Hacia un futuro sin jaulas: ciencia, ética y responsabilidad
La semana pasada se publicó una columna en El Mostrador que pone en duda la relación entre el final de sistemas de confinamiento para gallinas ponedoras y mejores condiciones de bienestar, sugiriendo que eliminar el confinamiento no garantiza el bienestar de las gallinas y que un “buen manejo” podría ofrecerles una vida digna incluso dentro de jaulas. Esa afirmación, aunque puede parecer razonable a primera vista, desconoce lo que la ciencia del bienestar animal ha aprendido en las últimas décadas y lo que la propia industria avícola ha demostrado en la práctica: ninguna mejora en el manejo puede compensar las limitaciones estructurales del encierro.
Los sistemas de crianza de confinamiento extremo, como las jaulas en batería impiden que las aves realicen los comportamientos más básicos de su especie: extender las alas, posarse en perchas, anidar, escarbar o realizar baños de polvo. Su vida transcurre en un espacio donde apenas pueden moverse, lo que genera problemas óseos, lesiones, estrés crónico y frustración conductual. Decir que una gallina puede tener una “vida digna” en esas condiciones no solo es un contrasentido ético sino también un error científico.
Estudios recientes, como los del Welfare Footprint Project (2025), han analizado de forma cuantitativa la intensidad y duración del sufrimiento de las gallinas en distintos sistemas de producción. Los resultados muestran que las aves confinadas en jaulas experimentan niveles de dolor físico y malestar emocional significativamente mayores, debido a la inmovilidad forzada, la densidad extrema, hacinamiento y la imposibilidad de controlar su entorno. Además, los aspectos negativos que pueden ocurrir en sistemas libres de jaula se reducen en la medida que aumenta la experiencia en sistemas alternativos más amigables con el bienestar animal y la sostenibilidad.
El hallazgo central de esta línea de investigación es claro: el bienestar no depende del sistema en abstracto sino de la experiencia real del animal dentro de él, y las experiencias asociadas al confinamiento son, inevitablemente, experiencias de sufrimiento.
En 1965, nace en el Reino Unido el concepto de las Cinco Libertades del Bienestar Animal, tras el llamado Informe Brambell, que evidenció el sufrimiento de los animales en los sistemas de producción intensiva. A partir de ese estudio, se estableció un marco que definió los principios mínimos para garantizar su bienestar, posibilitando desde entonces la orientación desde entonces para las políticas públicas, la investigación científica y las normas internacionales sobre el trato a los animales.
Desde entonces, el bienestar animal se ha evaluado en función de cinco dimensiones esenciales que abarcan tanto las condiciones físicas como emocionales de los animales. Estas contemplan una nutrición adecuada, que asegure alimento y agua suficientes; un entorno físico apropiado, que brinde comodidad y resguardo; la salud y ausencia de dolor o enfermedad; la posibilidad de expresar comportamientos naturales propios de la especie; y un estado mental positivo, libre de miedo, angustia o sufrimiento innecesario.
Ninguna de ellas puede satisfacerse en jaulas en batería. En cambio, los sistemas sin jaulas —ya sean de galpón o de libre pastoreo— permiten avances tangibles: mejor salud ósea, menor prevalencia de lesiones y conductas de picoteo redirigido, posibilidad de moverse, anidar y descansar. Es cierto que estos sistemas también presentan desafíos, pero son desafíos de manejo, no de estructura, y pueden abordarse con capacitación, supervisión y tecnología disponible en Chile.
Lejos de ser una utopía, la transición hacia sistemas sin jaulas ya es una realidad en Chile y en el mundo. Grandes productores de huevos han implementado planteles libres de jaulas con buenos resultados productivos y comerciales, demostrando que el bienestar animal y la sostenibilidad económica pueden avanzar de la mano.
La experiencia internacional lo confirma: en la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá y varios países de América Latina, la proporción de gallinas criadas sin jaulas crece cada año, sin comprometer los niveles de producción ni la estabilidad del mercado. Las empresas que han liderado esta transformación no lo han hecho por presión ideológica sino por entender que responder a la demanda ciudadana por sistemas más éticos y transparentes también es una ventaja competitiva en términos comerciales.
Resulta preocupante que algunas voces en el debate público sigan apelando a argumentos con respaldo empírico parcial o basado en resultados anecdótico. Las decisiones sobre políticas públicas que afectan a millones de animales, y por ende también a las personas y la salud pública, no pueden tomarse sobre percepciones o nostalgias productivas sino sobre ciencia, ética y responsabilidad.
Los sistemas sin jaulas no son una moda ni un capricho: son la consecuencia lógica de décadas de investigación, de la evolución del conocimiento y de una ciudadanía cada vez más consciente del origen de sus alimentos. Avanzar hacia un país libre de jaulas no es un salto al vacío, sino un paso necesario en la dirección correcta para sostener una transformación ya iniciada, con tecnología validada en países desarrollados, pero también en Latinoamérica. Significa reconocer que el bienestar animal es parte integral de un sistema alimentario sostenible, que la ética y la eficiencia pueden coexistir, y que el progreso no consiste en producir más a cualquier costo sino en producir mejor, construyendo procesos sostenibles.
Chile tiene la oportunidad de situarse a la altura de los estándares internacionales, liderando en la región una transición que combina ciencia, innovación y compasión. Negarse a dar ese paso no protege a las aves ni a la industria: solo perpetúa un modelo que ya ha sido superado por la evidencia y por la historia.
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