
Eutanasia: entre la compasión y la prudencia legislativa
La eutanasia es la práctica que, a petición expresa y plenamente consciente de una persona, busca poner fin a la vida de quien padece una enfermedad grave e incurable que genera sufrimientos intolerables. En tanto, los cuidados paliativos tienen por objetivo aliviar el dolor hasta el final natural de la vida y, aunque han avanzado de manera significativa, no siempre logran evitar condiciones insoportables. Por ello, no existe contradicción entre potenciar dichos cuidados y abrir la opción de la eutanasia como respuesta a la voluntad autónoma de la persona.
Quienes la apoyan subrayan la dignidad y la autonomía como fundamentos para decidir sobre la propia vida y muerte. Señalan que obligar a alguien a prolongar sufrimientos innecesarios constituye una forma de crueldad y que, en sociedades democráticas, el respeto a la libertad individual debería incluir, en circunstancias extremas, la posibilidad reglada de elegir cuándo y cómo morir. Además, sostienen que una ley prudente y compasiva permite evitar la arbitrariedad, otorgando garantías y transparencia.
Quienes se oponen suelen basarse en convicciones éticas, filosóficas o religiosas que consideran la vida humana como un bien indisponible, es decir, que nadie —ni siquiera la propia persona— puede disponer legítimamente de ella. También advierten que abrir esta posibilidad podría generar riesgos de abusos, presiones indebidas sobre personas vulnerables o un debilitamiento de la cultura del cuidado hacia quienes enfrentan enfermedad y dependencia.
El proyecto de ley actualmente en discusión en el Congreso cumple con condiciones que permiten su aceptación social y brindan confianza a la ciudadanía al incorporar principios esenciales. En primer lugar, asegura que la decisión sea libre, informada y consciente. En segundo, respeta la objeción de conciencia de los profesionales de la salud que, por sus convicciones, no desean participar en estos procedimientos. Asimismo, no se contrapone al acceso universal a cuidados paliativos, de modo que la eutanasia no se perciba como la única alternativa frente al sufrimiento.
Se trata, en definitiva, de avanzar hacia una legislación compasiva con quienes enfrentan un final de vida marcado por el dolor, pero al mismo tiempo prudente, razonable y respetuosa de la diversidad de creencias y sensibilidades que conviven en nuestra sociedad. La eutanasia no es una obligación para nadie, sino la apertura de una opción que busca equilibrar la libertad individual con garantías colectivas.
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