelo y asumir la conservación como un deber colectivo es el verdadero desafío: mirar nuestra flora como un legado que exige acciones concretas, más allá de los reconocimientos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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