Opinión
¿Qué priorizar (y qué evitar) en la formación de un niño en sus primeros años?
Un niño inquieto no tiene un problema, tiene energía vital, tiene 5 años, por ejemplo. Una niña que está distraída a los ojos del adulto no es un diagnóstico, es alguien que necesita juego, conectar con su cuerpo y vínculo para aprender. Sin embargo, hoy pareciera que olvidamos esa verdad esencial.
Desde los tres años, y a veces antes, muchos niños y niñas son sentados más horas de lo que resiste naturalmente su interés, siguiendo métodos para aprender a leer y escribir antes de tiempo, aunque años después las mediciones estandarizadas digan una y otra vez que esas prácticas han fallado.
¿De qué sirve adelantar procesos y frustrar a las familias tan tempranamente si no estamos logrando aprendizajes profundos ni duraderos?, ¿Por qué existen guardianes de hacer una y otra vez, fielmente, cosas que nos llevan siempre al mismo lugar? ¿Por qué insistir en sentar a los niños cuando su cuerpo para madurar necesita explorar, moverse, imaginar y crear?
Forzando las cosas generamos “problemas de atención”, “dificultades de aprendizaje”, “ella no se concentra” o “él se mueve mucho”, cuando en realidad, exigimos lo que no corresponde aún.
Incluso nosotros, los adultos, vivimos rodeados de estímulos, intentando concentrarnos entre múltiples pantallas y mensajes que hay que contestar ya.
Si queremos formar lectores y pensadores, cultivemos experiencias significativas, conversaciones reales, momentos compartidos, leamos con ellos, no para que lean corriendo, sino para que amen las historias que leen juntos y la conexión que descubren.
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