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El elogio del error

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¡Buenas tardes, apreciados habitantes de este Universo Paralelo

¿La ciencia se descubre o se crea? En una conferencia que brindó en Oxford en 1933, Albert Einstein lanzó la pregunta y ofreció una respuesta provocadora: las teorías físicas son invenciones libres de nuestra imaginación que luego negociamos con la realidad. Si fueran meros hallazgos, habría siempre una única descripción correcta para cualquier fenómeno.

Sin embargo —observó—, la gravedad cuenta con dos explicaciones muy distintas: la de Newton y la que él formuló en 1915. La teoría newtoniana falla en los extremos —agujeros negros, universo temprano—, pero describe con gran precisión todo lo cotidiano. Donde se superponen, ambas son correctas; por lo tanto, deben ser creaciones humanas.

  • ¿Significa eso que inventamos la realidad? No. Creamos modelos que deben pasar la exigente aduana del experimento. La mayoría no lo logra y acaba en el vasto vertedero de ideas fallidas. Un basurero que preferimos ignorar, pero que es imprescindible para iluminar los caminos inconducentes que otros ya recorrieron.

Esta edición de Universo Paralelo viajaremos precisamente por esos tropiezos, muchas veces fecundos. 

En ocasiones, los errores florecen en otros contextos. Mysterium Cosmographicum, de Kepler, pretendía que las órbitas planetarias encajaran en sólidos platónicos; esto resultó falso, pero lo inspiró, obligándolo a medir órbitas con un rigor inédito. Así pudo dar con otra cosa: sus afamadas e influyentes leyes.

  • Pero si la ciencia es un invento humano, ¿podremos conocer alguna vez la naturaleza en su totalidad? ¿Tendrá sentido la teoría final con la que muchos físicos, como Stephen Hawking, soñaban? Me parece que no.

El físico Freeman Dyson advertía que quizá ese anhelo esté condenado: el universo podría ser “infinito en todas direcciones”, de modo que cualquier teoría completa sería también el punto de partida para preguntas nuevas.

  • Descubrir o crear, tal vez no sean actos opuestos, sino etapas de un diálogo interminable entre nuestra inventiva, nuestros errores y la naturaleza, que siempre se reserva la última palabra.

En esta edición nos acompaña Giannina Costa, doctora en Ciencias en Tecnología de la Información y directora de las carreras de Ingeniería Civil Informática e Ingeniería en Computación Informática de la sede Viña del Mar de la Universidad Andrés Bello.

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EL ELOGIO DEL ERROR

Crédito: Imagen generada por IA.

Cuando la expedición hidrográfica del HMS Adventure cartografiaba Tierra del Fuego en 1830, sus marinos creyeron haber encontrado un atajo hacia el estrecho de Magallanes. Tras horas de sondajes descubrieron un callejón salobre sin salida. Anotaron el hallazgo con humor británico: Bahía Inútil. El nombre evitó que otros buques repitieran la pérdida de tiempo y obligó a perfeccionar los mapas.

  • Nuestro cerebro opera con una dinámica similar. El sistema visual no espera que la luz pinte la escena en la retina; primero predice lo que cree que verá y luego coteja esa conjetura con algunas de las señales que percibe. Si encuentra un error de predicción, la imagen interna se reajusta apropiadamente.

Esto se experimenta muy vívidamente en cada despertar, cuando en la oscuridad de la noche “ves” tu habitación tan claramente que la sensación de seguridad espacial es plena. Tan plena que seguramente te ha ocurrido que de pronto una señal te dice que hay algo inconsistente, y entras en pavor, solo para recordar que estás en un hotel, en un viaje de trabajo en Chillán. La imagen es reajustada y el susto demuestra cómo es el invento, la creación libre del cerebro –la hipótesis–, el primer acto del conocer.

  • Cada vez que hacemos ciencia, incluso en su forma más básica que llamo “instinto científico”, el error es mucho más común que el éxito. El error es el camino a la verdad.

