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La cruda realidad de Chile en obesidad escolar que deja al descubierto la baja efectividad de campañas Opinión

La cruda realidad de Chile en obesidad escolar que deja al descubierto la baja efectividad de campañas

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Cinthia Quezada
Por : Cinthia Quezada Nutricionista y académica de la Escuela de Nutrición y Dietética Universidad San Sebastián
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Los resultados del Mapa Nutricional 2019, publicados recientemente por el Ministerio de Desarrollo Social y Junaeb, arrojan cifras alarmantes para la población de niños de prekinder, kínder, primero básico, quinto básico y primero medio, con un 29% del total con sobrepeso y un 23% de Obesidad.

Por grupo etario quienes presentan una mayor prevalencia de malnutrición por exceso (siendo sobrepeso u obesidad) son los estudiantes de quinto básico con un 60%, seguidos por el grupo de kínder con un 51.3%.

Diversos estudios han demostrado que el estado nutricional incide en el desarrollo del rendimiento escolar y autoestima de los estudiantes. Un niño con obesidad severa tiene mayores probabilidades de presentar obesidad mórbida en su adultez, mientras que los adolescentes obesos tienen menores probabilidades de lograr niveles académicos más altos en la educación superior. Además, los niños con obesidad tienen menos satisfacción con la vida y tienen hasta 3,8 veces más probabilidades de ser víctimas de bullying.

Si bien se han tomado una serie de medidas como entornos saludables, Iniciativa Vive tu Huerto, el sistema Elige vivir sano, el programa Crecer en Movimiento, Centros Deportivos Elige Vivir Sano, Plan Contrapeso, Programa de Alimentación Escolar, Beca de Alimentación para la Educación Superior, Laboratorios gastronómicos, y Campaña de Concientización, estas siguen siendo poco efectivas si contrastamos con las cifras tanto en población adulta como en niños, y ahí hay dos aspectos en los que quisiera ahondar.

Primero, cuando tenemos un paciente con mal nutrición por exceso, existe un entorno en sus hogares poco saludable, inexistentes hábitos alimentarios óptimos y una familia sedentaria.

Segundo, no existe una disposición al cambio, basada principalmente en el desconocimiento a los riesgos que conlleva un estilo de vida poco saludable junto al sedentarismo.

Por lo tanto, si analizamos el entorno de alguno de los escolares con obesidad, probablemente encontraremos una familia que se alimenta con bebidas, pan, azucares refinados, alimentos procesados y de alto índice glicémico como la base de su alimentación, un deficiente consumo de lácteos, frutas, verduras, pescados y legumbres, esto sumado al poco tiempo que existe para preparar los alimentos en casa y largas jornadas laborales de los padres, los que condicionan al entorno del niño a realizar poca actividad física, a alimentarse en sus colaciones con chocolates, bebidas y galletas, según la disponibilidad de su kiosko.

Además, el desconocimiento de los padres en relación a la alimentación saludable, se traspasa de generación en generación, por lo tanto, estamos heredando pésimos hábitos alimentarios en su mayoría de forma inconsciente, también del poco tiempo libre familiar que se dispone, y que éste no se invierte en realizar actividad física con los hijos, por lo que éste se desenvuelve en un ambiente sedentario que asume como normalidad. Además, cuando ambos padres tienen sobrepeso, existe un 80% de probabilidades de que sus hijos sean obesos.

Ante esta problemática, planteo dos alternativas para la realidad que enfrentamos: la primera es una educación que concientice sobre los riesgos de la obesidad en cualquier etapa del ciclo vital, ya sea niños como adultos. También de promoción a la alimentación saludable, en base a la realidad de la población, mencionando alternativas económicas como lo son las ferias libres, también en cómo preparar alimentos recomendados ya que, cuando los hábitos están formados, será más difícil poder generar cambios. Finalmente, asignar profesionales nutricionistas en colegios donde se pueda evaluar periódicamente a los estudiantes, a sus padres, para realizar seguimiento y medición de impacto de la intervención realizada. Esto por cierto va de la mano con implementar la actividad física, con al menos 150 minutos semanales como lo indica la OMS, ya sea en las escuelas o en forma familiar.

Si bien es una tarea que se ve difícil, aún estamos a tiempo de frenar estas cifras y brindar una mejor calidad de vida a las personas que lo necesitan.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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