La venganza de los Jesuitas
Tienen casi 500 años de existencia, tiempo en el que han sido expulsados y marginados del poder, aunque nunca lo han perdido del todo. Considerados el ala más progresista de la Iglesia, luego de la caída de los Legionarios de Cristo y el retroceso del Opus Dei, les llegó la hora de tener a uno de los suyos en el Vaticano, convertido en el primer papa de la Compañía de Jesús en la historia.
Precisamente en esa costumbre de acercarse demasiado a los pobres, estuvo el peligro para el Vaticano. En 1963 asume en la Santa Sede el papa Pablo VI, y en su pontificado culmina el Concilio Vaticano II, un hito en materia doctrinaria para la Iglesia, que intenta ponerse a tono con los tiempos que corren. Dos años después, en este clima reformista asume como Prepósito General, o superior de los jesuitas, el sacerdote vasco Pedro Arrupe.
Arrupe participa en 1968 en la asamblea de obispos en Medellín, ocasión en que nace la Teología de la Liberación, una corriente que incluye sacerdotes en armas y que sería un dolor de cabeza para el Vaticano durante los años de la Guerra Fría.
En 1974 Pedro Arrupe convoca a la “Trigésimo Segunda Congregación de la Compañía”, donde se determinará el nuevo rumbo de la orden. Entre las conclusiones de este encuentro queda el Capítulo Cuarto, que incluye párrafos como éste:
“Las desigualdades y las injusticias no pueden ya ser percibidas como el resultado de una cierta fatalidad natural: se las reconoce, más bien, como obra del hombre y de su egoísmo. No hay verdadero anuncio de Cristo, sin un compromiso resuelto por la promoción de la justicia”.
Para muchos jesuitas esta orden significó poblar las zonas más difíciles de Centro y Sudamérica. De hecho, sacerdotes de la Compañía fueron asesinados en El Salvador y Honduras durante distintas épocas de confrontación armada.
[cita]Al desplazamiento de los jesuitas de la primera línea de poder en el Vaticano durante el reinado de Wojtyla, se suma una especie de “persecución doctrinaria” que implicó, según varias publicaciones, la existencia de listas negras con unos 250 teólogos jesuitas a quienes el cardenal Ratzinger —luego Benedicto XVI—, al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cerró las puertas de algunas universidades, o sencillamente les prohibió enseñar.[/cita]
Paulo VI no se ahorró la inquietud y en una carta dijo que los jesuitas “miran con excesiva simpatía a movimientos políticos radicales enemigos de la Iglesia». Juan Pablo I antes de terminar su breve pontificado envió otra carta en la que les acusa de generar “confusión y desorientación” entre los fieles.
La intervención de Wojtyla
Pero es Karol Wojtyla, el arzobispo de Cracovia en Polonia, uno de los países con jesuitas más conservadores, como en España, que al convertirse en Juan Pablo II toma medidas concretas. En 1980, el Prepósito General Pedro Arrupe sufre una embolia y el papa decide intervenir la orden nombrando delegados especiales, los cardenales Giuseppe Pitau y Paolo Dezza, éste último el prelado que había perdido la elección contra Arrupe para convertirse en superior de la orden.
Frente a estas decisiones siempre hubo obediencia total. Porque a los tres votos de todos los sacerdotes (pobreza, obediencia y castidad) los jesuitas suman otro que es la obediencia irrestricta al papa perinde ac cadáver, “disciplinado como un cádaver”, recordando el origen militar de la orden.
Pero esto no quitó las fricciones entre el papa y la sede central de los jesuitas en el número 5 de Borgo Santo Spirito en Roma. La más fundacional de todas las peleas terminó con la expulsión de los jesuitas de la mayoría de los países católicos en 1773, cuando el papa era Clemente XIV, quien actuó presionado por los reyes de España. Este régimen duró hasta la restauración en 1814.
Eclipsados por los Legionarios
El período especial de intervención decretado por el papa anticomunista dura dos años hasta que es elegido oficialmente el holandés Piet-Hans Kolvenbach, al que Juan Pablo II invita en 1987 a acompañarlo en sus Ejercicios Espirituales, lo que es interpretado como un gesto de confianza y pacificación. Así, los jesuitas durante el pontificado de Wojtila permanecerán relegados por debajo del Opus Dei y los Legionarios de Cristo, por lo menos hasta la caída de Marcial Maciel en 2004, cuando fue obligado a dimitir.
Durante años, el portavoz del Vaticano fue el numerario del Opus Dei Joaquín Navarro Vals y un sobrino del Secretario de Estado, Ángelo Sodano, asesor cercano a Maciel. Por eso, en 2010 cuando la increíble vida de Maciel ya era historia conocida, un periodista de la revista América, editada por los Jesuitas en Estados Unidos, uno de los lugares donde están repartidas sus 60 editoriales escribió: “Hay un cardenal cuya cabeza debería rodar: Ángelo Sodano. Su dimisión sería el mejor modo de repudiar la sórdida forma en que el padre Marcial Maciel fue protegido durante tantos años en Roma”. Según la investigación de la revista Catholic Reporter, Maciel y Sodano se hicieron amigos en Chile cuando el ex número dos del Vaticano era Nuncio Apostólico en Santiago.
Al desplazamiento de los jesuitas de la primera línea de poder en el Vaticano, se suma una especie de “persecución doctrinaria” que implicó, según varias publicaciones, la existencia de listas negras con unos 250 teólogos jesuitas a quienes el cardenal Ratzinger —luego Benedicto XVI—, al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cerró las puertas de algunas universidades, o sencillamente les prohibió enseñar.
El regreso a paso firme
Pero la caída de los Legionarios y la opacidad cada vez más visible del Opus Dei han acelerado la “restauración” de la influencia jesuita en la Santa Sede. Hasta ahora son la orden más numerosa con 19 mil sacerdotes presentes en 127 países. La Compañía de Jesús tiene más de 200 universidades y 472 colegios. Los jesuitas además tienen presencia en los medios a través de 66 radios y 27 canales de televisión. No es casualidad que el portavoz de Benedicto XVI, Federico Lombardi, sea jesuita.
Lo más sintomático de que los vientos estaban volviendo a soplar hacia el lado de la Compañía de Jesús, ocurrió en 2005 cuando en el Cónclave, el segundo cardenal con más votos después de Ratzinger, fue justamente Jorge Mario Bergoglio, un soldado de la Compañía de Jesús convertido ahora en Francisco, el hombre más poderoso de la Iglesia Católica Romana.