La historia de la ciencia está hecha de «Bahías Inútiles» que se transformaron en faros. Albert Einstein, por ejemplo, introdujo la constante cosmológica para permitir un universo estático. Luego, cuando Hubble mostró la expansión del universo, no pudo sino reparar en su error y descartarla. Pero hasta los errores de Einstein terminaban encontrando su lugar. Hoy se cree que es la responsable de la expansión acelerada del universo.

  • Otro que aprovechó un error fue Alexander Fleming, quien decidió  no tirar la placa contaminada que afloraba de hongos en su desorden: observó el halo limpio de bacterias y descubrió la penicilina.

Lo importante, incluso en el error, es que opere la honestidad intelectual. El peor enemigo de la ciencia (y de la democracia) es el sesgo: esa fuerza represora del instinto científico que nos vuelve ciegos a los errores, bien porque vemos solo lo que queremos, o porque nos sometemos a la palabra de una autoridad. Eso no es equivocarse, es negarse a mirar. Son interferencias culturales que debemos controlar con atención. Al menos si creemos estar en el negocio de eso que llamamos verdad.

Vigilar con atención esas interferencias culturales es imprescindible. Sobre todo si pretendemos dedicarnos al delicado negocio de la verdad.

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EL PELIGROSO APRENDIZAJE A MEDIAS DE LA IA

Crédito: Imagen generada por IA.

Por Giannina Costa
Doctora en Ciencias en Tecnología de la Información

Imagina enseñar a tu hijo a conducir mostrándole solo videos de trayectos ideales, sin fallas ni contratiempos. El resultado probablemente sería un conductor ingenuo y poco preparado para identificar riesgos reales en la carretera. Eso mismo estamos haciendo hoy con la inteligencia artificial. 

  • Un artículo de Nature pone el dedo en la llaga: cuando entrenamos sistemas de IA únicamente con casos «exitosos», les enseñamos verdades a medias. La investigación señala que «un experimento fallido puede aportar más conocimiento que diez exitosos». Pero en el mundo algorítmico, seguimos considerando los errores como basura, no como datos valiosos.

Las consecuencias de este enfoque se manifiestan con una claridad alarmante. En diciembre de 2024 se reveló que el sistema de IA del gobierno británico, diseñado para detectar fraudes en prestaciones sociales, tenía sesgos sistemáticos asociados a la edad, la discapacidad, el estado civil y la nacionalidad. Las autoridades reconocieron el error, pero solo después de perjudicar a miles de personas vulnerables.

Aun más revelador es un estudio de la Universidad de Washington, que analizó más de tres millones de comparaciones en procesos de selección de personal usando modelos de inteligencia artificial.

  • Los resultados son inquietantes: en el 85% de los casos, los sistemas favorecieron nombres asociados a personas de ascendencia caucásica, y apenas un 9% a los vinculados a personas afrodescendientes. Lo más perturbador: preferían indefectiblemente los nombres de hombres blancos por sobre los de hombres negros. Y esta forma de discriminación era bien particular, porque no aparecía al analizar solo raza o género. Se manifestaba únicamente cuando ambos factores coincidían. 

¿Por qué sucede esto? Porque estos sistemas aprenden de datos históricos impregnados de décadas de discriminación humana, sin aclarar en absoluto que tales decisiones fueron erróneas. La IA carece de la capacidad de diferenciar entre un patrón válido y un prejuicio arraigado. Si durante años las empresas contrataron principalmente a hombres blancos, entonces «ser hombre blanco» se convierte en un predictor de éxito.

  • Aquí radica la paradoja más peligrosa de nuestra era digital: hemos creado algoritmos tan eficientes replicando nuestros propios errores de juicio, que perpetúan sesgos históricos con una precisión matemática implacable. 

La solución no es abandonar la IA, sino cambiar radicalmente cómo la entrenamos. Necesitamos mostrarles a estos sistemas no solo resultados exitosos, sino también casos de injusticia, aclarando los sesgos que influyeron en las decisiones y exponiendo las razones por las que no deben repetirse.  Necesitamos repositorios de «resultados negativos», espacios designados para hacer una crónica de nuestras deficiencias éticas y algorítmicas.

