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Jesse Owens: astro en los Juegos de Hitler, despreciado en EE.UU. Sociedad

Jesse Owens: astro en los Juegos de Hitler, despreciado en EE.UU.

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«Sin él, la integración de los negros en el deporte estadounidense nunca hubiera avanzado así», asegura el sociólogo Harry Edwards cuando se cumplen 80 años del hito del atleta.


Fue un momento muy especial en la vida de James «Jesse» Cleveland Owens: En 1976, el entonces presidente de Estados Unidos, Gerald Ford, le entregó la Medalla Presidencial de la Libertad, una de las dos más altas distinciones civiles del país.

Fue emocionante, porque 40 años antes, cuando el atleta conquistó los corazones de millones de aficionados al deporte, ese honor le fue negado por otro presidente estadounidense. Franklin D. Roosevelt ni siquiera le envió un telegrama tras los Juegos Olímpicos de 1936, relató Jesse Owens más tarde.

Diseñados por la propaganda nazi como un evento para presentar a Alemania en sociedad, los Juegos en Berlín también tenían la meta de demostrar la superioridad aria.

Pero los Juegos de 1936 también plantaron una señal de entendimiento, incluso para Estados Unidos, donde los negros eran discriminados en esa época.

«Sin Owens, la integración de los negros en el deporte estadounidense nunca hubiera avanzado así», asegura el sociólogo Harry Edwards cuando se cumplen 80 años del hito del atleta.

Y es que Owens se alzó en Berlín con cuatro medallas de oro en cinco días: en los 100 y los 200 metros, en salto en largo y el 9 de agosto finalmente en la posta de los 4×100 metros. No fue hasta 1984 que su proeza fue repetida por un atleta masculino, su compatriota Carl Lewis.

Hasta el día de hoy hay diferentes versiones sobre la reacción de Hitler a los triunfos de Owen. Lo que está claro es que un negro dominó los Juegos en Berlín. Y el público berlinés lo veneraba: Los 100.000 espectadores honraban sus méritos con júbilo y cánticos. Las diferencias entre negros y blancos desaparecieron por un tiempo, para disgusto de los nazis.

El saltador alemán Luz Long perdió la apasionante final ante Owens, pero luego celebró con él abrazado en el estadio olímpico. Ambos deportistas no eran políticos y seguramente ese gesto no fue una acción de protesta consciente: pero fue una señal que hizo efecto.

Y es que justamente en Alemania, que estaba siendo gobernada por un régimen de terror y sumida en una doctrina racista, Owens se sintió como parte importante de un grupo.

De su época en la escuela secundaria estaba acostumbrado a que los negros estuvieran ampliamente excluidos de la vida social. Ya en el barco rumbo a Europa deportistas negros y blancos pasaban mucho tiempo juntos. En Berlín la gente le pedía autógrafos y en la Villa Olímpica era parte de una comunidad.

Pero esa sensación duró poco. Tras su regreso a Estados Unidos, sus méritos no fueron apreciados por las instancias oficiales. El presidente Roosevelt no le envió telegrama ni tampoco invitación a una ceremonia en la Casa Blanca. Estados Unidos estaba en plena campaña electoral y Roosevelt temía por los votos de los conservadores.

Se dice que para llegar al festejo olímpico, Owens utilizó un ascensor de carga. Y al hotel en el que fue alojado pudo ingresar sólo por la entrada de servicio.

«Había ganado cuatro medallas de oro, pero no se pueden comer cuatro medallas de oro», dicen que dijo Owens alguna vez. Y es que así lo constató dolorosamente. Tras los Juegos, el héroe olímpico no pudo integrarse socialmente. Compitió en carreras de exhibición, actuó en clubes nocturnos y en circos hasta que finalmente entró en bancarrota.

Owens era un ejemplo de una minoría discriminada. «Para los negros estadounidenses era un héroe absoluto. Demostró al mundo que los negros se podían medir a él. Y que, aun siendo reprimidos en su propio país, podían ser incluso superiores», señala el sociólogo Edwards.

El héroe olímpico recibió finalmente más honores de presidentes estadounidenses. El último fue en 1990, diez años después de que el fumador empedernido muriera de cáncer de pulmón. El presidente George Bush le otorgó póstumamente la Medalla de Oro de Honor de Congreso, la segunda de las dos distinciones civiles más elevadas de Estados Unidos.

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