El Frente Amplio (FA) está compuesto por un conjunto de organizaciones políticas e individualidades bastante diverso pero que comparte acuerdos fundamentales que la dan sentido y utilidad en esta fase histórica de nuestro país.
La “brújula interna” de dichas organizaciones, en términos de sus utopías, de sus proyectos y principios políticos, es distinta; cada una tiene un “Norte” relativamente distinto al de las demás. No obstante, sabemos que queremos dejar el panorama desolador en que el neoliberalismo a ultranza y la falsa democracia de la post-dictadura (porque la idea de transición no es más que una quimera) nos tienen inmersos y como por ahora la diferencia no es tan dramática, estamos haciendo juntas el camino, queremos tomar “la misma micro”. En la medida que lleguen momentos de bifurcaciones significativas en la ruta, nos haremos la pregunta de si obedecer el dictado de la brújula o seguir junto al grupo, del mismo modo que con el tiempo puede que se incorporen más organizaciones. Probablemente lo mejor sea discutir transparentemente y en conjunto sobre los destinos alternativos del camino para que así 1) esa deliberación sea resultado de un proceso colectivo y sea meditada, en lugar de un descuelgue desordenado, y 2) para que la imagen de futuro que ofrezcamos al país -que en algún momento se volverá nuestra promesa- sea representativa del conjunto del FA y no de organizaciones particulares.
En una reciente columna, Noam Titelman reivindicaba la política de “lo aburrido” a través de su relevo de las cuestiones del modelo productivo y la productividad, de la gestión eficiente, entre otras. Preguntas que debía hacerse el Frente Amplio si buscaba ser más que una organización marginal, toda vez que esta primera tentativa podía determinar su futuro y debía estar en posición de responder a la interrogante sobre qué hacer en caso de alcanzar el poder. Por muy poco tentador que pueda parecer el llamado, por mi identificación con lo aburrido, no podía más que celebrarlo y sentirme convocado.
Este artículo pretende contribuir al necesario debate fraterno en el Frente Amplio y abrir el abanico de las interrogantes que debe considerar en cuanto a sus horizontes y fronteras, en estos días que crece a un ritmo tal que sus piernas se alargan, y sus pasos se vuelven crecientemente difíciles de controlar, a la vez que cada uno determina más su futuro en la medida que se acerca a hitos importantes y va dotándose de una configuración interna.
Titelman daba a entender que al parecer lo que habría hecho tocar techo a otros procesos en Latinoamérica decía relación con la falta de atención a asuntos como la adecuada separación de poderes del estado, la perpetuación de liderazgos en determinados cargos, la corrupción, la burocratización, entre otras cosas. Ahora, ¿Cuáles han sido realmente los problemas de procesos como el venezolano, el ecuatoriano y el boliviano? ¿Ha sido acaso simplemente el poco miramiento a los designios de la sacrosanta democracia liberal burguesa, o los “principios republicanos” que tanto bien han traído a nuestro continente? Probablemente la respuesta sea más compleja, y leer de manera simplista o incompleta sus fracasos -tanto como desconocer sus logros- podría costarnos caro en el futuro.
Sin duda que la burocratización (que se relaciona con la corrupción) es un problema fundamental. De hecho, lo es tanto que amerita una columna completa al respecto, por lo que no se profundizará aquí. Baste decir por ahora que no se dan necesaria ni exclusivamente por la sobre-ponderación de un líder en particular o de una mayor presencia de la actividad Estatal, sino también por problemas para garantizar un adecuado involucramiento de movimientos y organizaciones sociales, además de otras formas de participación popular que permitieran fiscalizar adecuadamente al gobierno y a la vez hacer frente a las maniobras de la oposición.