  • Esto requiere un cambio cultural profundo: pasar de celebrar únicamente los casos de éxitos a valorar igualmente el aprendizaje de los errores. En IA, esto significa etiquetar explícitamente las decisiones sesgadas del pasado, crear conjuntos de datos que incluyan ejemplos de discriminación corregida y desarrollar métricas que premien la equidad tanto como la precisión.

El caso británico y el estudio de Washington nos muestran que ya no podemos permitirnos creer que la tecnología es neutral. Cada algoritmo desplegado sin entrenamiento ético completo es una bomba de tiempo discriminatoria.

  • La pregunta no es si estos sistemas cometerán sesgos, sino cuánto daño causarán antes de que decidamos enseñarles la diferencia entre eficiencia y justicia.

La inteligencia artificial del futuro no será aquella que acierta siempre, sino la que sabe cuándo y por qué se equivoca. Pero para llegar ahí, primero debemos tener el valor de mostrarle nuestros propios errores.

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NOTICIAS: LA SEMANA EN CIENCIA

Crédito: Lorenzo Natale / Istituto Italiano di Tecnologia – CC BY-SA 4.0

El robot humanoide iCub3, desarrollado por el Istituto Italiano di Tecnologia, sirvió de base para la versión iRonCub3, el primer modelo equipado con un jetpack funcional.

Por Francisca Munita
Periodista

La ciencia y la tecnología no se detienen, y tres noticias lo prueban: la edición genética dejó de ser promesa para convertirse en terapia; un planeta “guagua” fue cazado en plena formación; y la robótica dio un salto (literal) hacia la movilidad aérea autónoma.

  • Edición genética de precisión marca un hito clínico

Qué pasó: por primera vez se informó el uso exitoso de prime editing en humanos para tratar una enfermedad genética llamada granulomatosis crónica.
Fecha de publicación: 27 de junio de 2025 en Nature.
Cómo lo lograron: un adulto con esta enfermedad recibió una terapia ex vivo (fuera del organismo vivo): sus propias células de médula ósea se editaron usando prime editing, una técnica que “busca y reemplaza” bases del ADN sin romperlo, gracias a un Cas9-inactivo, fusionado a una transcriptasa inversa y guías específicas. Luego, las células corregidas se reimplantaron. El tratamiento restableció la función de la enzima NADPH oxidasa sin efectos adversos aparentes.
Por qué es importante: hasta ahora, las ediciones genéticas en humanos se habían enfocado en “desactivar” genes. Este es el primer caso en que se corrige un defecto genético directamente, sin romper el ADN. Abre una nueva era en terapias genéticas más precisas, seguras y potentes.
Dato freak: para la misma enfermedad se editó una sola base, que reactivó completamente la función inmune, y todo con una sola dosis.

  • Webb descubre un exoplaneta con imagen directa

Qué pasó: el telescopio James Webb captó directamente su primer exoplaneta llamado TWA 7 b, de masa similar a Saturno, en un sistema planetario joven. Un avance en la detección de exoplanetas más pequeños.
Fecha de publicación: 25 junio de 2025, publicado en la revista Nature.
Cómo lo descubrieron: usaron el coronógrafo del instrumento MIRI de Webb para bloquear la luz de la estrella madre (TWA 7) y procesar la débil señal infrarroja del planeta. La imagen muestra el planeta dentro de uno de los tres anillos de polvo que rodean su estrella.
Por qué es importante: es el exoplaneta menos masivo (≈masa de Saturno) captado por imagen directa, lo cual demuestra que Webb puede observar mundos relativamente pequeños y fríos, un paso clave para estudiar sistemas planetarios en formación y, eventualmente, planetas como la Tierra.
Dato freak: el planeta orbita a unas 50 unidades astronómicas (unas cinco veces más lejos que Neptuno del Sol) y está rodeando una estrella de apenas seis millones de años, lo que lo convierte en una “postal” del comienzo de un sistema planetario .

