Opinión
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Desaprender para aprender: el desafío de reconstruir el imaginario pedagógico
Un reciente estudio del Centro de Investigación Avanzada en Educación de la Universidad de Chile (CIAE), nos recuerda algo que quienes trabajamos en formación inicial docente observamos con frecuencia: los futuros profesores y educadores no llegan en blanco a la universidad, vienen con una experiencia y trayectoria escolar que, de manera silenciosa, modela sus concepciones sobre cómo se enseña y cómo se aprende.
La investigación de Farzaneh Saadati, Eugenio Chandía y Anahí Huencho —realizada con más de 250 estudiantes de Pedagogía en Matemáticas de todo el país— muestra que estas trayectorias y experiencias dejan huellas profundas en cómo los futuros docentes proyectan sus clases. Esto no es un hallazgo menor: quienes experimentaron clases participativas y con el alumno como protagonista, tienden a reproducir prácticas que promueven la autonomía y el pensamiento crítico; quienes se formaron en entornos más tradicionales y centrados en el profesor, en cambio, suelen replicar esquemas similares, aunque la tendencia es volver a una clase más tradicional. En otras palabras, cada estudiante de pedagogía trae consigo un imaginario que condiciona su mirada sobre la enseñanza.
Desde la formación inicial docente, el desafío es identificar tempranamente el imaginario pedagógico que los alumnos traen para deconstruirlo y reconstruirlo en el proceso formativo. No basta con que los diagnósticos de ingreso midan únicamente el dominio disciplinar, ni que nos limitemos a nivelar conocimientos: es necesario reconocer esas representaciones y ofrecer experiencias en el aula universitaria que permitan vivenciar nuevas formas de aprender y enseñar.
Por esto, diagnósticos iniciales como las estrategias que utilizamos los académicos para enseñar a enseñar, deben considerar las percepciones y concepciones previas de los estudiantes, haciéndolas visibles y discutibles. Con esta evidencia es posible intervenir desde el primer año con planes formativos sólidos, orientados a resignificar lo aprendido y a construir prácticas pedagógicas fundamentadas en la reflexión, la evidencia y la equidad, relevando su importancia en conjunto con los futuros profesores y educadores.
La formación basada en la práctica ofrece precisamente esa oportunidad: situar a los futuros docentes en la complejidad de la enseñanza en contextos simulados y reales, acompañados, reflexivos y conscientes de su propio aprendizaje. Si queremos cambiar la manera en que se enseña, debemos comenzar por transformar la manera en que como académicos enseñamos, para que nuestros futuros profesores aprenden a enseñar.
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