Las crisis ambientales y políticas le dan un sentido de urgencia al arte provocativo en la segunda mayor bienal del mundo
Al cruzar sobre el piso de parquet en el pabellón Modernista de Oscar Niemeyer en São Paulo — especialmente diseñado en la década de 1950 para alojar la segunda bienal de arte más antigua del mundo — el suelo sólido cede bajo nuestros pies. Una sensación de hundimiento, como si uno se aventurase en un pantano, provoca desorientación y pánico. Sin embargo, el suelo de madera demuestra ser resistente y elástico. Después de algunos pasos tentativos, los visitantes se ponen a saltar alegremente como en una cama elástica.
«Chão”, una reinstalación adaptada específicamente para la bienal de una obra de 2004 del artista brasileño José Bento, utiliza tablones recuperados superpuestos sobre resortes para revelar las posibilidades ambiguas de un material mundano. Como gran parte de la 32ª Bienal de São Paulo, «Incerteza Viva», la obra de Bento, explora el potencial liberador de la desestabilización y la duda. «El arte se alimenta de la incertidumbre, el azar, la improvisación y la especulación», dice el conservador en jefe Jochen z, un alemán residente en Brasil quien previamente fue director de programas en la Serpentine Gallery de Londres.
El Sr. Volz tomó en cuenta el caos y la catástrofe a largo plazo cuando su equipo curatorial comenzó a trabajar en la muestra, que es la más grande en el hemisferio sur. Este año cuenta con 340 obras de más de 80 artistas de 33 países, la mayoría nacidos después de 1970. El tema adquirió urgencia durante los meses de inestabilidad política que culminaron con la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, sólo unos días antes de la apertura de la bienal. La declaración de Michel Temer, quien asumió el cargo de presidente, de que se había restablecido el orden fue desmentida por las protestas que estallaron en el pabellón y en las calles.
Fundada hace 65 años por el empresario industrial Ciccillo Matarazzo, la muestra de arte de São Paulo tenía la intención de recrear la Bienal de Venecia en Brasil. Con un hogar permanente en medio de la flora tropical del Parque Ibirapuera, la bienal de 2016 está diseñada como un jardín para que los visitantes encuentren sus propios caminos. Las paredes de cristal del pabellón de tres pisos se han dejado al descubierto para que dejen pasar la luz y observar el follaje desde el interior.
La transición del parque al pabellón está marcada en la entrada por un bosque escultórico de Frans Krajcberg, fabricado de madera carbonizada. El artista nacido en Polonia, quien ha residido en el noreste de Brasil desde la década de 1970, hace de la naturaleza su tema, su material y su causa. En «Espejo de Sonido», del argentino Eduardo Navarro, un delicado instrumento de cobre parecido a una trompetilla está ubicado en lo alto de una palma al aire libre, y, mediante un tubo que conduce al interior, se lleva el «sonido» del árbol al oído del oyente.
Esta atención a la naturaleza adquirió una urgencia catastrófica después del desastre ocurrido en noviembre del año pasado en las represas mineras en Minas Gerais, la peor catástrofe ambiental en la historia de Brasil. Lo que parece un gigante lienzo abstracto de colores verdes, malvas y rojos sobre en un muro posterior prominente resulta ser una imagen de satélite de la zona afectada, de la artista colombiana Carolina Caycedo. Su serie de 2016 «A Gente Rio–Barrado seja» incluye un montaje fotográfico, dibujos y vídeos que muestran la devastación causada por las represas a los pueblos de los ríos.
La catástrofe de las represas de Bento Rodrigues en Minas Gerais también se refleja en una instalación de tres vídeos editados de 8,000 horas de grabaciones tomadas desde 1986 por un colectivo indígena, Vídeo nas Aldeias, junto con material anterior que data de 1911. El archivo se ha ganado su lugar porque desorienta al espectador, desdibujando — como muchos de los trabajos de la bienal — la línea entre el documental y la ficción. Por ejemplo, lo que parece teatro absurdo, son imágenes de un desfile de graduación de la policía militar, que muestran a reclutas indígenas imitando técnicas de tortura.
En la inauguración de la bienal, el Sr. Volz invocó a los amerindios Tupi, quienes eran los agricultores originales del Parque Ibirapuera. «Hay un nuevo énfasis en el vasto conocimiento que se ha perdido», me dice. «Estamos comenzando a entender que la única forma de asegurar que Brasil sobreviva — de proteger la tierra y la biodiversidad — es mantener a la población indígena y aprender de ella». Semejantes sentimientos han encontrado durante mucho tiempo lugar en el arte brasileño. Sin embargo, argumenta: «Las verdaderas injusticias continúan a diario, por lo que el problema permanece oculto».
Si la muestra se abre al conocimiento indígena, también redefine el lugar geográfico de Brasil en el mundo. Los lazos con el Líbano (Brasil tiene una gran diáspora libanesa) se revelan en un extraño efecto en la película de la kuwaití Alia Farid «La Exposición de Trípoli», que muestra una sensual construcción blanca de Niemeyer en la norteña ciudad del Líbano que — a diferencia de Ibirapuera — cayó en las ruinas cuando estalló la guerra civil en 1975.
En «Ruta del Tabaco», el artista brasileño Dalton Paula reexamina el triángulo del comercio del tabaco entre Brasil y Cuba, donde se obligaba a trabajar a los esclavos africanos. Ha recuperado la historia africana y afro-brasileña pintando las portadas de las enciclopedias que omiten estos hechos históricos. Él evita tocar directamente el tema del comercio del tabaco y pinta escenas de la vida de los habitantes de raza negra al margen del comercio de este producto, desde músicos de jazz hasta rituales religiosos.
En la película de 40 minutos de Jonathas de Andrade «El Pez», un momento culminante de la muestra, una serie de pescadores de manglares atrapan y retienen un enorme pez en un tierno abrazo, acariciándolo en su agonía. Según el artista, el misterioso ritual, que dejó embelesados a los visitantes, es un «mito inventado», pero los artistas son verdaderos pescadores del noreste.
«La imagen aborda la idea romántica del equilibrio perfecto de una comunidad con la naturaleza», me dice el Sr. De Andrade. «Esa caricia ayuda al pez en su paso hacia la muerte, y pone a los hombres nuevamente en la posición de especie. Pero son dominantes; es un abrazo macabro». Sin embargo, aunque el filme advierte contra el romanticismo, es extraordinariamente emotivo. Cada pez moribundo se convierte, durante un tiempo, en el centro de nuestro mundo.