  • Robot humanoide con jetpack que voló solo

Qué pasó: el robot humanoide iRonCub3 consiguió despegar por primera vez con un jetpack instalado en su espalda.
Fecha: las pruebas concluyeron el 18  de junio de 2025 y fueron reportadas la última semana del mes.
Cómo lo lograron: se adaptó el sistema iCub3 con cuatro motores a reacción (dos en brazos y dos en espalda), y se incorporó IA para estabilizar el vuelo en tiempo real.
Por qué es importante: abre la puerta a robots voladores autónomos capaces de operar en terrenos difíciles, rescates y entornos extremos.
Dato freak: iRonCub3 pesa 70 kg y sus motores alcanzan temperaturas cercanas a 800 °C durante el vuelo.

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LA IMAGEN DE LA SEMANA

Crédito: Wilhelm Röntgen. Dominio público en Wikimedia Commons.

Por Camilo Sánchez
Geólogo

Los actos de apoyo en una pareja pueden adoptar formas muy diversas y con distintos grados de complicidad: desde un saludo en la mañana o una compañía silenciosa hasta prestarse para ensayar técnicas experimentales en el campo de la física.

  • Al menos eso fue lo que hizo Anna Bertha Röntgen el 8 de noviembre de 1895, cuando su esposo, el físico Wilhelm Conrad Röntgen, le pidió que posara su mano para un experimento que iniciaría una revolución en la tecnología médica y la medicina moderna.

En ese entonces, Wilhelm Röntgen era profesor de física en la Universidad de Würzburg, en Alemania. El tema de moda en los laboratorios eran los fenómenos de la electricidad y los electrones. Mientras experimentaba con un tubo de rayos catódicos modificado, Röntgen notó que una forma de radiación escapaba del aparato y tenía la capacidad de atravesar ciertos materiales.

  • Esta emisión, que registró como una fluorescencia en una pantalla cubierta con platino-cianuro de bario, era completamente desconocida. Por eso la bautizó como rayos X.

Entre los materiales que Röntgen utilizó para estudiar esta nueva radiación estuvo la mano de su esposa Anna. Así nació la primera radiografía: una imagen impresa en una placa fotográfica que mostraba los huesos de su mano y, con especial claridad, su anillo de matrimonio; imagen de la semana de esta edición de Universo Paralelo.  

La documentación histórica del hallazgo señala que, al ver la imagen, Anna Bertha exclamó: “He visto mi muerte”. Su frase quedó grabada como una premonición simbólica del costo que tendría este descubrimiento.

  • La rápida masificación de los rayos X trajo enormes avances, pero también consecuencias inesperadas. Inicialmente, los efectos de la exposición eran desconocidos, y muchos investigadores y técnicos sufrieron quemaduras, dermatitis, pérdida de cabello, cataratas y distintos tipos de cáncer. En respuesta, en 1897 se fundó la Sociedad Röntgen, que entre sus primeras tareas estuvo el estudio de dosis tolerables y medidas de protección frente a esta nueva forma de radiación. Se iniciaba una revolución en la tecnología médica, usada en la actualidad a diario en todo el mundo. 

En 1901, Wilhelm Röntgen recibió el Premio Nobel de Física y renunció a cualquier derecho sobre su descubrimiento para que la ciencia pudiera avanzar libremente. Anna Bertha y Wilhelm murieron años más tarde, ambos de distintos tipos de cáncer, aunque no existe evidencia directa que relacione sus muertes con la exposición a los rayos X.

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BREVES PARALELAS

Crédito: Cottonbro Studio.

Por Francisca Munita
Periodista

Esos “Ups” que cambiaron la historia y otros que cambian tu intuición

Pensé hablar solo de los grandes descubrimientos nacidos del error. Esos que, con ironía y gracia involuntaria, hacen avanzar la ciencia. Pero también están los errores que no se cometen en un laboratorio, sino en nuestra cabeza. Aunque eso lo veremos más adelante. Primero, algunos “accidentes gloriosos”.

