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La necesidad de seguir emparejando la cancha Opinión

La necesidad de seguir emparejando la cancha

William Araya-Zacur
Por : William Araya-Zacur Profesor. Colaborador Fundación Mis Talentos en educación inclusiva.
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Soy profesor y trabajo en una unidad educativa municipal que atiende a jóvenes y adultos de Valparaíso. Es un contexto difícil, vulneraciones de todo tipo desfilan día a día frente a nuestros ojos.

Todas esas historias tienen un elemento común: por diversos motivos no pudieron terminar sus estudios en la escuela. Ese es el contexto, un gueto que concentra a un sector específico de la población chilena, gente pobre.

Algunos adultos refieren que no pudieron terminar porque fueron padres o madres jóvenes. ¿Recuerdan lo que pasaba cuando una compañera quedaba embarazada? La escuela le declaraba la guerra, era expulsada.

Otros comentan que tuvieron que aportar económicamente a la familia, se les hacía imposible trabajar y estudiar a la vez .¡Fuera!

Algunos jóvenes llegan porque fueron «incapaces de adaptarse al sistema formal» y la escuela añeja hizo lo que mejor ha hecho en nuestra historia, lo marginó, lo excluyó. «¡Fuera! No cumple con el perfil de estudiante».

¿Han escuchado esa frase los padres, madres, apoderados, tutores que leen?

Veamos otros ejemplos concretos sobre cómo ha funcionado nuestro sistema educativo «tradicional» hasta hace poco.

El estudiante es hiperactivo: «Sugerimos evaluación neurológica, psicólogo, psiquiatra, pastilla»…

Estudiante es hipoactivo: “Evaluación neurológica, psicólogo, psiquiatra, pastilla»…

¿No tiene certificado de bautismo? ¡Fuera!

Estudiante es sorprendido fumando, ¡Fuera!

¿Cómo? ¿No están casados? ¡Fuera!

Estudiante presenta diagnóstico sobre alguna necesidad educativa específica: «La escuela no está preparada, la escuela no tiene programa de Integración, la escuela no cuenta con profesionales, la escuela no, no, no»… la escuela «invita o sugiere un cambio de ambiente pedagógico»…

¿Han escuchado esa frase los padres, madres, apoderados, tutores que leen? La escuela lo discriminó, sin eufemismos, a pesar de que el estar en «esa» escuela era ya suficiente mérito.

Con esas realidades a la base -y otras peores- es que se redacta la Ley de Inclusión, con sus aciertos, omisiones y perfectible, sin duda.

En su espíritu genera las condiciones y garantías para que el grueso de la población estudiantil tuviese las mismas oportunidades de acceso, progreso y egreso, sin mirar historial, apariencia, creencias, sistema familiar, billetera, apellido, diagnóstico, necesidad educativa… sin discriminar, en el fondo.

¿Qué más justo que «competir» en igualdad de condición y con las mismas probabilidades de ser «aceptado» en el lugar que decido postular? De esta forma, casi el 80% de las familias que realizaron su postulación bajo el nuevo Sistema de Admisión Escolar pudo matricular a sus hijos en las escuelas de sus preferencias. ¿Cuándo en la historia de Chile habíamos tenido estas garantías de acceso a la educación?

Como profesor, puedo hacer la invitación a las escuelas a mirarse, a replantearse nuevas formas de hacer comunidad; a mis colegas a vigilarse epistemológicamente y romper con el círculo de la opresión; a los directivos a pulir los modelos de gestión según los nuevos requerimientos y necesidades de la población estudiantil; a los estudiantes, a seguir mostrándonos nuestras brechas, sin duda cargan con menos juicios que nosotros; a los padres, madres y apoderados a hacerse conscientes sobre cómo ha procedido la escuela y ver los beneficios macro que tiene la Ley de Inclusión y, sin duda, a hacer una lectura crítica sobre la información falsa.

Como apoderado, me siento plenamente satisfecho con el sistema aleatorio. Feliz porque mi hijo, con este sencillo trámite, rompió con años de exclusión y segregación de la que fue víctima su familia con sus amigos de la población.

Feliz porque los niños y niñas de Chile comienzan a ver germinar las semillas de inclusión, de justicia y equidad. A democratizar nuestro sistema.

Por esto, y más, no estoy de acuerdo con que se reponga el «mérito» como criterio de selección a la admisión escolar. La selección por notas y las entrevistas solo permitirán aislar a los estudiantes más pobres.

De esta forma, se garantizará la exclusión de estudiantes como los que vemos en la unidad para adultos. Los niños y niñas como ellos quedarán fuera del sistema educativo, no por flojos o por falta de «mérito», sino que los colegios los podrán discriminar por no haber lidiado con las condiciones de su entorno.

¿Cuánto talento quedará atrapado en poblaciones y «guetos» producto de que los establecimientos los rechazaron por «no ajustarse a su proyecto educativo»?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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