Lo que sí es claro es que establecer lineamientos fundamentales sobre la base de una contra-identificación con el denominado Socialismo del Siglo XXI no parece adecuado. Esto levanta la pregunta acerca de quiénes son nuestros referentes y nuestros principios básicos ¿Es nuestra tarea reivindicar el Estado de Bienestar? ¿Debemos adoptar un concepto de justicia centrado en los procesos más que en los resultados (propio de autores liberales como Rawls), y por tanto abogar por una sociedad meritocrática, basada en el esfuerzo individual? Más allá de que la meritocracia prácticamente no existe en Chile, puesto que existe evidencia de que en la medida que las sociedades son más desiguales tienen menor movilidad social (y Chile además de ser el país con mayor desigualdad, es de los que tiene menor movilidad social dentro de la OCDE), incluso acercarse más a algo parecido a la meritocracia puede tener consecuencias negativas – como mi campo es la Salud Pública, mis ejemplos vendrán de allí, pero sirven para sacar algunas lecciones generales -:
Autores como Mackenbach han llamado la atención sobre el paradójico fenómeno de que algunas desigualdades en salud – que, convengamos, son una forma particularmente severa de injusticia en la medida que atenta contra el derecho a vivir una vida suficientemente larga y satisfactoria – en los países nórdicos (que podrían considerarse entre las formas más “avanzadas” del Estado de Bienestar entre otras cosas por su generosa red de protección social y sus niveles bajos de desigualdad económica en relación al resto del mundo) son mayores que en otros países de Europa como algunos los del mediterráneo (España e Italia). Si bien es imposible resumir todo el debate académico a este respecto, es pertinente referir a dos componentes de las explicaciones que se han desarrollado para descifrar el fenómeno: 1) Que el origen del Estado de Bienestar responde a una suerte de conciliación de clase entre el empresariado y sectores de las clases medias y trabajadoras, y en cuanto síntesis de esos intereses de clase e ideologías es incapaz de producir niveles más radicales de redistribución que habrían evitado la emergencia de dichas desigualdades en salud 2) Precisamente por desarrollar sistemas “basados en el mérito” – a nivel de los sistemas educacionales, por ejemplo – acabaron en algunos casos reproduciendo desigualdades y en otros generando una “selección social” de individuos con características de personalidad que los haría más propensos a estilos de vida menos saludables, lo que sumado a las consecuencias negativas de pertenecer a los sectores más subalternos de la sociedad redunda en que vivan vidas más cortas y/o con mayor carga de algunas enfermedades.
En definitiva, al acuerdo básico del Frente Amplio en cuanto a su búsqueda de superación del neoliberalismo, probablemente hay que hacerle la nota al pie de que la meritocracia, el Estado de Bienestar y la democracia liberal no son ninguna panacea, por lo que tendremos que buscar nuestros propios caminos.
Respecto a la separación de los poderes: ¿existe algo como eso en Chile hoy? El cuoteo político de la Corte Suprema – pan de cada día aquí y en la quebrada del ají-, el funcionamiento del Tribunal Constitucional como una verdadera Tercera Cámara (legislativa) sobre la que la Derecha tiene poder de veto, la injerencia que tiene el poder Ejecutivo sobre la aplicación de la Ley Antiterrorista, entre otras cosas, nos llevan a pensar que no. De todas formas, La ficción que ofrece el liberalismo de tener tres estructuras separadas funcionando tampoco constituye garantía alguna; un atropello sistemático de derechos básicos puede venir desde cada uno por separado y de todos juntos. De lo que se trata es de que todos los poderes del Estado estén sometidos a principios fundamentales (entre ellos la transparencia, el respeto a los Derechos Humanos y el control de los conflictos de interés) y a la voluntad popular, con la existencia de mecanismos concretos de control social que aseguren su buen funcionamiento. Concordando con la desmitificación que hace Noam Titelman de la supuesta oposición entre orden y democracia, parece ser que la respuesta debiese venir más de una mayor radicalización democrática que de una defensa de principios republicanos y liberales como centralidad (que por cierto algunos deben defenderse abiertamente, pero no como la principal respuesta).