  • Como el descuido de Alexander Fleming, que olvidó limpiar una placa de cultivos de bacterias.  Al volver, lo que parecía un “accidente poco higiénico”, como cuando nosotros miramos con asco una comida olvidada llena de hongos, fue una victoria. Porque esos indeseables visitantes habían secretado una sustancia, conocida posteriormente como penicilina, que inhibió la multiplicación bacteriana. Sí, fue un descuido (como tantos que comete mi padre, al que tildamos de pajarón). Pero, en este caso, también fue el inicio de la era de los antibióticos.
  • O cuando Wilhelm Röntgen estudiaba cómo los rayos catódicos producían luz, envolviendo un tubo con cartón negro para que ningún rayo se escapara. Furioso observaba que, pese a sus intentos, una lámina recubierta con químicos fluorescentes, ubicada lejos del tubo, empezaba a brillar. Hasta que expuso la mano de su esposa y reveló la imagen de sus huesos. A eso lo conocemos como rayos X (y ella, probablemente, como trauma).
  • En la década de 1950, dos neurocientíficos buscaban el centro del miedo en el cerebro de unas ratas. Implantaron electrodos, pero en la zona equivocada. En vez de huir, las ratas activaban felices la palanca una y otra vez: habían estimulado el centro del placer. Fue el inicio de la neurociencia del deseo, la motivación y la adicción.
  • Las casualidades también pueden ser atractivas. Al trabajar con radares, el ingeniero Percy Spencer notó que una barra de chocolate se derretía en su bolsillo. De una investigación en tecnología bélica a una revolución en nuestras cocinas: nacía el microondas. Más graciosa es la historia del viagra: se investigaba un fármaco para la angina de pecho, pero los pacientes no mostraban mejoras (y sospechosamente no querían devolver las pastillas). Un efecto secundario inesperado se volvió su principal virtud.

Ejemplos de descubrimientos accidentales hay muchos. Pero también están los errores que nacen de nuestra mente.  Aquí aparece la contraintuición: esa lógica con apariencia de error.

El dilema de las tres puertas

Estás en un concurso al estilo Sábado Gigante. Frente a ti, tres puertas: una tiene un premio, las otras dos están vacías. Eliges una. Antes de abrirla, el conductor, como hacía Don Francisco en su famoso programa, abre otra puerta vacía. Y te pregunta: “¿Quieres cambiar tu elección?”.

Tu intuición dice: “Da lo mismo. Quedan dos. 50 y 50”. Pero, aunque no lo creas, estás equivocado. Si cambias, tienes el doble de probabilidades de ganar. Las chances suben al 66%, mientras que si te quedas, siguen solo en el 33%. La trampa está en pensar que el azar se reinicia con cada decisión. Pero la información nueva no es neutra: el conductor no abrió una puerta al azar. Abrió una vacía porque sabía. El juego no era de suerte. Era de lógica.

La trampa del 99%

Imagina esto: hay una enfermedad que afecta al 1% de la población. Te haces un test con 99% de precisión y das positivo. ¿Estás enfermo? Tu intuición dice: “Obvio, 99% es casi certeza”. Pero hagamos el cálculo:

De cada 10.000 personas, 100 están enfermas. El test detecta a 99. Las otras 9.900 están sanas. Pero el test se equivoca con el 1%: 99 falsos positivos. Total: 198 positivos, de los cuales solo 99 están realmente enfermos. Probabilidad real: 50%. No 99%.

Esto lo explicó hace más de 250 años el matemático Thomas Bayes. Su teorema dice que la probabilidad de un resultado también depende de qué tan probable era antes de medir. Lo ignoramos porque preferimos certezas. Y porque nunca nos preguntamos: ¿99% de qué?

Las probabilidades no tienen memoria

Una persona lanza una moneda 10 veces y saca 9 caras. Cree que la próxima será cruz “para compensar”. Pero no: sigue siendo 50 y 50. Lo mismo ocurre si sobrevives a un accidente aéreo. Crees que ya tuviste “tu cuota estadística de tragedia”, y que quedas inmune a ella. O, por el contrario, fuiste uno de los afortunados en ganar el Kino. ¿Para qué seguir jugando si ya te tocó a ti? Pero en ambos casos, tu razonamiento es erróneo. Porque mantienes las mismas chances que cualquier persona de vivir esa desgracia o fortuna. Las estadísticas no tienen memoria. Nosotros, sí. Y por eso tropezamos.

Recuerda: hay decisiones que parecen razonables hasta que haces los cálculos.

