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¿Los Jaivas o Massacre? Matar o morir

¿Los Jaivas o Massacre? Matar o morir

Hombre luchador, abogado, padre de Alejandro y Amparo. Fundador del banco del Tiempo, Director de CÍVICA Ong., practicante de Kung Fu. Músico , actor aficionado y… majadero.


Cuando recibí la invitación para escribir esta columna, pensé en varios temas que me interesaban, como por ejemplo, sobre las campañas electorales, el triunfazo de Cobreloa en Montevideo, el desastre dirigencial de Colo Colo o el próximo concierto de Black Sabbath.

Por eso cuando el editor me dijo que el tema de la semana eran los 50 años de carrera de Los Jaivas, me quedé mirando el techo….. ¡Los Jaivas! ¡Si a mi no me gustan Los Jaivas!.

Como fanático del rock, debo reconocer que en términos generales la carrera musical de Los Jaivas es muy interesante. Representa un ejercicio musical notable concebido hace 50 años para mezclar música folclórica (especialmente altiplánica) con música moderna. Son sin duda, muy interesantes e innovadores para una época.

En mi particular opinión, creo que tal vez lo más valioso de Los Jaivas, su mayor aporte a la música, está dado por aquello que tal vez es menos valorado por las masas. No en los temas que tocan en sus letras (ni siquiera la musicalización de los poemas de Neruda), ni en sus guitarras siempre tan agudas y cantarinas; creo que lo mejor está en esas bases rítmicas ejecutadas con destreza por Mario Mutis y Juanita Parra.

El primero es una suerte de Lemmy Killmister chileno y la Juanita que azotando tambores fue símbolo de deseo sexual de muchos durante mucho tiempo.

Pero la verdad, como la música (y todo el arte en mi opinión), no es solamente cosa de técnica o creatividad, sino de emoción, deseo y placer, debo ser sincero: a mi no me gustan Los Jaivas. Y aunque quede mal o le moleste a la gente, puedo decirlo, me resultan aburridos.

Así como muchos otros grupos que no obstante reconozco son técnicamente notables, sumamente creativos e incluso muy importantes en la evolución de la música y a veces inspiradores de los grupos y estilos que a mi más me gustan, pero que a mi no me gustan, no me producen placer, ni emoción ni gozo. Bandas como Rush, The Police, Queen, para qué decir Marillion o Génesis, incluso y con sinceridad, Led Zeppelín, no me gustan, no me provocan emociones, no me mueven.

En el caso Los Jaivas, hay además otros componentes.

Lo que representaban como actitud o movimiento social. En la época en que yo comencé a interesarme seriamente por la música (década de los 80), Los Jaivas vivían en Francia. Eran exiliados. Según lo que percibíamos muchos de los quedamos en Chile durante la Dictadura, a veces los exiliados vivían exilios de oro. Entiendo que debe ser un verdadero infierno tener prohibición de entrar a tu país, pero sé por experiencia propia, de mi familia y de otros cercanos, que haber vivido en este país bajo la Dictadura militar, fue realmente un infierno. Entonces, muchos veíamos con malos ojos a gente como Los Jaivas y su exilio parisino. Pueden llamarlo envidia incluso, pero yo y muchos otros lo sentíamos así.

Estaba además la cosa hippie. Los rockeros, particularmente los que comenzábamos con el asunto del metal, mirábamos con malos ojos a los hippies y su estética del “paz y amor”. Lo nuestro era mandarte directamente en un  viaje al infierno, nada de flores ni pajaritos; sino demonios, fuego y caos. La imaginería de Dictadura. La rebeldía. El “preferimos el infierno que tu sociedad”. De hecho para los que saben, no es posible olvidar a los Squad y su “muerte a los hippies” coreada por un Manuel Plaza repleto de thrashers a fines de los 80.

Y por último, el tema político.

[cita]Si bien, siempre estuvo claro que Los Jaivas estaban contra la Dictadura y en los noventa estaba claro que estaban con la Concertación,   siempre se les criticó que pese a su fama internacional nunca asumieran una vocería internacional contra la Dictadura y a favor de la defensa de los Derechos Humanos, como si lo hicieron otros. Como Inti Illimani en Italia.[/cita]

Si bien, siempre estuvo claro que Los Jaivas estaban contra la Dictadura y en los noventa estaba claro que estaban con la Concertación,   siempre se les criticó que pese a su fama internacional nunca asumieran una vocería internacional contra la Dictadura y a favor de la defensa de los Derechos Humanos, como si lo hicieron otros. Como Inti Illimani en Italia.

En los 80, la escena nacional de la música alternativa (la que estaba fuera de Sábados Gigantes, Vamos a ver, Martes 13 y otros) estaba divida en dos grandes grupos. Por un lado, “la Nueva Canción Chilena”, los hippies, más políticos, militantes y todos esos grupos que eran parte de la canción de protesta que tocaban en el Café del Cerro y otros lugares de Bellavista y por otro lado, el naciente movimiento del Metal Nacional, heredero de la tradición de Turbo, Tumulto, Arena Movediza, Panzer y otros.

Yo estaba en ese lado (y sigo ahí), donde estábamos los que aunque detestábamos la Dictadura queríamos hablar de otras cosas, los que queríamos salirnos del mundo real oscuro y opresivo, para entrar en un mundo tal vez más fantasioso de demonios, de fuego, de luchas épicas, de caos y destrucción; un mundo sin los límites que sentíamos en la realidad. Un mundo donde la policía no te tomaba detenido por usar el pelo largo o chaqueta de cuero. Un espacio de encuentro para todos los que no nos sentíamos parte de lo que pasaba en Chile. Un espacio para marginados que gozábamos de nuestra marginalidad, una especie de desprecio y desafío por la regla.