¿O es que acaso ya no basta con respetar la Constitución y las leyes, sino que tenemos que proyectar una imagen de republicanos moderados para que así quizás personajes como Moreira ya no nos tilden de anarquistas y peligrosos y nos permitan gobernar el país en caso de ganar las elecciones? Lamentablemente la campaña del terror ya empezó, tal como ya está ocurriendo en Francia ante el alza de Jean-Luc Mélenchon en la víspera de las elecciones presidenciales y como siempre ha ocurrido con cualquier fuerza que amenace los intereses económicos y políticos del gran empresariado. Esto nos lleva a la segunda parte de este texto, la pregunta sobre las fronteras de nuestro proyecto.
Las precipitadas reacciones de Giorgio Jackson y Gabriel Boric de condena pública (por redes sociales) frente a los sucesos en Venezuela de hace algunos días abrieron un nuevo flanco y con ello una pregunta fundamental; aquella sobre las fronteras de nuestro proyecto político y la forma en que navegaremos en adelante las tempestuosas aguas geopolíticas ¿Cuál será nuestra relación con procesos de cambio en el resto de América Latina?
Lejos de discutir in extenso la situación particular de Venezuela – para más detalles recomendaría la lectura de este artículo del español Juan Carlos Monedero -, lo que cabe enfatizar es que ante un escenario de incertidumbre y conflicto en un país hermano – en que ya el poder legislativo había intentado desconocer al Presidente de la República y las dificultades económicas volvían imperativo resolver ciertos contratos sobre hidrocarburos – lo correcto habría sido un llamado al diálogo y a que los problemas se resolvieran soberanamente por Venezuela, sin intervención extranjera, como fue el pronunciamiento del gobierno de Ecuador al respecto. Afortunadamente las cosas no escalaron en los días siguientes, pues la historia no nos habría perdonado haber sido de las voces que aportaron a generar presión internacional en una dirección que podría haber sido catastrófica; no en vano autoridades rusas compararon la situación con el Chile del 73’.
La contraofensiva conservadora en Latinoamérica -que tiene ligazón con actores internacionales – es una cuestión que sería ridículo desconocer: el golpe parlamentario en Brasil, en que se fabricó una acusación de corrupción a Dilma Roussef para sacarla del poder – orquestada irónicamente por algunos de los parlamentarios más directamente involucrados en los casos de corrupción (algunos de ellos condenados recientemente) que ella pretendía investigar- ; la tristemente célebre campaña de Uribe y la Derecha colombiana en contra de aprobar en plebiscito la paz con las FARC sobre la base de condiciones para la justicia social en Colombia tras años de negociación, y que tras ganar el “No” implicó la pérdida de aspectos valiosos respecto del tratado original; las nefastas políticas que ha impulsado Macri en Argentina; el advenimiento de un gobierno conservador en Perú, etcétera. La compleja situación de procesos como el ecuatoriano y venezolano, forman parte del mismo cuadro. Todos los referentes públicos del Frente Amplio, y en particular aquellos con mayor influencia mediática como Boric y Jackson, deben ser más cuidadosos a la hora de emitir juicios acerca de lo que sucede en países hermanos, de lo contrario, corremos el riesgo de caer alguna vez en cuestiones como el patético episodio en que el entonces Presidente Lagos y su ministra Soledad Alvear respaldaron el golpe de Estado en Venezuela en 2002.
Si realmente lo que queremos -más allá de acumular un efímero capital político que permita ganar algunos votos más o menos- es construir una nueva sociedad, o más aún, contribuir desde nuestra delgada franja del hemisferio sur a la generación de un mundo más justo, no podemos circunscribirnos a las fronteras geográficas que nos fueron impuestas tras la invasión a la Patria Grande hace ya varios siglos. Con la muerte de Fidel Castro tan fresca en la memoria, su legado internacionalista (con su colaboración a múltiples procesos de independencia africanos, o su desinteresada ayuda humanitaria y médica frente a catástrofes en todo el mundo) debiese interpelarnos con más fuerza.