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RECOMENDACIÓN: LA PLAYLIST DE LA SERENDIPIA: CINCO «ERRORES» QUE SE CONVIRTIERON EN GENIALIDAD

Crédito: Cottonbro Studio.

Por Ignacio Retamal
Dentista y doctor en Ciencias

En la música, la búsqueda de la perfección a menudo pasa por alto la belleza de lo inesperado. Un tropiezo, un fallo técnico o un simple olvido pueden convertirse en el alma de una canción. Te presentamos una lista de reproducción donde los «errores» no solo fueron bienvenidos, sino que se transformaron en momentos de pura genialidad.

  • Keith Jarrett, The Köln Concert (1975)

Imagina a un pianista de fama mundial, agotado y con un dolor de espalda atroz, que debe tocar en un piano de ensayo pequeño, desafinado y defectuoso. Esa era la pesadilla de Keith Jarrett en Colonia. A punto de cancelar, decidió seguir adelante, luchando contra el instrumento. Esta batalla lo forzó a improvisar de una manera única: desarrolló potentes figuras rítmicas con la mano izquierda para compensar la falta de bajos y se concentró en el registro medio del teclado. El resultado, The Köln Concert, el álbum de piano solo más vendido de la historia, una obra maestra nacida del desastre.

  • 2The Beatles, «I Feel Fine» (1964)

Durante una sesión de grabación, John Lennon apoyó su guitarra semiacústica contra un amplificador encendido, generando un agudo zumbido: feedback. En lugar de descartar el «ruido», la banda quedó fascinada y decidió deliberadamente ponerlo al inicio de la canción. Fue uno de los primeros usos intencionados de la retroalimentación en un disco comercial, un pequeño accidente que abrió la puerta a una nueva era de experimentación en el estudio y del que Lennon se sintió inmensamente orgulloso.

  • The Police, «Roxane» (1978)

La cruda honestidad de «Roxane» se anuncia desde su primer segundo. Antes de la guitarra, se oye un acorde de piano disonante seguido de una risa. No fue planeado. Sting, buscando dónde sentarse, se apoyó accidentalmente sobre las teclas de un piano y se rio de su propia torpeza. La banda sintió que ese momento de humanidad sin pulir era el preludio perfecto para la historia vulnerable de la canción y decidieron conservarlo. Un tropiezo que se convirtió en una introducción legendaria.

  • Miles Davis,Kind of Blue (1959)

A veces, el error más productivo es una omisión deliberada. Para grabar el que sería el álbum de jazz más vendido de la historia, Miles Davis entregó a su sexteto de estrellas solo bocetos de escalas, sin partituras completas ni ensayos previos. Este «vacío» de información obligó a los músicos a escucharse unos a otros con una intensidad sin precedentes, creando la música en tiempo real a través de un diálogo espontáneo. El resultado es una obra maestra que no fue compuesta en papel, sino en la interacción de genios a los que se les negó un mapa.

  • Charly García, MTV Unplugged (1995)

Durante la grabación de su aclamado MTV Unplugged, el ícono del rock argentino se enfrentó a la pesadilla de todo músico. En medio de la interpretación de «Viernes 3 AM», su mente quedó en blanco. Con una sonrisa desarmante confesó al público y a las cámaras: «Y, me olvidé la letra». En lugar de pánico, hubo una pausa y luego reinició la canción con el apoyo de su banda. Ese momento de vulnerabilidad no arruinó la toma; la hizo eterna, convirtiéndose en un instante legendario que captura la esencia de un artista donde el caos y la genialidad son inseparables.


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Y esto es todo en esta edición de Universo Paralelo. Ya sabes, si tienes comentarios, recomendaciones, fotos, temas que aportar, puedes escribirme a universoparalelo@elmostrador.cl. Gracias por ser parte de este Universo Paralelo.

  • Mis agradecimientos al equipo editorial que me apoya en este proyecto: Fabiola ArévaloFrancisco Crespo, Francisca Munita, Ignacio Retamal, Camilo Sánchez y Sofía Vargas, y a todo el equipo de El Mostrador.
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