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Identidad y fútbol

Aldo Torres Baeza
Por : Aldo Torres Baeza Politólogo. Director de Contenidos, Fundación NAZCA
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“Juego, luego soy”, decía Galenao. Y tenía razón: en un mundo gris, que nos condena a la rutina y la perpetúa fomedad, el estilo de jugar fútbol, (sí, fútbol) es un modo de ser, que muestra el perfil de cada lugar y afirma su sagrado derecho a la diferencia: los brasileños, alegres, juegan bailando samba; los alemanes, rígidos, juegan como en un desfile militar. Y Chile, de a poco, también ha forjado una identidad reflejándose en la cancha: un temperamento único, que, pienso, emerge de nuestro aislamiento geográfico y las calamidades naturales que nos azotan. Esa adversidad penetra en estos cabros, humildes, de pobla, y, a través de ocultos mecanismos espirituales, los convierte en 11 chispas de un mismo fuego ardiendo sobre la cancha.

Recuerdo a Gary Medel en el mundial, con un desgarro en la pierna izquierda, jugando contra Brasil. ¡Como duele un desgarro! Pero ahí estaba el pitbull, confundiendo la camiseta con una armadura, fuego en la mirada, un volcán en el pecho. 108 minutos frenando a los delanteros brasileños, luego lloraba de impotencia porque el cuerpo no le respondía a su carácter. Tras el partido, Gary dijo: “Dije que no iba a llorar, pero pensé en toda la gente que sufrió por Chile, por terremotos, incendios, el sur que se inundó todo. Me acordé mucho de mi familia, mi gente, y por eso lloré dentro de la cancha”. Día después, el doctor de la selección explicaba que “Gary tiene otro umbral del dolor”. Sí: es distinto, está hecho de otra fibra, basta mirarlo.

Como dijo el mismo Galeano: “el fútbol se parece a Dios en la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tiene los intelectuales”. Pues bien, los científicos de las ciencias sociales tendrán que ponerle más ojo al futbol, porque desde ese deporte se redescubre una identidad nacional, aguerrida, volcánica, que tiene a Gary Medel como uno de sus máximos exponentes.

Pero esto no llegó por azar, surgió como fruto de la constancia, el orden y la disciplina. Llegó, creo, con Bielsa: él fue el tránsito entre el título de Entrenador, siempre medio chanta (ejemplos hay de sobra) y el Director Técnico. Es distinto. Bielsa fusionó el carácter ardiente de estos cabros con el orden y el método. Fue, insisto, un Director Técnico, que utilizó al futbol como ciencia, a los jugadores como variantes y a la cancha como laboratorio. Tras él, Chile comenzó a practicar un fútbol de velocidad y fuerza, con Gary y Vidal como máximos exponente, pero que no renunciaba a la alegría y el ataque, con Alexis como propulsor, el cabro chico. Alexis juega, por puro placer, así como juega el niño sin saber que juega o canta el pájaro sin saber que canta.

Hay que estar orgulloso de estos cabros. Personalmente, comparto con ellos la década en que nacimos: los 80, en dictadura, en esta misma culebra marítima que sigue colgando del mapa. Ellos, como yo, también vieron los Súper Campeones, se despertaron de madrugada para ver al Chino Ríos y celebraron con los goles del Matador Salas y Zamorano. Ellos son reflejo de un despertar, portan un arrojo acumulado en 17 años de noche, quizás el mismo atrevimiento rebelde desplegado en las protestas del 2006 o el 2011. Son una pulsión de energía vital que se despliega en la cancha y habla por todos nosotros, que nacimos en esa década, que miramos con otros ojos, que nos duele el Chile de nuestros papás y soñamos con cambiarlo.

[cita tipo=»destaque»]Si confío en ellos. Y con esa confianza me sentaré el domingo a ver al Rey Arturo, atravesando la cancha en dos zancadas, ganando arriba, yendo abajo, guapeando; quiero ver a Gary y su metro y medio, ganándole el salto al delantero de metro 80 y mordiéndole los talones a Messi; quiero ver el equilibrio del Príncipe Charles y Carepato Diaz, los relojeros, manejando los espacios y calculando los tiempos…[/cita]
Son reflejo de una generación, pero, en su empeño y coraje, también de la señora que aguanta la vida atravesando todo Santiago para ganar un sueldo de hambre, así como lo fueron muchas de sus madres, que hacían magia para juntar las monedas pa la micro (caso de Vidal) y llegar a los entrenamientos. En ellos, se mira el señor del quiosco, la señora que hace el aseo en un casino y el niño de un liceo periférico. Se mira la señora estafada por la AFP y la farmacia, que habla de Alexis o Vidal como si fueran sus propios hijos. Se mira ese 50,5 % de chilenos que ganan menos de $260.000 líquidos y que cada triunfo de la selección chilena termina siendo un bálsamo para suavizar la rutina.

Lo reconozco: desconfío del patriotismo. Pero con estos cabros me pasa algo que va más allá de las banderas o el himno que la gente grita. No sé, los veo como un ejemplo que trasciende al futbol, pienso que los profesores deberían explicarles a los niños y niñas quien es Arturo Vidal o Gary Medel, de donde vinieron y qué debieron hacer para ser lo que son. Creo que lo que han hecho en el futbol puede extrapolarse a otros ámbitos de la actividad humana, porque ellos comprueban que con perseverancia y tenacidad se puede hacer y no padecer la vida.

Si confío en ellos. Y con esa confianza me sentaré el domingo a ver al Rey Arturo, atravesando la cancha en dos zancadas, ganando arriba, yendo abajo, guapeando; quiero ver a Gary y su metro y medio, ganándole el salto al delantero de metro 80 y mordiéndole los talones a Messi; quiero ver el equilibrio del Príncipe Charles y Carepato Diaz, los relojeros, manejando los espacios y calculando los tiempos. Quiero ver a Bravo, dueño del Trono de Hierro, levantando la copa y callando al montón de chaqueteros, titulares del Chile que estos cabros insisten en dejar atrás, que lo criticaban por un partido malo. En fin, quiero ver desplegada en la cancha toda la identidad y energía de un pueblo que los sueña levantando otra copa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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