Ahora, para aquellos que – como Vlado Mirosevic – quieran olvidar a Fidel, existe un argumento más allá de la solidaridad internacional con otros pueblos explotados. Y es que, sobre todo en el contexto de que tenemos a un gobierno ultraconservador, nacionalista y beligerante a la cabeza de una de las naciones más poderosas del mundo (EEUU, con un presidente, Trump, que incluso ha sido cuestionado sobre su idoneidad para el cargo por temas de salud mental), la correlación de fuerzas internacional que resulte de las elecciones venideras en medio de crisis del neoliberalismo, y de la democracia liberal (de todo el “establishment”) y el alza de fuerzas nacionalistas y xenófobas, será gravitante para posibilitar que esfuerzos por emprender transformaciones significativas al orden establecido sin ser intervenidas por las instituciones o potencias internacionales. De lo contrario podríamos sufrir de aislamiento económico y diplomático, con las consecuencias sociales y políticas que eso suele traer aparejado. En ese sentido, el resultado de las elecciones en Latinoamérica y Europa, y las relaciones que establezcamos con ellos podrían ser fundamentales para el éxito de un eventual gobierno del Frente Amplio (FA).
En suma, el carácter antiimperialista del FA -más allá de cuánto se utilice esa retórica en el discurso público- no reviste un purismo o una cuestión identitaria, sino una cuestión de viabilidad.
Por último, es preciso aclarar que la separación de este artículo en horizontes y fronteras fue con propósitos meramente analíticos, en realidad son dos cuestiones inextricablemente ligadas. No es posible desvincular el rol de la posición geopolítica y las relaciones multilaterales de Chile con los lineamientos a los que han obedecido sus políticas; tal como ya ha sido ampliamente reconocido, fue EEUU quien desestabilizó el gobierno de Salvador Allende por ser un bastión en la vereda opuesta en la Guerra Fría y la política económica impuesta a sangre y fuego fue de manera más o menos directa importada desde Chicago, volviéndonos el (fracasado) experimento de la ortodoxia neoliberal. El que hayamos persistido como sus lacayos en la esfera internacional es consistente con el hecho de que las recetas neoliberales hayan continuado siendo aplicadas implacablemente en la post-dictadura.
Decía más arriba que no podía sino alegrarme la invitación a los debates importantes y aburridos. No obstante, hay que tener cuidado. No se trata de perpetuar la práctica de sostener conversaciones en lenguajes que solo interesan a quienes militamos en política, o estamos acostumbrados a la fanfarria universitaria. Se trata justamente de lo contrario, de democratizar la política en el sentido más amplio y múltiple posible: democratizar el debate político público, las decisiones en las coaliciones, en los partidos, en las organizaciones sociales, en el barrio, en la casa. Y esto pasa por subir el nivel de las discusiones al mismo tiempo que mantenemos un lenguaje claro y que invite a todos al diálogo.
En síntesis, estas preguntas sobre los horizontes posibles y las fronteras del proyecto, sobre las que aquí se intentaron ofrecer algunas respuestas tentativas y plantear algunas interrogantes adicionales, deben debatirse en forma inclusiva y sobre la base de una baraja de alternativas amplia en lugar de ceñirse a lo que parecen ser exigencias propias de los límites impuestos por la post-dictadura. Aquí lo que se propuso fue, en primer lugar, pensar en un horizonte más allá del Estado de Bienestar europeo y de la meritocracia, atreviéndonos a pensar una alternativa al neoliberalismo que se adapte al contexto chileno y latinoamericano, y, en segundo lugar, entender que nuestras fronteras no son tan estrechas como nuestra geografía: se extienden a los pueblos de Latinoamérica y abrazan a todos los pueblos alrededor del mundo que luchan por su liberación.