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El espejismo digital: aplaudiendo lo absurdo, glorificando la ilusión y perdiendo nuestra humanidad Opinión

El espejismo digital: aplaudiendo lo absurdo, glorificando la ilusión y perdiendo nuestra humanidad

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Marito Pino
Por : Marito Pino Director de Xharla y “Piensa Antes de Publicar”
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Internet, ese espacio que prometía conectar al mundo, fomentar el conocimiento y ampliar horizontes, está revelando un rostro preocupante. Lo que comenzó como una herramienta para fortalecer vínculos auténticos se ha transformado en un espejo distorsionado de nuestras prioridades. En lugar de promover valores genuinos, hemos permitido que el espectáculo, la manipulación y la superficialidad dominen nuestra conducta en línea. Nos encontramos en un entorno donde lo absurdo es motivo de aplausos, lo ilusorio se glorifica y lo auténtico queda relegado a un segundo plano.

Un espacio de distorsión y vulnerabilidad

Internet no solo distorsiona la realidad, sino que también se ha convertido en un terreno fértil para conductas dañinas. En este espacio, menores de edad son vulnerados, se generan conflictos y algunos se escudan tras perfiles anónimos para acosar, cometer delitos o explotar la inocencia de los más jóvenes. La protección que brinda el anonimato ha fomentado una cultura de irresponsabilidad y crueldad sin precedentes.

Aplaudiendo lo absurdo por un puñado de “likes”

Hoy, conductas que en la vida cotidiana serían vistas como ridículas, irresponsables o incluso peligrosas, son celebradas y viralizadas en redes sociales. Los retos virales son el ejemplo más claro de este fenómeno. Acciones absurdas como ingerir sustancias tóxicas, realizar maniobras riesgosas o exponerse a humillaciones públicas se han normalizado porque generan atención. Lo alarmante no es solo que estas conductas existan, sino que las celebramos colectivamente.

Es una contradicción evidente: si presenciáramos en la calle a alguien tirándose comida encima o gritando a desconocidos, lo consideraríamos inapropiado. Sin embargo, cuando esto se graba, se edita con filtros atractivos y música pegajosa, se convierte en “contenido”. Este comportamiento refleja nuestra desconexión entre los valores que defendemos en la vida real y los que promovemos en el ámbito digital.

Un estudio de la UNIR revela que el 8% de los adolescentes ha participado en retos virales peligrosos. Esto subraya un problema social más profundo: hemos creado un entorno donde la validación externa importa más que el impacto de nuestras acciones.

Exponiendo la intimidad sin medida

El problema no se limita a los retos virales. En nuestra obsesión por compartir cada aspecto de nuestras vidas, hemos perdido el sentido de la privacidad. Esto incluye la exposición indiscriminada de menores. Subimos fotos y videos de nuestros hijos en situaciones íntimas o graciosas sin reflexionar sobre las posibles consecuencias.

En el mundo físico, sería impensable repartir fotografías privadas de nuestros hijos a desconocidos en una plaza pública. Sin embargo, en el espacio digital, lo hacemos sin cuestionarnos quién tendrá acceso a ese contenido o cómo podría ser utilizado.

El 81% de los bebés tiene presencia en internet antes de cumplir seis meses. Este nivel de exposición plantea serias interrogantes éticas sobre lo que estamos enseñando a las futuras generaciones respecto a su privacidad y valor personal.

Glorificando la ilusión sobre la realidad

Otro síntoma preocupante de esta cultura digital es la manipulación de imágenes. Los filtros y herramientas de edición, que comenzaron como recursos inofensivos, han establecido estándares de belleza inalcanzables. Nos mostramos como queremos ser vistos, no como realmente somos, reforzando la idea de que lo auténtico no es suficiente.

Esto no solo afecta nuestra percepción personal, sino también a las generaciones más jóvenes. Según una encuesta de Girlguiding, un tercio de las niñas y mujeres jóvenes no publicarían una selfie sin editarla previamente. Estas prácticas fomentan una insatisfacción constante con la propia identidad y perpetúan la ansiedad social.

Un informe interno de Facebook, revelado por The Wall Street Journal, señala que el 32% de las adolescentes que se sentían insatisfechas con su cuerpo reportaron que Instagram empeoraba su percepción. Además, el 13% de los adolescentes británicos y el 6% de los estadounidenses con pensamientos suicidas relacionaron estas sensaciones con el uso de la plataforma.

La paradoja del mundo digital

Nos enfrentamos a una contradicción: queremos un internet que fomente la conexión, la creatividad y el aprendizaje, pero hemos creado un espacio donde reina lo superficial. Queremos un mundo digital seguro y respetuoso, pero perpetuamos dinámicas que fomentan lo opuesto. Queremos enseñar valores a nuestros hijos, pero los exponemos a contenidos y comportamientos que, en la vida real, rechazaríamos.

Esta desconexión está erosionando no solo nuestra relación con los demás, sino también con nosotros mismos. Estamos midiendo nuestro valor en “likes” y validación externa, olvidando que lo esencial no puede cuantificarse.

En 2023, se estima que se compartieron más de 500,000 deepfakes en redes sociales. Además, el 82% de los argentinos afirma haber visto historias deliberadamente falsas en línea, un porcentaje mayor al de países como Alemania o Japón. Estos datos reflejan la magnitud del problema.

Recuperando lo auténtico

El cambio empieza con nosotros. Antes de publicar, editar o compartir contenido, debemos cuestionarnos: ¿esto aporta algo positivo? ¿Lo aprobaría fuera del ámbito digital? ¿Contribuye al tipo de mundo que queremos construir?

Es hora de recuperar el valor de lo auténtico, de celebrar nuestras imperfecciones y enseñar a las nuevas generaciones que su identidad no depende de un filtro ni de un algoritmo. Internet puede ser una herramienta para lo mejor de nosotros, pero eso exige honestidad, empatía y humanidad.

La vida real, con sus imperfecciones y conexiones genuinas, es mucho más valiosa que cualquier espejismo digital.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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