La cosa es que dentro del movimiento de Metal Chileno, también había dos bandos. Los del Manuel Plaza, que éramos los del sector oriente, con más plata y recursos, donde estaba el mítico Pentagram (liderado por Anton Reisenegger, fundador de Criminal y Luck Up), banda que es valorada aún por metaleros de todo el mundo y otros grupos como Necrosis, Caos, SNF, Squad y por cierto Dorso (la banda más chilena del Metal chileno). Al otro lado, estaban los grupos del sector Sur de Santiago, de la sala Lautaro y el gimnasio Nataniel, donde estaba Torturer, Sadism, Execretor, Undercroft y que lideraba Massacre, el grupo del tremendo Yanko Tolic.

Massacre era un grupo de Death Metal (una de las corrientes más extremas del Metal de esa época) caracterizado por su ritmos veloces y pesados, sus letras sobre muerte, sangre y satanismo y sus voces roncas y guturales. La historia de Massacre está llena de anécdotas curiosas, a veces divertidas y otras, un poco aterradoras.

Según cuentan las lenguas más oscuras y mordaces, Massacre parte en 1978 cuando Yanko Tolic formó su primera banda de metal oscuro, se llamó Sepulcro y  tal vez lo único rescatable fue que allí participó su amigo conocido como el Bestial Fucker que realmente causaba estragos en los conciertos. Muchos conciertos debieron interrumpirse debido a las “hazañas” del Bestial Fucker (incendios causados al quemar imágenes del Papa, peleas campales causados por supuestas bolsas de orina y fecas lanzadas desde el escenario, accidentes causados por fuerzas demoníacas, etc).

Sus primeros conciertos como Massacre fueron el año 1985, en esa época Yanko se hacía acompañar de los hermanos Nacrur y cantaban temas como “el guachalomo de Satán”.

Fueron los principales organizadores del famoso “Death Metal Holocaust” que es conocido como el primer concierto de Thrash Metal chileno, la noche de los inocentes de 1985.

Mucho se ha comentado de su mascota “pepito” que era un cráneo humano (que como casi todos los alumnos de medicina) compraron a los sepultureros del Cementerio General que los sacaban de las fosas comunes. Otra historia notable, ocurrió cuando en un concierto el guatón Lalo (uno de sus bajistas históricos) fue bajado a patadas del escenario por la fanaticada enardecida y devuelto, golpeado y sin pantalones al escenario… mientras aperraban y seguían tocando.

Fueron los primeros metaleros en tocar fuera de Chile, giraron por Brasil casi 6 meses en 1987 con gran éxito. Tocaron luego en Buenos Aires, Montevideo y otras ciudades.

Siempre fueron tratados como satánicos por sus letras y nombres de canciones como: “Tortured to die”, “Meando en la fosa común”, “Morbid death”, “Beyond the psicotic redemption”,  “Guachalomo de Satán”, “La crucifixión del niño”, “Massacrando al feto” o “Massatanic”.

En todo caso, Yanko siempre tuvo más pretensiones y todos recordamos canciones como Altazor o Death Poem, que eran de otro tono y sentido.

Fue en 1989 cuando los destinos de Massacre, que luchaba contra la adversidad de la falta total de recursos y la opresión de la Dictadura, se cruzó con Los Jaivas.

Yo no conozco los detalles, pero sí compré en 1989 el primer LP de Massacre, llamado obviamente “Massacre”. Fue un disco muy extraño, pues hicieron muchas innovaciones, mucho alarde técnico, hasta pusieron un sintetizador, tal vez una forma de responder a quienes los criticaban por su falta de técnica y estudios. Pero lo más curioso, una versión “metalizada” de “Todos juntos” de Los Jaivas, en la que tocaba el bajo el propio Mario Mutis.

Y entonces la figura de Mutis, con su bajo Rickenbacker (el mismo de Lemmy de Motörhead) y sus enormes bigotes rockanrolleros se apareció en el metal chileno y se quedó así plasmada en el recuerdo. Esto puso en la vitrina a Massacre y seguramente los ha ayudado en su sobrevivencia.

No sé si hubo otras colaboraciones, asumo que no.

Massacre dejó de sonar durante mucho tiempo. Supe que algunos de sus miembros tuvieron serios problemas con el alcohol y las drogas. La falta de recursos los obligó además a buscar otras fuentes de sustentación, pues a diferencia de Europa, donde triunfaron Los Jaivas, en Chile la música no da (o al menos no daba) para vivir, menos el metal.

Sé que han sacado nuevos discos, creo que el último fue en 2008.

Por esa banda han pasado músicos que luego han ido formando las más grandes bandas de metal chileno. Son pioneros. Fuente y origen de mucho de lo que hoy disfrutamos en pantallas LEDS y con luces de neón.

Se celebran ahora 50 de vida de Los Jaivas. Vaya mi brindis por ellos y su aporte a la música, por su creatividad.

También se cumplirán 40 años de carrera de Yanko Tolic y Massacre, al lado oscuro del rock. En el callejón oscuro, fuera de las luces, con olor a azufre, humo y alcohol. Con olor a caos. Vaya mi brindis por ellos, por Massacre, matar o morir.

¡Qué viva el Rock!

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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